“El mundo contempla el gran espectáculo de lucha y muerte, cosas que le resultan difíciles de imaginar porque la imagen de la guerra es intransferible. No se puede transmitir ni con la pluma ni con la voz ni con la cámara. La guerra es una realidad solo para aquellos que están apresados en su interior, sangriento, sucio y repugnante. Para otros no es sino una página en un libro o unas imágenes en una pantalla, nada más”. Ryszard Kapuscinski (1932-2007) creía que la guerra era una tragedia. Por eso cubrió -y sobrevivió- a 27 guerras y revoluciones en África, Asia, América y el Tercer Mundo infinito y más allá. También le ganó la partida varias veces a la malaria –ese “interior de una montaña de hielo”-, al hambre y a las balas.

Vivió en mil frentes de batalla y se quedó solo con su alma en ciudades fantasma mientras eran abandonadas en masa. Entrevistó a líderes populares, dictadores y señores de la guerra, pero también a sus víctimas y a sus vasallos. Narró la vida con mayúscula de los que pasan a la historia, pero también el día a día luminoso y miserable de la anónima gente de a pie.

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Como ningún otro periodista (aunque no puedo olvidar a Walsh), Kapuscinski logró trazar puentes entre la ficción y la crónica, no sin polémicas. Incluso fue el primer escritor de no ficción barajado para el Nobel de Literatura. Autor de libros fundamentales para entender hechos clave de la segunda mitad del corto siglo XX, como la revolución iraní, los lentos procesos de descolonización, las guerras africanas y las latinoamericanas. A esta altura del partido, las palabras del escritor británico John Le Carré vienen como anillo al dedo: Kapuscinski es el “enviado de Dios”. Gabriel García Márquez -fana incondicional del autor de El Emperador (1989)- le dedicó piropos más realistas y aun mágicos. Lo apodaba el “maestro de periodistas”. Si lo dice Gabo… palabra santa.

Los libros de Kapu circularon desde los ’80 –todavía lo hacen- como un secreto a voces desde las ediciones grises de la colección Crónicas de Anagrama. Son longsellers inoxidables. ¡Atentos!, ahora hay novedades en el frente. En su colección Compendium, la editorial española acaba de reeditar el celebrado Ébano (1998) en un volumen acompañado del breve pero hercúleo Un día más con vida (2003), su relato melancólico y brillante sobre la guerra civil angoleña; Los cínicos no sirven para este oficio (2002), un patchwork de textos “conversados” desde intervenciones en conferencias y entrevistas, donde reflexiona sobre el rol del periodista y el violento oficio de escribir; y Viajes con Heródoto (2006), un diálogo entre sus propios viajes como corresponsal en el continente negro y el Asia mayor y menor por más de cuatro décadas y la obra Historia del griego Heródoto, su maestro. 

Del primer historiador de todos los tiempos aprendió a cultivar la necesidad imperiosa de conocer otros mundos, otras culturas, otros hombres y mujeres: “Heródoto viaja con el fin de encontrar una respuesta a su pregunta de niño: ¿cómo es que en el horizonte aparecen naves? ¿De dónde han salido? ¿De qué puerto han zarpado? O sea, que lo que vemos con nuestros propios ojos, ¿no es aún el límite del mundo? ¿Hay otros mundos todavía? ¿Cómo son? Cuando crezca, querrá conocerlos. Aunque más vale que no crezca del todo, que conserve un poco de ese niño curioso que es, pues solo los niños plantean preguntas importantes y de verdad quieren aprender.”


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El grueso volumen de Anagrama, a mitad de camino entre el relato de aventuras on the road, la crónica guerrera de alto vuelo literario y el preciso ensayo histórico, reúne libros que muestran el músculo vigoroso del notable periodista en su plenitud. Cronista mayor del siglo XX.  El maestro Kapuscinski.

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