“Yo abrí la Embajada Argentina en Angola, entre 2003 y 2007 fui el primer embajador argentino en ese país”, dice Eduardo Sguiglia, que acaba de publicar su última novela, El miedo te come el alma (Edhasa) con la que cierra la trilogía que inició con Ojos Negros –que no por casualidad transcurre en África- y siguió con Los Cuerpos y las Sombras. 

Economista de profesión y multipremiado en ese campo, hace unos 20 años comenzó a escribir ficción, un ámbito muy diferente, pero en el que también cosechó éxitos. The New York Times subrayó que sus novelas remiten a Kafka y a Conrad y en 2002 el Washington Post consideró que Fordlandia, su primera novela, estaba entre las cuatro mejores publicadas ese año. 

Alejado del modelo tradicional de escritor y también de las poses que suelen adoptar algunos miembros del mundillo literario, Sguiglia escribe tan gozosamente como desarrolló su profesión de economista, como se entregó a la militancia política y como abrió una embajada argentina en África. 

-El miedo te come el alma puede ser leída como un policial, como una novela de espionaje, pero creo que es, aunque en apariencia pueda no parecerlo, una novela política. ¿Usted de qué forma la piensa?

-Bueno, debo decirle que  usted coincide con mi editor, Fernando Fagnani. Esta es mi sexta novela. Cuando terminé la primera, Fordlandia, me costó entender qué tipo de novela era. Cuando terminé esta, me pasó lo mismo y me hice la misma pregunta que usted me hace ahora. 

-¿Y qué se contestó?

-Creo que lo que usted dice es atinado y comparto la opinión del editor. Me parecía interesante dejar ver un poquito este fenómeno de lo que se produce en el mundo virtual, el poder que tienen los buscadores. Hace dos o tres años, en mi trabajo en la diplomacia, antes de entrevistar a alguien, se lo googleaba, se veía cuál era su trayectoria, incluso si había algún pecadillo de por medio, cuál era su punto débil y su punto fuerte y, en base a toda esa información, se construía un perfil. Esta percepción virtual previa era casi tan importante como lo que luego se veía en la interacción real con esa persona. Eso invertía los términos de cómo se llegaba a evaluar a una persona, porque la información virtual valía casi tanto como el contacto directo. Me pareció que esto era algo interesante para abordar 

-Uno de los personajes dice una frase que parece describir la situación actual: “La verdad está pasada de moda”. En la época de la posverdad las redes sociales le han quitado un espacio a los medios tradicionales en la “construcción” de la realidad. Usted cita a Hemingway que decía que para neutralizar una mala crítica se necesitan tres críticas buenas. Ahora esa batalla se produce en las redes.

-Sí, ahora con las redes se necesitan no tres, sino cinco. Eso es algo altamente significativo. Hay gente que se deleita con eso, gente que vive en ese mundo. Incluso a veces se reproducen cosas que no son ciertas y no se lo hace por mala fe, sino que es un efecto de la repetición de la información que circula en las redes. Hace poco una amiga reprodujo una foto de las juventudes políticas de principio de los años ’80. Yo estaba en esa foto. Ella saca una conclusión equivocada. Entonces le digo que está en un error. Me contesta que el que está en un error soy yo y que las cosas habían sido como ella las contaba. Una locura total. A partir de la información de las redes ella corregía un hecho del que yo había participado personalmente, de un hecho que viví.

-Hoy tiene más peso la verdad construida que la verdad misma. Por eso, los funcionarios se permiten hablar del país como si fuera Suiza aunque la realidad lo desmienta

-Así es. ¿Pero está segura de que esto no es Suiza? (risas). Su reflexión me hace pensar en algo más abarcativo. A través del tiempo el ser humano siempre construyó un discurso respecto de la realidad. En Memorias de Adriano Marguerite Yourcenar lo hace reflexionar a Adriano sobre el corte entre los tiempos en que había otros dioses y el tiempo en que aparece el cristianismo con la construcción de un nuevo relato. Creo que lo que podemos ver ahora es la generalización, el abuso y el cambio constante del relato a diario. Quizá me equivoco, pero los seres humanos siempre vivimos apegados a un discurso explicativo de la historia, de la realidad, de las relaciones. Hasta que Marx piensa el mundo, había una serie de explicaciones acerca del trabajo, a mi juicio, equivocadas, pero que se tomaban como naturales: hay un amo y un esclavo, un patrón y un obrero porque el orden natural así lo manda. Lo que sucede hoy es que todo se ha acelerado  y la construcción del relato se hace de episodios chiquititos como una movilización que es tergiversada en las redes o interpretada de acuerdo con un  ángulo desde el que se la mire y poco importa cómo ocurrió. 

-¿Cómo nació esta novela?

-No sé, es algo muy difícil de describir. Creo que en el proceso creativo uno recuerda cosas que vio, que vivió, lecturas, debates. Pone imaginación y de ahí, bien o mal, sale algo. Lo que sí recuerdo es qué fue lo que disparó la novela. Uno de los disparadores fue una discusión que hubo en casa en una fiesta de fin de año sobre el título de una película de Fassbinder. Se discutía si era El miedo te come el alma o El miedo comer alma. La discusión tenía que ver con la traducción. Esto me llevó a pensar en todas las confusiones que se dan cuando uno traduce mal, o abusando del dominio que uno cree que tiene sobre el lenguaje, interpreta mal lo que se dice en otra lengua. Otro disparador fue un artículo que leí hace muchísimos años sobre Monte Veritá, un lugar ubicado en Suiza que hasta ese momento no conocía y que conocí después.

-¿Qué era ese Monte Veritá que aparece en su novela?

-Era la avanzada de una comuna hippie, libertaria. Fue algo que sucedió hace más de 100 años cuando no se hablaba del amor libre, de la igualdad de género, del cooperativismo en relación con la comida, del uso común de los espacios…La  visitaron desde Isadora Duncan a Lenin, de Thomas Mann a Hermann Hesse. Creo que hubo también un tercer disparador.

-¿Cuál fue?

-Hace un tiempo estaba en Berlín. Era un día gris y lloviznaba y una amiga de mi mujer propuso que fuéramos a caminar. Yo dije que estaba lloviendo, pero igual salimos y recordé siempre esa escena, esa lluvia finita. Creo que esos fueron los elementos fundantes.  

-¿Usted participa mucho en las redes sociales?

-No, pero estoy atento a lo que la gente dice acerca de ellas. Tengo hijos de 27 para arriba y me doy cuenta de que ellos han crecido con este fenómeno y le presto mucho oído a lo que dicen. Creo que es el fenómeno de comunicación más importante que ha vivido mi generación. De todas las fantasías que circulaban cuando yo era chico acerca del siglo XXI  la única que se cumplió largamente es la explosión tecnológica en el campo de las comunicaciones. 

-Usted no se dedicó sólo a la literatura, sino a diversas cosas.

-Sí, soy economista y pertenezco a la generación de los setenta. No quiero caer en un lugar común muy manoseado, pero participé de la insurgencia. Vivía en Rosario y participaba activamente en política. Por entonces la política me insumía tiempo y trabajo. Tuve la suerte de salvar mi vida tres veces. Luego de la tercera, en la que me salvé por un pelito, me fui exiliado a México. Volví clandestinamente a la Argentina antes de que terminara la dictadura. Me sorprendió gratamente el proceso democrático y seguí formándome y dedicándome a la política. Por entonces publiqué mi primer libro, que estaba referido a Agustín Tosco. Gané concursos, gané premios como economista, escribí artículos. La ficción llegó mucho después con Fordlandia. «