Hoy proliferan los diarios íntimos y las literaturas del yo. Pero este género tan actual tiene un antecedente muy lejano: El libro de la Almohada escrito en el siglo X, en Japón, por Sei Shônagon, quien tenía un cargo en la Corte como ayudante de menor rango de la emperatriz Sadako (976.1001).

Se trata de una pequeña joya de la literatura japonesa que acaba de publicar la editorial Adriana Hidalgo por segunda vez, pero en esta oportunidad lo hace en edición especial, de un tamaño mayor al de un libro corriente, con  dibujos de Lola Goldstein. La traducción y prólogo están a cargo de Amalia Sato.

Según informa Sato, en los años comprendidos entre 797-1185, tuvo lugar en Japón el período Heian que en 990 alcanzó su máximo esplendor cultural. En él las mujeres tuvieron un papel protagónico en el área literaria. Dado que les estaba vedado el idioma chino –la cultura china gozaba en Japón de mucho prestigio- se ocuparon de desarrollar una escritura fonética a partir de los complejos ideogramas de esa lengua. Surgieron así el verso, la ficción y los diarios en escritura hiragana japonesa.

Como consecuencia, las mujeres alcanzan el nivel máximo en la literatura. La artífice de la primera novela japonesa, Romance de Genji, es una mujer, Murasaki Shiibu.También es una mujer la autora de El libro de la almohada, Sei
Shônagon, de la que se conoce muy poco. Se supone que nació en el año 966 y que era hija del poeta y estudioso Motousuke. Se la considera la creadora de un género literario que aún está vigente en Japón, zuigitsu, que podría describirse, según Sato, como una suerte de “ensayo fugaz y digresivo, literalmente ‘al correr del pincel. El ensayo habla de emociones, observaciones, apuntes autobiográficos o poemas, carente de una orientación predeterminada; una dispersión del sujeto fragmentos. Algo tan típicamente japonés como la literatura de los diarios (nikki bungaku).”

El libro de la almohada sorprende por diversos motivos. El primero es, sin duda, que esté escrito por una mujer destinada al servicio de la emperatriz. Pero la lista sigue. También tiene un alto nivel documental que permite asomarse a la cultura japonesa de su tiempo y al lugar que la mujer ocupaba en ella. Además, tiene un estilo atrapante y sutil que hace que pueda leerse con el mismo placer que un texto contemporáneo aunque su aggiornamiento pueda deberse en parte a la intervención de los traductores.

Pero quizá su aspecto más seductor sea la vigencia actual de su estilo fragmentario y digresivo y la gran cantidad de listas que incorpora hasta convertirlas en un auténtico género literario que muchos siglos más tarde retomaría un gran experimentador de la lengua como lo fue George Perec. Basta citar Tentativas de agotar un lugar parisino, una novela que consiste en un listado. No por casualidad, el autor de Pensar / Clasificar era un admirador confeso de El libro de la Almohada. Pero, además, hizo explícita su admiración reconociendo la influencia que tuvo su escritura: “He escrito fragmentos autobiográficos –dice- que siempre se desviaban. No escribía ‘He pensado tal o cual cosa’, sino las ganas de escribir una historia de mis ropas o de mis gatos, o relatos de sueños. Mi maestro en esto es una japonesa, Sei
Shônagon, que escribió, una recopilación de pensamientos sobre naderías, en fin, sobre las cascadas, los vestidos, las cosas que dan placer, las cosas que tienen una gracia refinada, las cosas sin valor, etc. Para mí ese es el verdadero realismo: apoyarse en una descripción de la realidad despojada de toda presunción”

Dijo Humberto Eco que hacer listas que parecen infinitas es «una forma de escapar de los pensamientos sobre la muerte. Nos gustan las listas porque no queremos morir». Su obsesión por ellas lo llevó a hacer no sólo una exposición de listas en el Museo del Louvre, sino también un libro The Infinity of Lists: An Illustrated Essay.

Woody Allen comprendió tan bien el sentido de las listas que hacemos a diario, que en Cómo acabar de una vez por todas con la cultura hizo una comparación literaria –y por supuesto, risible- de las listas de la lavandería de Maurice Maeterlinck que resulta imposible leerla sin estallar en carcajadas.

Las listas de Sei Shônagon, en cambio, siguiendo el tono general del libro, son melancólicas. A modo de constatación puede leerse la lista “Cosas que son deprimentes”:

“Un perro que aúlla de día. Una canasta de mimbre de pesca en primavera. Un vestido color ciruelo, el Tercero o Cuarto Mes. Una habitación de parto cuando ha muerto el bebé. Un brasero frío y vacío. Un boyero que odia a sus bueyes. Un estudioso cuya mujer da a luz una niña tras otra.” Obviamente la enumeración tenía resonancias culturales distintas en la época en que fue escrita. El color del vestido, por ejemplo, alude a la principal celebración Shintó del año, según consta en las cuidadosas referencias de la última edición. También da cuenta de lo que significaba para una pareja el nacimiento de hijas mujeres. Pero la lista no termina aquí y las enumeraciones son muchas. Algunas resultan llamativas como la que dice: “Es bastante tarde y una dama está esperando un visitante esa noche. Como oye finalmente un golpeteo furtivo, envía a su criado a abrir el portón y espera excitada. Pero el nombre anunciado por la criada es el de alguien por quien no tiene el menor interés. De todas las cosas deprimentes esta es, de lejos, la peor.”

Jorge Luis Borges tradujo o comenzó a traducir con la ayuda de María Kodama El libro de la Amohada. Se dice que el gusto que su autora sentía por las listas fue decisivo en la clasificación de animales de “cierta enciclopedia china” que escribió Borges y que Michel Foucault reproduce en el primer capítulo de Las palabras y las cosas. Esa clasificación produce perplejidad porque muestra el carácter artificial de cualquier clasificación cuando todos tendemos a ver ella algo natural, que ya viene dado por los objetos mismos.

Seguramente la autora de El libro de la almohada jamás imaginó que la descripción de su pequeño mundo sería capaz de viajar en el tiempo y en el espacio para llegar a un escritor francés y otro argentino del siglo XX. Tampoco debe de haber imaginado una cuidada reedición de su libro en el siglo XXI en una edición especial que participa del concepto de libro-objeto y que merecería incluirse en una lista de libros curiosos y bellos.