Black Mirror ya se convirtió en uno de los fenómenos de la cultura pop de principios de siglo XXI. Como toda serie adictiva supo generar fanáticos que esperaron ansiosos el estreno de la cuarta temporada el viernes pasado. La posibilidad de verla completa en Netflix propone hacerse tiempo al borde de fin de año para una maratón de casi seis horas alrededor de estas tecnologías malditas. 

Black Mirror se presenta como una producción unitaria y no como tira continuada, lo que le permite desarrollar un hilo conductor temático no asentado en héroes o roles recurrentes sino alrededor de las tecnologías digitales y sus futuras potencialidades, marco en el que se exploran diferentes temores y obsesiones. Estas tecnologías protagonistas de las historias oscilan entre «evoluciones» de escenarios contemporáneos conocidos e invenciones tan posibles como horrorosas. Una característica narrativa de la serie es que despliega un contrato de lectura alrededor de una implícita dimensión tecnofóbica más que tecnofílica. 

En el primer capítulo de esta temporada, titulado «USS Callister», el protagonista emplea una tecnología descripta como un juego en línea de inmersión total, donde los jugadores pueden experimentar sus fantasías a modo de universo onírico pero con plena conciencia. Sigmund Freud planteaba que mientras el Yo se rige por el principio de realidad, el Ello lo hace bajo el principio del placer. En esa clave entre lo reprimido, el juego y la fantasía puede leerse el capítulo. Asimismo, con algunos diálogos orwellianos y guiños a las series de los sesenta al estilo Star Trek, abre la puerta a la intertextualidad con otras producciones que se podrá advertir también en capítulos siguientes. 

«Arkangel», dirigido por Jodie Foster, era el capítulo más esperado. La historia se asienta alrededor de un implante en período de prueba que permite la geolocalización y hasta ver a través de los ojos de la persona que lo lleva. La crítica a la sociedad de control y la vigilancia vuelve con potencia. No obstante se trata uno de los capítulos más identitarios de la serie, hay algo en el ritmo y la predictibilidad que no logra angustiar, desesperar y abismarnos ante la fatalidad de la distopía. 

En «Crocodrile», una arquitecta ve trastocada su vida familiar y profesional con la vuelta de un episodio de su pasado al que tiene que enfrentar. Paralelamente, una empleada de seguros investiga un accidente utilizando una tecnología que recupera recuerdos de los testigos mediante un dispositivo que les apoya en la cabeza. Es aquí donde la serie redunda y recupera recursos que con más o menos fidelidad ya vimos en anteriores capítulos. 

En la historia de «Hang the DJ» los jóvenes están sometidos a un sistema tecnológico de citas que promete un 99,8 por ciento de efectividad en la búsqueda de la pareja ideal. La seducción, el amor romántico y el sexo se ponen bajo crítica como dimensiones constitutivas de las relaciones sociales. Al tiempo que la sensación de futuro de toda la serie vuelve a estar presente. 

«Metalhead» es el primer capítulo en blanco y negro de la serie. Se trata de una distopía con pocos personajes y multigenérica que podría encasillarse como de acción en el despliegue, de ciencia ficción en lo narrativo, de suspenso en la musicalización y en la creación de climas. Robots, persecuciones y situaciones extremas anuncian una vez más un futuro postapocalíptico. 

Por último, «Black Museum» se trata de un drama narrado en primera persona por un personaje que nuclea varias historias. A modo de Cuentos Asombrosos, se puede leer como un epílogo y resumen de problemáticas recurrentes en la identidad de la serie. 

Asistimos a una nueva función de Black Mirror donde los determinismos tecnológicos se misturan con un amplio repertorio de temas que van desde la crítica social, la confusión entre fantasía y realidad, la sociedad de control, los límites de la moral humana, la seducción y el sexo. Además, la temporada retoma algunas ideas ya planteadas en anteriores capítulos, como recuperar imágenes de las memorias humanas o invisibilizar rostros mediante el bloqueo tecnológico. 

Finalmente, por si quedaban dudas, en esta temporada se confirma una premisa básica de la narrativa transmedia contemporánea: que existe un universo Black Mirror y que por lo tanto los capítulos se encuentran interconectados. Esta vez, por momentos, nos lo gritan en la cara, con carteles, con música y hasta con rostros que ya conocemos. «