Una noticia originada en México comienza a trazar el epílogo de una biografía turbia, la del exagente de la SIDE y proxeneta criollo, Raúl Martins Coggiola, cuya extradición a Buenos Aires acaba de ser concedida por el canciller azteca Marcelo Ebrard. El tipo había sido detenido el 3 de octubre en Cancún. Sobre él pesaba una orden de captura internacional a raíz de su procesamiento desde 2012 por ser el presunto jefe de una organización dedicada e explotar mujeres en Argentina y el Caribe mexicano.

Este es también el hecho más reciente de una saga de extorsiones, sexo, balas y dinero sucio, protagonizada por espías, jueces y políticos que llegaron hasta el peldaño más elevado del poder; entre ellos, Antonio Stiuzo, Norberto Oyarbide y el mismísimo Mauricio Macri.

He aquí una trama que merece ser contada.

Hubo un tiempo remoto en que Martins era otro: “Aristóbulo Manghi”. Así fue rebautizado en la SIDE. Tenía 27 años, decía dar clases de Historia en un secundario y provenir de una familia acomodada. Pero a veces, entonado por el whisky en alguna sobremesa, solía revelar su verdadera ocupación.

Su solicitud de ingreso a ese organismo –avalada por un coronel amigo de la mamá– data de 1973. Poco después salió su “nombramiento condicional” con categoría C-C33IN14, que significa “agente secreto”. Y fue destinado a la Base Billinghurst. Su tarea inicial fue fotografiar militantes en movilizaciones previas al golpe de 1976. Ya bajo la última dictadura, se dedicó al seguimiento y vigilancia de posibles “blancos de la lucha antisubversiva”, así como en el argot represivo se denominaban a las futuras víctimas.

La Base Billinghurst tenía bajo su ala el centro clandestino Automotores Orletti, la filial vernácula del Plan Cóndor. Allí hizo amistad con dos insignes esbirros: Eduardo Ruffo y Aníbal Gordon. También hizo excelentes migas con Pedro Tomás Viale (a) “El Lauchón”, y “Jaime Stiles”, una joven promesa del espionaje; su verdadero nombre: Antonio Stiuso. El vínculo entre todos ellos sobrevivió al restaurarse la democracia a fines de 1983.

Tres años después Martins renunció a la SIDE para volcarse el negocio de la prostitución. Se cree que en dicha actividad pudo haber invertido dinero negro del aparato represivo. Paralelamente retomó la docencia en un colegio católico. En una ocasión invitó al secretario de un juzgado para dar una clase sobre adicciones. Era Norberto Oyarbide. Ellos se conocían de otros claustros más festivos.

Lo cierto es que el emprendimiento de Martins marchaba sobre rieles. Y Viale colaboraba con él. En paralelo, el “Lauchón” investigaba para la SIDE cuestiones de narcotráfico, reportando directamente a Stiuso, ya al frente de la estratégica dirección de Contrainteligencia.

Por entonces Martens había expandido sus actividades hacia la ciudad de Cancún. Lo secundaba un tal Gabriel Conde como encargado del Mix Sky, su lupanar insignia del exespía en esas latitudes.

Es sabido el esfuerzo existencial de Mauricio Macri para ser algo más que “el hijo de Franco”. Así descubrió que la actividad de dirigente deportivo podría ser una llave para ello. En este punto entró en escena don Luis Conde. Era el dueño de Shampoo, el piringundín de Recoleta, muy frecuentado por el heredero de SOCMA. Y encabezaba en Boca una línea opositora. Fue él quien lo introdujo en el mundillo político del fútbol.

Mauricio también se hizo amigo de Gabriel, el hijo de su mentor.  

Quince años después, ya entronizado en el Gobierno porteño, Mauricio desposó a Juliana Awada. Y partió de luna de miel hacia México.

Y visitó a Gabriel, quien ya gerenciaba en Cancún el Mix Sky Lounge. El flamante matrimonio gozó allí de una velada fabulosa.

Dos años más tarde le saltó en la cara un sistema de coimas y aportes de campaña con billetes provenientes de la trata y la prostitución. La denuncia la hizo la propia hija del fiolo, Lorena Martins.

El Mix Sky Lounge fue clausurado en 2012.

Pero la crisis policíaco-familiar de Martins era cada vez más profunda y embarazosa. Su hija lo había denunciado –en la justicia y ante la prensa– por “proxenetismo” y “trata de personas”. Aquella “grieta” arrastró al Lauchón e inquietaba de sobremanera a Stiuso. 

A principios de 2012 el Lauchón fue acusado por Lorena de mandarle sicarios por cuenta del papá con el propósito de callarla para siempre.

El azar jurídico quiso que la denuncia de Lorena cayera precisamente en el despacho del juez Oyarbide. El asunto quedó en la nada.

Sin embargo, aún no había sucedido lo peor.

Era 9 de julio de 2013 cuando Martins recibió en Cancún por teléfono una mala noticia: el confuso fallecimiento de Viale, acribillado por el Grupo Halcón, de La Bonaerense, al ser allanada su casaquinta de La Reja por una causa de drogas.

Stiuso no tuvo ninguna duda de que se trató de un ajuste de cuentas. Ni que los plomos que despenaron a su amigo eran en realidad para él: en esa noche debió reunirse con el Lauchón. Pero canceló la cita a último momento. Problemas de agenda. Poco después fue echado de la SIDE.

Y Macri iniciaba su ascenso hacia el sillón de Rivadavia.

Lo cierto es que desde entonces parece haber transcurrido un siglo.

Ahora, mientras Macri ya en el llano no sabe qué hacer con su tiempo libre, Stiuso es apenas un fantasma cuyo poder está únicamente cifrado en un manojo de  secretos que aún atesora. Y Martins languidece en una celda azteca a la espera de una repatriación nada triunfal. «