Al principio se invirtieron los roles. La escritora colombiana Laura Restrepo olvidó que ella era la entrevistada y, por unos minutos, apeló a su viejo oficio de periodista para consultarnos sobre la reaparición de Tiempo y nuestra flamante cooperativa de trabajadores. Luego, todo volvió a la normalidad y las preguntas fueron nuestras…

–¿Qué quiso contar con su nuevo libro Pecado?

–Si bien es una novela de ficción con una serie de protagonistas que se relacionan con el mal, siento que el tema principal de Pecado gira alrededor de la ética. La tesis que manejé detrás del libro es que se ha desplomado aquella ética religiosa que durante siglos nos marcó patrones de conducta de una forma muy normativa. Qué es el bien y qué es el mal dejó de regir. Y frente a ello, la humanidad no alcanza, no quiere o no puede construir una ética de carácter civil, laico.

–¿Por qué cree que no puede lograrse?

–Bueno, seguramente sí se ha armado algo porque tenemos un sistema de vida, producción y consumo que sí levanta un tipo de ética. Pero en realidad es una anti-ética. Es la ética de la soledad, de la competencia, del aislamiento y de la desconfianza, frente a todo el que es distinto. Muchos de los diez mandamientos seguramente habría que tacharlos porque hoy ya no son válidos. Y otros, como el amor al prójimo, no encuentran ningún tipo de repercusión en la ética contemporánea. Ocurre todo lo contrario. Hoy tenemos una no-ética, porque el otro no existe, es competencia y lo sentimos como una amenaza. Los valores supremos de hoy son el propio prestigio, la exaltación de la vanidad, la juventud, el placer y el hedonismo.

–¿Considera que este es un camino irreversible?

–Lo veo como un camino peligrosísimo, de ahí la urgencia de la discusión sobre pautas de conducta que nos permitan relacionarnos en mejores términos. Porque para mí lo que está en juego es la existencia de la raza humana en cuanto especie.

–En su libro ya plantea una discusión urgente sobre el concepto del mal.

–Claro. Los protagonistas de la novela son una chica que descuartiza al novio, un ejecutivo adúltero, tres veraneantes lindas y blancas que pecan de frivolidad, un adolescente sicario… En todas estas historias el tema de fondo es el mal, algo que nos acecha en forma permanente. Un buen ejemplo podrían ser las durísimas e inclementes relaciones humanas que hoy se viven en Europa con los inmigrantes. Es una barbaridad lo que está sucediendo allí, es algo que no tiene nombre. ¿Cómo Europa, donde se supone que hay gobiernos democráticos, cierra la puerta a gente que huye de la guerra como tantas veces ocurrió con los propios europeos?

–En uno de los cuentos propone que la indiferencia sea el octavo pecado capital.

–Sí, habría que añadirlo. Creo que la relación del hombre con el hombre, con el planeta y con los demás animales es de una crueldad terrible. Estamos hablando de exterminio y frente a ello necesitamos un comportamiento que nos guíe, una ética.

–¿Cómo se genera una ética social que trascienda las miserias individuales?

–Tenemos una manera de comer, vivir, producir, consumir, que es eminentemente egoísta. El prójimo es un enemigo, genera desconfianza, es tu competencia y de alguna manera, tu derrota. Debemos revertir que el prójimo no sea un ser digno de compasión, sino digno de admiración y fascinación. Hay que preguntarse por qué lo distinto a mí no puede ser fascinante.

–Pero, ¿cómo se pone en marcha semejante proceso?

–No sé, por lo pronto abriendo la discusión. Nadie tiene la respuesta, pero al menos debemos plantear abiertamente un debate. Y creo que el libro es una especie de invitación, un reto moral al lector para que sea él quien empiece a juzgar, a sorprenderse. Vengo de hacer una gira por España, donde es difícil entrar con nuestros dramas latinoamericanos. Pero el tema del pecado les encantó. No podía ser de otra manera porque es un cuento que ellos mismos inventaron. Saben de pecados más que nadie.

–Las historias de la novela también muestran que el límite entre el bien y el mal es bastante difuso, al punto que el lector llega a sentir cierta empatía con los protagonistas.

–Totalmente. Creo que el tema del mal es fascinante, en el libro aparecen unos personajes que cuentan sus pecado al oído del lector. Y eso es un asunto seductor. Además, creo que no hay juicio, un señalamiento del bien y el mal, más bien se plantea una invitación, un reto moral para que el lector se ponga en los zapatos de los personajes y él mismo decida. Insisto, la idea es no juzgar y compartir la perplejidad de no tener parámetros comunes sobre lo que está mal. Un buen ejemplo es lo que la gente hace en la cama. Hoy en día nos cuesta trabajo pensar que la pérdida del paraíso se debió a la lujuria. ¿Quién y en qué momento se inventaron ese cuento y qué verdadero pecado estaban tapando?

–¿Estructurar el libro en pequeñas historias independientes fue un intento de seducción de lectores más jóvenes, quizás no habituados a leer novelas de 500 páginas?

