Semanas de paro, en las que los maestros no pueden encontrase con sus alumnos y ellos no pueden pensar que este año es provechoso, tal vez perdiéndolo, a los 20/21/22 años, en la flor de la vida, cuando todo es ilusión, cuando todo es la decisión de ser cada día un poco mejor.

Tal vez por eso la marcha del jueves haya resultado un encuentro de una connotación extraordinaria con el dolor y la esperanza de los jóvenes. Estaban ahí, bajo la lluvia, con el dolor de lo que les pasa y también con la esperanza de que ellos pueden modificar las cosas. El sustento más interesante que se pudo expresar. Estaban ahí, desafiándolo todo. Al gobierno y al clima. Al poder que los quiere someter y postergar. Al frío atroz que existía ese jueves, pero convencidos de que el esfuerzo podía valer por su objetivo. Como si cada uno de ellos, siendo nadie, como parte de un colectivo, ayudaran a modificar una situación de enorme injusticia, que les compromete tantísimo el futuro a cada uno de ellos. Para doblarles el brazo a los que pretenden destruir la educación.

No olvidemos que serán ellos los que tendrán que convivir con este país, en los próximos 60 años. Luchan hoy para que en ese lapso no se repita el estado de cosas que estamos transitando en la Argentina. Una batalla muy dificultosa, que requiere mucho compromiso, militancia, perseverancia. Pero están dispuestos: contagian en su desafío a la inclemencia de todos los elementos de la naturaleza que se ciernen sobre ellos, tan poseídos de una gran convicción.

Lo que hubo en la marcha, de una manera extraña podría decirse, fue un condimento generoso de alegría y de energía. Alegría de estar juntos y la energía de pensar que nadie puede modificar esta realidad que les quieren imponer sino ellos mismos. Era altamente emocionante la forma incesante en que la gente pasaba por la avenida Rivadavia. Una confesión personal: estaba apostado sobre la vereda, haciendo informes frente al Congreso, y mientras hacía mi trabajo no podía dejar de admirar, de conmoverme por esa manifestación tan persistente. Pegados unos a los otros, con sus paraguas que terminaron siendo una especie de trampas porque el aluvión que desbordaba caía sobre las otras personas. Las imágenes de los móviles, como el de C5N, eran de una multitud que, nada más mirarla, merecía un respeto que difícilmente el gobierno tenga, porque no está preparado para conmoverse.

Justamente en un día tan negro que soportó la Argentina, conviviendo con la desesperación de los aumentos del dólar. Día atroz de un pueblo bajo el paraguas, cantando, metiendo bombo, pasando frío, para decirle a Mauricio Macri que no se puede jugar siempre con ellos. Que no se puede gobernar solamente para las élites. Es esa juventud entusiasta en medio de la desazón que provoca tener que salir a la calle para luchar por la educación, para decirle a la Casa Rosada que no se aguanta el trato que les dan a los educadores y consecuentemente a los estudiantes.

Con el dolor moral que provoca. Porque el tema está en manos de una gente que da pavor. Lo que dijo Mauricio Macri respecto a «¿qué es esto de universidades por todos lados? Basta de esta locura». Lo que dijo María Eugenia Vidal respecto a que «nadie que nace en la pobreza en la Argentina hoy llega a la universidad». O incluso lo que dijo Marcos Peña respecto a que «el compromiso (del gobierno) con la universidad pública (…) se refleja en el presupuesto que hemos duplicado en estos tres años de gobierno», lo que significa una total absoluta patraña, como lo demostraron las investigaciones de varias páginas, como la de chequeado.com.

Con lo cual, entre el desprecio por los pobres y la capacidad para mentir (porque además para despreciar a la universidad, prometieron en campaña y en el gobierno que alentarían la investigación  y la tecnología como les prometieron incentivos a los estudiantes y a los científicos) nos encontramos ahora que les están retirando todo tipo de apoyo a la educación. Para las próximas horas se anuncia una reunión que postergaron el viernes. Un hito más de un camino sinuoso, oscuro, de difícil pronóstico.

Tal vez podrían mirar para otro lado. Pero mirar de verdad, sin hacerse los distraídos. Por caso, a Uruguay, un país que vive en el sistema capitalista pero con mucha presencia del Estado, tiene un fuerte contenido estatal, no sólo en la enseñanza y yo soy un hijo del Estado. O en Francia, donde el Estado tiene enormes dificultades pero difícilmente se meta contra la educación y la cultura porque inmediatamente lo pagaría muy caro: hay una gran tradición respecto de la escuela pública. Son dos ejemplos, sólo eso, pero que se pueden expandir, porque en el Estado de bienestar, ya como sistema, lo que más persiste es el respeto por la educación.

Por eso agradezco la experiencia, salir de la burbuja, aprender en el contacto humano. Ellos son los nadie, como decía Galeano. Son la multitud que sueña con cambiar la historia, que las cosas podrían ser de otra manera, que tienen que ser de otra manera. No obstante no lo son por personajes como quien preside hoy día la República, un hombre de las corporaciones, apenas un gerente, un hombre de negocios que pensó que manejar un país era como manejar una empresa, manejar los sueños de los trabajadores, los jubilados, los estudiantes, de aquellos que no tienen para comer…  «