En su recordado libro El Gran Tablero Mundial, Zbigniew Brzezinski, el más importante pensador de la Política Exterior de Estados Unidos desde el Partido Demócrata, decía que los organismos multilaterales que había promovido su país adoptivo después de la Segunda Guerra Mundial, tenían como objetivo preservar sus intereses, y que el poder real y la naturaleza del sentido y el rol de aquellas instituciones, debía buscarse en Washington y no en sus nuevas sedes formales.

La situación de Venezuela y la intervención de estos organismos en relación con su política interna parecen darle la razón a ese sincericidio de Brzezinski.

Las elecciones parlamentarias acaecidas este último 6 de diciembre en Venezuela donde se renovaron los 277 miembros de su Asamblea Nacional, y la mirada occidental sobreviniente de las mismas, son una prueba actualizada de aquel diagnóstico de época.

Recientemente y sobre el actual multilateralismo y su impacto en situaciones como la de Venezuela, el canciller de la Federación de Rusia Serguéi Lavrov, exponiendo en el Consejo Ruso de Asuntos Extranjeros, un “think tank” que analiza la situación internacional desde el enfoque ruso señaló “EE UU y la Unión Europea quieren envolvernos en una nueva unipolaridad llamada multilateralismo. Hoy el único mecanismo fuera del Consejo de Seguridad de la ONU, donde todavía es posible acordar sobre la base del balance de intereses, es el G-20. En él están representados el llamado G7, los países BRICS y los estados que piensan con autonomía lo internacional (México, Argentina, Indonesia, Egipto). El G-20 es la plataforma donde pese a todo existe la esperanza de un avance de enfoques más balanceados, mas equilibrados, que luego se trasladen a formales estructuras jurídicas internacionales”.

El multilateralismo de las organizaciones supranacionales que se constituyeron para un mundo más justo y pacifico después de la Segunda Guerra mundial está en muy mal estado de salud institucional. La globalización financiera y su reguera de desigualdad hizo más visible su inoperancia.

Tanto el Consejo de Derechos Humanos de la ONU como la OEA sumados a toda la parafernalia de organismos supranacionales multilaterales al servicio de EE UU no solucionaran ninguno de los problemas de Venezuela y los del mundo actual, parece que tampoco.

La pandemia de Covid profundizó aún más estas presunciones, transformándolas en certezas.

El sueño unipolar de EE U administrado por las instituciones multilaterales de la “gobernanza global» ya huele a colonialismo manifiesto.

La condición de primera reserva petrolera del mundo de Venezuela sumada a su decisión soberana de abandonar su viejo status de protectorado colonial de los Estados Unidos la puso en la mira de las grandes potencias occidentales, las que de ninguna manera admiten que el destino de los países a quienes ellos denominan periféricos puede ir más allá del rol que las grandes metrópolis capitalistas le tienen asignado.

La pretensión colonial de los “gendarmes democráticos” occidentales, siempre fue la cortina donde ocultar, una falsa preocupación para con el país de Bolívar y Chávez.

Ya es hora de impulsar un nuevo orden global multipolar, de no injerencia, de equilibrios internacionales y de respeto a la soberanía de los países en sus relaciones entre sí. El mundo del siglo XXI necesita una institucionalidad internacional del Siglo XXI.

El mundo post Covid será distinto al que conocimos. Sería deseable que cambie para mejorar su actual desigualdad arbitraria, justificada por una institucionalidad multilateral en decadencia, que debe ser reformulada.