–Mira, por un lado sí. Me llamaba la atención ver a tantos jóvenes leyendo desde el celular, echando mano a mecanismos de lectura tecnológicamente distintos. Pero más que nada sentí cierto hastío de la novela concebida en términos tradicionales y también un poco de cansancio de la historia individual. Hoy siento la necesidad de abordar la literatura desde un espectro más amplio. Es posible que las cosas evolucionen hacia allá, como una saturación de la historia individual, de la casuística.

–¿Le resultó más fácil escribir esta serie de cuentos?

–Fue un placer, tuve un sentimiento de libertad enorme. Tener un hilo conductor muy fuerte me facilitó enormemente el trabajo. Para mí, es importante no aburrirme y me gusta buscar cosas nuevas. Mis libros no se parecen mucho entre sí porque pasan los años y no somos los mismos, cambiamos. Por eso es natural que busquemos cosas nuevas.

–En el caso de Pecados, da la sensación de que rescató su pasado como periodista. Al presentarlo en la Feria del Libro, explicó que algunas historias se basan en testimonios reales.

–Es verdad. Por ejemplo, el caso de Ema la descuartizadora se basa en una entrevista que hice hace mil años a una muchacha detenida en un pabellón criminal de Bogotá. Otro capítulo que se llama «Lindo malo ese muchacho» fue posible gracias a las innumerables entrevistas que hice con sicarios en tiempos de Pablo Escobar. Para la historia sobre el incesto tuve el privilegio de que una mujer me contara su experiencia de juventud, con matices y vericuetos que jamás podría haber imaginado. Recuerdo que ella admitía que era algo aterrador, pero había momentos en que no podía dejar de admitir que había tenido una historia de amor con su padre. Cuando le pregunté si se sentía rara en una situación tan a contracorriente, ella me dijo que sólo era una muchacha enamorada. Como el padre la había abandonado de bebé, toda su vida había soñado con estar en sus brazos. Fue muy interesante, porque pude pescar ese breve instante anterior a la culpa. Porque luego se dio cuenta de que la situación era aberrante y terrible, y quiso salir corriendo. Pero hubo un momento anterior en que ella me confesó que estaba en brazos de su padre y no se cuestionaba nada. Era lo que había soñado siempre.

–Recién habló de la culpa, ¿hasta qué punto nos condicionan las imposiciones religiosas?

–Hemos sido creados en torno a la culpa, nos azotamos el día entero. Es algo propio de las religiones monoteístas, no sólo de los cristianos. Los musulmanes también la comparten, a juzgar por este afán de ritualidad sacrificial que muestra el extremismo. Eso de entregar la propia muerte, matar a los demás pero también entregar mi vida, parecería tener un trasfondo de culpabilidad, de necesidad de expiación grande. La relación con el mal, de hacer daño a los demás y a ti mismo, impulsa a cada uno a elaborar su propia jerarquía de culpas. En Pecado aparece un personaje llamado La Viuda, que es el apodo de un verdugo. Se trata de un cortador profesional de cabezas que se relaciona a sangre fría con el mal. A diferencia de otros crímenes de sangre, es un cirujano de la muerte. Un burócrata de la muerte.

–Usted vivió en el exilio y participó en el inicio de las negociaciones de paz en Colombia en los años ’80, ¿se sigue sintiendo militante?

–Pues mira, mi hijo te diría que sí a pesar de que hoy no tengo un partido para hacerlo, ni me aguantaría toda la jerarquía y el dogmatismo de la militancia tradicional. Pero reivindico totalmente mis años de militante. Soy quien soy porque pasé por ellos. Volviendo a mi hijo, siempre me dice que sigo siendo teleológica, que siempre ando buscando explicaciones generales y causas últimas. Me dice que soy muy setentera. Creo que tiene razón.

–¿Cuál es su opinión sobre los cambios políticos que se están produciendo en América Latina?

–He vivido en Europa y desde luego disfruto de la actual convivencia pacífica, un regalo realmente extraordinario. Pero de todas maneras hay cierta quietud en la política que no siento en América Latina. Allá recuerdas a Chávez y se horrorizan. Sí, de alguna manera fue un error pero también fue una forma de buscar una salida, de volver a poner a los pobres en el diccionario. El neoliberalismo los tachó de un plumazo.

–¿Cree que pueden volver a ser tachados?

–Creo que sí. Hay una tendencia a retomar caminos tradicionales. Que se ponga el estigma de populismo a todo lo que viene del campo popular indica el deseo de volver a ciertas formulas más conservadoras de burguesía clásica. De pronto, menos lúmpenes en muchos sentidos, pero más convencionales en sus formas de apropiarse de los recursos. En España (país en el que vive) si bien hay una vanguardia intelectual muy informada sobre América Latina, ven una barbarie enfrentada a las formas tradicionales de hacer política. Pero bueno, en Europa hablan de barbarie latinoamericana mientras ellos le cierran las puertas de una manera feroz a gente que viene huyendo de la guerra. ¿Cuál es la verdadera barbarie?