Roma, Italia

El papa Francisco celebra este sábado su 80 cumpleaños, tras casi cuatro años de un pontificado reformador que seduce a un gran público pero indispone al sector más conservador de la Iglesia católica.

Ochenta años es la edad de una semijubilación para los cardenales, pues superado ese límite ya no tienen derecho a elegir a un pontífice en un cónclave. Sin embargo, el papa latinoamericano, «alérgico» a las vacaciones, no está dispuesto a dejar el primer plano.

Su agenda está repleta de ceremonias religiosas, audiencias y baños de multitudes. El papa ha hecho 17 viajes al extranjero desde su elección en marzo de 2013, y prevé para 2017 una peregrinación a Fátima (Portugal), un viaje a India y Bangladés, y quizá otro a África.

Una cadera dolorosa le hace a veces perder el equilibrio, pero no se plantea ya realmente una posible dimisión si le faltara la energía, como hizo su predecesor Benedicto XVI, de 89 años, en un gesto sin precedentes.

«Sigo avanzando» lanzó este verano boreal, enterrando las palabras que pronunció en marzo de 2015: «Tengo la sensación de que mi pontificado será breve, cuatro o cinco años».

Jorge Bergoglio, nacido en Buenos Aires en una familia modesta, y elegido 266º papa el 13 de marzo de 2013, vivió casi toda su vida en la metrópolis argentina, donde recorrió las ‘villas miseria’ y conoció la violencia.

Su carácter sonriente desaparece súbitamente cuando critica a una sociedad impermeable ante la tragedia de los migrantes o a un sistema económico que destruye a los más pobres.

Hospital de campaña

Mientras avanza su pontificado, el infatigable papa Francisco parece impulsado por una urgente misión: incitar a una Iglesia –desertada por los fieles en algunos países– a acompañar con misericordia a los católicos en situación irregular.

«Se puede hablar de una revolución, en la estela del concilio Vaticano II» (1962-1965), que abrió la Iglesia al mundo moderno, asegura a la AFP el vaticanista Marco Politi.

«Es un gran reformador que intenta sacar a la Iglesia de su obsesión histórica sobre los tabúes sexuales», resume. Es el primer papa en haber invitado a un transexual al Vaticano, y se niega a condenar a los homosexuales.

«Para él, la Iglesia es un ´hospital de campaña´ y no una aduana» donde se separa a los malos de los buenos cristianos, explica Politi.

El argentino fue elegido, entre otras cosas, para proseguir la reestructuración económica de la Santa Sede iniciada por Benedicto XVI, con el cierre de cuentas sospechosas en el banco del Vaticano, acusado de blanqueo de dinero sucio. También se rodeó de ocho cardenales para que lo ayuden a llevar a cabo una reforma de la Curia (gobierno del Vaticano), sembrada de obstáculos.

«En el plano doctrinal, no ha cambiado nada, nunca formó parte de los progresistas», precisa no obstante Politi. Así, el papa no prevé ordenar a sacerdotes casados o a mujeres, y sigue horrorizado por el aborto.

El papa de los periodistas

Pero sus detractores conservadores esperan el final de su pontificado. El último ‘incidente’ fue una carta de cuatro cardenales expresando «dudas» sobre un texto de abril en el que Francisco –aún sin cuestionar el dogma del matrimonio indisoluble– abre un acceso a la comunión para ciertos divorciados que volvieron a casarse civilmente.

«El papa ha sembrado mucha confusión en el seno de la Iglesia», comenta a la AFP Marco Tosatti, vaticanista reputado conservador.

«Da una imagen popular, simpática y alegre a la Iglesia» admite. «¡Pero las rebajas de verano no atraen nuevos clientes! Por mucho que las iglesias protestantes estén abiertas al mundo, ya no atraen a nadie», explica.

«Es el papa de los periodistas, muy bueno en comunicación», asegura, pero, según él, las reformas internas no funcionan.

El papa suscita en cambio un amplio consenso entre los fieles, y también entre algunos agnósticos y no creyentes. No es así en ciertos círculos eclesiásticos, confirma Politi: «¡Veo una guerra civil en el interior de la Iglesia!»

Ante reformadores muy discretos, los ultraconservadores intentan desacreditar al papa, según este experto.»El objetivo no es dar un golpe de Estado, sino de hipotecar la sucesión. Es como el Tea Party, que ha pasado años saboteando la autoridad de Obama, y ello ha tenido un efecto en la elección de Trump».