Cetarti es un empleado público que acaba de ser despedido y se va a Lapachito, un pueblito de la provincia de Chaco, para hacerse cargo de los cuerpos de su hermano y su madre asesinados a quemarropa. Cetarti (Daniel Hendler) es un tipo opaco y vago (fue echado de la función pública porque durante un año no fue a trabajar); y acepta enseguida el ofrecimiento de Duarte, un exmilitar represor y amigo de su padre (también militar), para arreglar una pensión mayor a la que le correspondería por la muerte de sus familiares.

 

Duarte es Sbaraglia. Un trabajo notable para ser más que un personaje en la piel de un exrepresor; Sbaraglia respira a exrepresor, es un milico hecho y derecho que continúa con alguna de sus viejas prácticas para mantener un buen nivel de vida ahí en medio de la casi nada: secuestra gente al mejor estilo Puccio y los esconde en un sótano de una de sus casas.

El resto de la trama será un in crescendo en la relación delictiva entre Sbaraglia y Hendler, que en un policial de pura cepa como los que Israel Caetano acostumbró al público en sus inicios, ofrece momentos para el aplauso de pie, deseos de que no termine, y una sensación final de que se vive en una realidad de la que no se conoce prácticamente nada y de la que mejor permanecer ignorantes porque es cruel y es mucha. Incluso de que ese desconocimiento es necesario como despertar todos los días.

Los párrafos finales son para el regreso de Caetano al policial negro -si es que un policial puede ser de otro color en la Argentina-, género que le permite develar la trama oculta sobre la que se asientan las relaciones sociales en el Río de la Plata. Así, si por ejemplo, en Bolivia ponía blanco sobre negro (y no es una referencia a cómo está filmada) los mecanismos de la discriminación y en Un oso rojo, los mecanismos de funcionamiento del capitalismo en la base social, aquí se ocupa de los microfascismos que se reproducen por la falta de ejercicio de derechos por parte de ciudadanos que no se sienten respaldados por un Estado. Y permítase a partir de aquí la hipótesis de que su regreso al género está íntimamente relacionado con el final de un ciclo político que le despertó simpatías, como si fuera de nuevo momento de dar cuenta de los bolsones de oscuridad que pueblan la vida cotidiana argenta, en especial de sus habitantes más vulnerables.

Algunos dirán que el ciclo político por el que sintió simpatía lo extravió como director. Tal afirmación, además de sólo sostenerse en un punto de vista ideológico, desconoce el derecho de cualquier realizador a tener altibajos, incluso a darse la posibilidad de probar caminos distintos. Es más, del derecho a relajar de la exigencia ajena y propia. Pero más allá de eso la hipótesis acá sostenida linkea con otra lectura. La de que en los momentos más sosegados para los sectores populares, sus artistas se toman cierto respiro; como si no sintieran la exigencia de dar cuenta de un estado de cosas urgentes a relatar, decir, denunciar. Cierto que a otros directores no se les notan tanto los desniveles (lo que no quiere decir que no los tengan). Al último gran autor policial que reconoce el cine argentino (aunque Caetano sea uruguayo), Adolfo Aristarain, durante el ciclo político que le generó simpatías tampoco se le apareció una idea “digna”. Las necesidades materiales de cada uno hacen el resto en cuanto a los proyectos que se emprenden.

Pero hay una cosa más en este “regreso” de Caetano: la ironía para hacer autocrítica sobre ese ciclo político que le produjo simpatía. Por un lado encontrar la locación que muestre a Lapachito como un futuro polo tecnológico (algo que jamás se concretó), por otro, la escena en la que Sbaraglia se ríe de Hendler por haber perdido un empleo público, tratándolo de idiota en el mejor sentido político del término.

Eso también aporta a la hipótesis que, si resulta corroborada, lleva al problema de cómo expresarse artísticamente de manera autónoma en los ciclos político con los que se tiene simpatía. Ahí también hay un desafío a resolver si lo que se pretende es comenzar un nuevo período de beneplácito para las mayorías.

El otro hermano (Argentina-Uruguay-España-Francia/2017). Dirección: Israel Adrián Caetano. Con: Leonardo Sbaraglia, Daniel Hendler, Alian Devetac, Ángela Molina, Pablo Cedrón y Alejandra Flechner. Guion: Israel Adrián Caetano y Nora Mazzitelli, basado en la novela Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued. 112 minutos.