Al comisario preso Federico Jurado lo encontraron sin vida durante la mañana del 19 de enero sobre el camastro de su celda en la Unidad 9 de La Plata. Así, inerte y boca abajo como si durmiera, concluyó su decimotercera jornada en dicha cárcel. Tal sencillez mortuoria bastó para que el ministro de Seguridad bonaerense, Cristian Ritondo, y el fiscal de la causa, Marcelo Martini, esgrimieran –casi al unísono– la hipótesis de una «muerte súbita». Lo asombroso es que aún hoy insisten con eso, a pesar de que el informe preliminar de la autopsia desliza la sombra de un crimen. Su conclusión: «Síndrome asfíctico con edema agudo de pulmón hemorrágico.» En buen romance, el desafortunado policía se «tragó» su almohada. Y con el dudoso honor de convertirse –en el marco de la interna secreta de La Bonaerense– en el primer cadáver arrojado al escritorio de María Eugenia Vidal.

Un notable contratiempo en la causa por el affaire de los sobres con billetes en la Jefatura Departamental platense, la nave insignia del PRO en su presunta cruzada contra la corrupción policial. Y potenciada por un revés posterior: la excarcelación de otros ocho comisarios imputados en ese mismo expediente. Tal medida fue ordenada por la Sala V de Casación –con voto definitorio del juez Jorge Celesia–, al dar curso favorable al hábeas corpus presentado por el defensor Daniel Mazzocchini, patrocinante de cuatro policías.
La respuesta oficial supo dejar al descubierto –de manera involuntaria– una trama ominosa, atravesada por la vigencia de prácticas acusatorias dignas de algún texto de Franz Kafka.

El déficit fiscal
Aquel fallo de la Sala V ofuscó sobremanera al Poder Ejecutivo con asiento en La Plata. Al respecto, resultó curioso que la gobernadora y su ministro de Justicia, Gustavo Ferrari, actuaran como si el asesinato de Jurado no hubiese ocurrido. En cambio, se mostraron muy preocupados ante los nocivos excesos en materia de garantías individuales que propician los hábeas corpus. Y no sin disimular su sueño de poner coto a las atribuciones de los jueces de Casación por su papel malsano –según la visión macrista– en el funcionamiento de la ya célebre «puerta giratoria». De modo que ambos anunciaron la presentación de un proyecto legislativo de reforma al Código Procesal Penal para así limitar al máximo el sistema de apelaciones a la prisión preventiva. O sea, una eficaz manera de fabricar presos en serie sin juicios previos ni sentencias firmes.

En sintonía con ese horizonte punitivo, el flamante procurador Julio Conte Grand amenazó con un recurso ante la Suprema Corte provincial para revertir el fallo de la Sala V por una «errónea aplicación de la norma». Y con absoluta soltura, añadió: «Es opinión de las fiscalías en su conjunto que el fallo no tiene fundamento.» El tipo estampó dicha frase en una hoja oficio como si su propio parecer fuera extensivo a la totalidad de sus subordinados, y él mismo, una especie de guía conceptual del Ministerio Público.
Por su parte, el fiscal Martini se exhibió más pragmático y elocuente: «Lo de Casación fue una barbaridad», se aventuró a repetir ante todo micrófono que se le puso a tiro. Y explicó la razón: «Los presos estaban por quebrarse; iban a hablar. Pero el fallo me arruinó la posibilidad de negociación con ellos.»

Sí, esas fueron sus exactas palabras. Y ya con uno de sus rehenes muertos. Una confesión única y extraordinaria. Porque, si bien es un secreto a voces la existencia de numerosos fiscales y jueces que mantienen tras las rejas a sus procesados por esa misma pulsión extorsiva, el doctor Martini posee el mérito de ser el primero que lo admite abiertamente. Un gran aplauso.

Para hablar al respecto, Tiempo se comunicó con él. Y de entrada nomás amplió tal aspecto de su peculiar estilo de trabajo: «Vea, la calidad del encierro induce al preso a sincerarse; en parte, por la presión de la familia. Además, si estos policías se arrepentían, hubieran recibido una pena en tentativa para salir en libertad.»

–¿Ese es el sentido jurídico de la prisión preventiva?

–No. Eso lo digo yo.

–¿No teme ser recusado por aplicar tal metodología?

–Eso me tiene sin cuidado. Yo me atengo a la ley, y la figura de «asociación ilícita» me habilita a pedir la preventiva. Todo legal, ¿no?
–A propósito de lo que pasó con Jurado, ¿cómo le resulta investigar la muerte de alguien que usted mismo envió a la cárcel?

–Mire, para mí es un muerto más. Ni más ni menos.
–¿Cuál es su hipótesis?

–Parece que fue un paro cardíaco. No hay indicios de una muerte violenta.

–¿Y los hematomas que menciona la autopsia?

–Bueno, esos hematomas no le causaron la muerte.

–Una curiosidad, ¿usted ordenó secuestrar la almohada de Jurado?

–¡Uh, la almohada! No sé… A lo mejor se la llevó Gendarmería.

Tras aquella frase, el fiscal Martini dio por terminada la conversación.

Caja chica, infierno grande
Esta historia comenzó en febrero del año pasado a raíz del disgusto de un sector del comisariato por la designación de Pablo Bressi al frente de la fuerza. Sus primeras acciones: una «batida» anónima que propició la detención de tres oficiales muy afines al nuevo jefe por proteger narcos en Esteban Echeverría. Y otra «batida» sobre los hábitos recaudatorios en la Jefatura Departamental platense, con el propósito de enlodar al comisario Alberto Domsky, exjefe de ese coto y hoy en la plana mayor de Bressi. Así, en abril fue allanada esa sede policial, justo cuando allí había 36 sobres con 153 mil pesos.
El primer efecto del asunto fue el desplazamiento de su cúpula (integrada por Darío Camerini, Roberto Carballo, Ariel Huck y Walter Skramowskyj). Después, fueron incluidos en el lote otros cinco comisarios (Raúl Frare, Julio Sáenz, Sebastián Velázquez y Sebastián Cuenca, además de Jurado). Y a los seis meses, se ordenó sus detenciones. Corría el 30 de septiembre.
Ese día, Jurado inició la cuenta regresiva de su viaje al más allá.

Los nueve fueron alojados primero en la comisaría de El Pato; luego, se los mudó a la Unidad 9. Ya se sabe que allí Jurado se encontró con la muerte.
Además de establecer la asfixia, la preliminar de la autopsia consignó dos lesiones: un «hematoma en la región frontotemporal izquierda (compatible con un golpe)» y –también por efecto de ese golpe– otro «hematoma en el párpado superior izquierdo», junto con «tres improntas en la piel de forma semilunar (compatibles con yemas de dedos), localizadas debajo del lóbulo de la oreja izquierda». Esos datos bastan para reconstruir la dinámica del asesinato: todo indica que Jurado recibió en su lecho un fuerte golpe en la sien, posiblemente cuando dormía, y antes de que lo tomaran por la nuca para así ser ahogado con la almohada.

En tren de especulaciones, una conjetura: si el «soplo» de los sobres fue obra de alguna línea policial rival a Bressi, mantener a los detenidos en silencio era entonces su propio imperativo.
Sin duda, una partida de ajedrez entre hienas. «