La nueva crisis política italiana no es una sorpresa para nadie. Con un récord de 66 gobiernos en 75 años de República, la caída de un mandatario es cosa habitual. La diferencia es que esta vez la pelea de fondo es por el manejo de la pandemia, y además de los egos personales -que en política juegan, y mucho- por 209.000 millones de euros que la UE otorgó a esa nación para la recuperación económica. Una montaña de dinero que le daría un poder inusitado al administrador de esos fondos que fluirán durante los próximos seis años. En esa disputa, hay tres contendientes: el premier Giuseppe Conte, el ex jefe de gobierno Matteo Renzi, y una coalición de derecha que sostienen el incombustible Silvio Berlusconi y el ultraderechista Matteo Salvini.

La controversia se desató a mediados de mes, cuando Renzi, alguna vez joven promesa socialdemócrata, abandonó la coalición de gobierno. Conte fue al Parlamento en busca de apoyo, quedó tan debilitado que el martes pasado renunció con el objetivo declarado de conseguir un sustento mayor.

El presidente de Italia, Sergio Mattarella, viejo dirigente de la antigua Democracia Cristiana que ocupa el cargo desde 2015, convocó a una ronda de consultas y comprobó que la derecha quiere elecciones. Forza Italia, el partido de Berlusconi; Liga del Norte, el de Salvini, junto con Fratelli d´Italia, de Giorgia Meloni, conforman un trípode que la UE no ve con buenos ojos. Por el tinte xenófobo de Salvini y sus lazos con el ex consejero de Donald Trump, Steve Bannon, uno de los promotores del Brexit y por lo que representa el ex hombre fuerte italiano. El problema es que esa alianza tiene un tercio de la intención de voto si hubiera elecciones hoy.

Según los últimos sondeos, por otro lado, el 47% de la población quiere que Conte -un académico que llegó inesperadamente al gobierno en junio de 2018 en una insólita coalición entre la agrupación Cinco Estrellas, del cómico Beppe Grillo y Salvini- siga en el Palacio Chigi. Italia se acerca a los tres millones de contagiados y casi 90 mil muertos, no es tiempo de aventuras, sostienen. Pero no hay mayoría por nuevas elecciones.

En agosto de 2019, Salvini abandonó el gobierno luego de crecientes enfrentamientos con el premier. Había sido un matrimonio por conveniencia para saldar una de las tantas crisis políticas, pero había llegado la hora de la verdad. Fue la primera renuncia de Conte.

Renzi, que en febrero de 2014 había dado un batacazo llegar al poder, vio mermar si influencia desde que debió renunciar, en 2016. Con una fuerte ambición política, este ex alcalde de Florencia vio el filón y le dio su apoyo a Conte para formar un nuevo gobierno junto con el grupo de izquierda Libres e Iguales. El Conte II tenía dos ministros del partido de Renzi, Italia Viva.

El destino de los fondos de la UE fue el disparador de una crisis larvada. El monto total para la reactivación de los 27 miembros es de 750.000 millones de euros, Conte logró 209.000 millones para Italia, un triunfo inobjetable que se entiende en la necesidad de sustentar a un gobierno que puede evitar la llegada de Salvini al poder.

El 13 de enero, Renzi sacó a los dos ministros. El 18, Conte pidió un voto de confianza. Ganó en Diputados por 321 a 259 y en Senadores por 156 a 140, aunque sin mayoría absoluta ya que hubo 16 abstenciones. El 26 de enero renunció avisando que en realidad no se quiere ir. El 29, Mattarella encargó al dirigente de Cinco Estrellas y titular de la Cámara Baja Roberto Fico un “mandato exploratorio” para ver si logra una mayoría a favor de Conte en la asamblea. Tiene plazo hasta el martes para determinar la posibilidad de un “Conte ter” (por Conte Tercero).

Todos confían en evitar nuevos comicios. Un poco porque en esta situación sanitaria y con la subsiguiente crisis económica, la ciudadanía espera otras respuestas de la dirigencia política. Y otro porque con la modificación de la Constitución aprobada en setiembre pasado, el número de diputados se reducirá de 630 a 400 y el de senadores de 315 a 200. Muchos preferirán aferrarse a las bancas que ya tienen y no arriesgar una asamblea con menos sillas para todos.