La recalificación del mercado financiero argentino como “emergente” por parte de Morgan Stanley Capital Investment (MSCI) y la aprobación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional en su directorio ejecutivo fueron festejados por el gobierno como una goleada memorable.

Pero si de metáforas futbolísticas se trata, se parecen más a los dos goles de Nigeria contra Islandia que renovaron precariamente las golpeadas esperanzas argentinas hacia la final de la primera fase que tendrá lugar el próximo “supermartes” mundialista.  

El componente de “dinámica de lo impensado” que posee por naturaleza el fútbol y que todavía puede producir el milagro de la clasificación a octavos, no lo tiene la estructura condicionada por las leyes de hierro de la economía política.

El salvataje en tiempo de descuento que realizó la calificadora integrada por especuladores de guante blanco y el desembolso también acelerado del padre de todos los prestamistas, otorgó un respiro para contener parcialmente la corrida cambiaria, pero de ninguna manera implicó una solución a la crisis económica y política que atraviesa la administración Cambiemos. Peor aún, las “ayudas” pueden actuar como agravantes, debido a las duras condiciones que impusieron ambos organismos.

El índice de MSCI mide esencialmente las facilidades o trabas del país para la libre circulación de capitales de corto plazo. En su mensaje, la agencia advirtió que podría revisar a la baja la reclasificación si el gobierno “introduce cualquier tipo de restricciones de acceso al mercado, tales como controles de capital o de divisas”.

Traducido: para sostener la flamante clasificación, el organismo obliga a declarar al mercado financiero argentino como territorio liberado para capitales golondrina o zona franca para fondos buitre. Para seguir siendo “emergente”, el país debe garantizar la fuga de capitales, justamente uno de los mecanismos que provocó la corrida que puso en jaque al esquema económico. Pan para hoy, corrida para mañana.

La reclasificación llegó después de que se conociera que, pese a que el Banco Central ofreció una gélida tasa del 47% anual, un 40% de los inversores no había renovado las Lebac el martes pasado. El nuevo estatus otorgado por Morgan Stanley se desmentía a sí mismo: llegó en un feriado argentino para evitar que la “crisis de confianza” se manifestara con la continuidad de la corrida el día que la selección se derrumbó frente a los croatas.

Por su parte, el documento acordado con el FMI -que se va conociendo en cuotas como el préstamo- incluye 56 compromisos de política fiscal, cambiaria y monetaria: además de la devaluación que ya tuvo lugar (y es una de las más grandes de las últimas décadas), exige fuertes recortes en obra pública, uno de los pocos motores que tuvo el modelo macrista en el último periodo.

Tasas que empujan al congelamiento de la economía, devaluación y cepo a las paritarias que recortan el poder adquisitivo del salario y ajuste en los gastos públicos, configuran un combo para la inevitable profundización de la crisis social y política que afecta a un gobierno débil.

Los anabólicos de la nueva narrativa oficial, que hablan de un “relanzamiento”, una nueva “musculatura” o “retonificación” política a partir del salvataje, se mostrarán tan falaces como la famosa hegemonía que nunca fue.

En este contexto y con un diagnóstico social lapidario, tendrá lugar el tercer paro general que afrontará Cambiemos desde que asumió (si se cuenta el convocado sobre la hora el pasado 18 de diciembre).

El triunvirato que conduce la CGT llamó a la huelga, como en las ocasiones anteriores, sin convicciones y casi con resignación. Algunos de sus dirigentes describe el objetivo con total descaro: “El paro es para descomprimir”.

En el libro El camino al colapso. Como llegamos los argentinos al 2001, de reciente publicación por Ediciones Continente, el investigador Julián Zícari analiza cómo medidas aisladas de este tipo llevaron en los años menemistas a que la protesta popular pase “casi de un sólo golpe a fragmentarse, aislar sus luchas y asumir -cada una de ellas- una perspectiva particularista, como si cada reivindicación, reclamo o resistencia fuera sólo una demanda de grupos desconectados (…)”.

Gran parte de las contrarreformas neoliberales de aquellos años no le deben el éxito a la fortaleza de la ataque, sino a la debilidad de la resistencia impuesta esencialmente por la colaboración y el participacionismo sindical por parte de muchos de los que hoy son garantes de la gobernabilidad de Macri.

Con mucho menor consenso del que gozaba Carlos Menem en aquellos tiempos por la resignación que había impuesto la hiperinflación, en un contexto internacional más adverso y con una musculatura política disminuida; Macri y Cambiemos ofrecen más flancos débiles para derrotar su plan y evitar que se ponga el país de sombrero. Siempre y cuando exista la voluntad y la resistencia se imponga por sobre la integración.

Porque el mercado financiero podrá tener un veranito como “emergente”, pero en la disputa de fondo se trata de quien va a pagar la crisis de un país en grave emergencia. «