Quizás se trate de uno los proyectos geopolíticos y económicos más ambiciosos del siglo que corre y del anterior. La «Iniciativa del Cinturón Económico y la Ruta de la Seda Marítima», que China tiene entre sus principales planes de mediano y largo plazo, contempla la construcción de puertos, rutas, gasoductos y otros tipos de infraestructura en más de 60 países de Asia, Europa, África y América Latina.

Lanzado en 2013 por el actual presidente chino, Xi Jinping, el plan parecía tan descomunalmente grande que pocos analistas apostaron a su concreción. Hoy, sin embargo, comenzó a tomar más forma. Muestra de ello fue el Foro Internacional que tuvo lugar en Beijing el 14 y 15 de mayo pasados y que congregó a 29 líderes mundiales, entre ellos los primeros mandatarios de Rusia, Pakistán, Italia, Francia, Turquía y Argentina.
El nombre del proyecto no es casual y tiene un fuerte impacto simbólico. La Ruta de la Seda nació hace más de 2000 años como una extensa red comercial que permitía vincular a China –por aquel entonces primera potencia en Oriente– con gran parte del continente asiático y Europa.
Con la apuesta de convertirse en el líder hegemónico mundial que reemplace a Estados Unidos hacia el año 2050, China está comenzando los movimientos para incrementar su área de influencia. El Brexit y la política exterior de Washington desde que Donald Trump asumió la presidencia parecen confirmar una tendencia aislacionista y de poca cooperación internacional. Se trata de un escenario que, a la vista de sus intereses, Beijing quiere aprovechar.

Como siempre, nada se explica sin ver la historia. Durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX, Estados Unidos conservó una posición estratégica en Asia a través de aliados clave como Japón y Corea del Sur. Sin embargo, en los años ’80 acusó a Tokio de llevar adelante una política proteccionista que debilitaba el comercio entre ambos países. Guerra Fría mediante, Japón aceptó la reprimenda para mantener el apoyo militar y político de EE UU en uno de sus patios traseros. El comunismo chino era una amenaza, pero a Washington también le preocupaba el permanente crecimiento japonés. Esto no hizo más que debilitar los esfuerzos por construir una integración económica regional liderada por Japón.

Hoy la historia parece repetirse: las relaciones entre Washington y Tokio no pasan por su mejor momento luego de que Trump decidiera retirar a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés).

Philip Golub, experto en relaciones internacionales y autor del libro El resurgimiento de Asia Oriental, sostiene que todos estos factores son la fase inicial de la construcción de una economía política regional china y de un área de competencia entre las dos potencias. «Estados Unidos y China se entregan a una lucha velada por la hegemonía en Asia. Mientras la segunda considera la región como su esfera de influencia ‘natural’, Estados Unidos quiere preservar todo lo posible el statu quo y, por ende, su preponderancia estratégica en Asia», afirma.

El proyecto

China apuesta a relanzar e incrementar las antiguas rutas comerciales por tierra y mar, para promover el desarrollo común entre todos los países involucrados. Uno de los principales puntos será estimular el crecimiento en las regiones menos desarrolladas de su entorno. ¿El objetivo? Encontrar más mercados en Asia y Europa que le permitan exportar los excedentes y asegurarse el suministro de energías y materias primas para su desarrollo.
Para llevar a cabo el proyecto, distintas instituciones crediticias controladas por Beijing financiarán rutas, líneas de ferrocarril y puertos; todo estará construido por empresas de capital chino. Se estima que la inversión durante los próximos cinco años podría rondar los 500 mil millones de dólares (diez veces las reservas internacionales argentinas) en más de 60 países.

Sin embargo, no se debe perder de vista que gran parte de la inversión no modificará estructuralmente las economías en desarrollo de Asia Central y África. Ezequiel Ramoneda, secretario académico del Departamento de Asia y el Pacífico de la Universidad Nacional de La Plata, hace una doble lectura al respecto: «Si bien habrá inversiones en redes de energía y en infraestructura de transporte que permitirán una mayor interacción, esto también puede generar una tendencia a la reprimarización de la economía dado que no se trata de inversiones en el sector productivo».

Uno de los proyectos más ambiciosos es el corredor económico China-Pakistán, de 3000 kilómetros y con un costo de 51 mil millones de dólares (de los cuales China aportará el 90 por ciento). La obra incluye la renovación de carreteras y ferrocarriles que permitirá a Beijing una mejor conexión con Irán y Turquía para acceder a Europa. Se trata, además, de una más eficiente salida al Océano Índico y, por lo tanto, a la costa este africana. Desde hace ya algún tiempo China cuenta con importantes inversiones en África, de la cual extrae petróleo, coltan (mineral que se utiliza en microelectrónica, telecomunicaciones y en la industria aeroespacial), cobre y madera.

Otra importante ruta de acceso a Europa por el norte es Rusia. Para ello ya está en marcha el proyecto para construir una línea ferroviaria de alta velocidad que unirá Beijing y Moscú a lo largo de 7000 kilómetros y tendrá un costo de 200 mil millones de euros. Esta línea se sumaría al tren con el recorrido más largo del mundo (13 mil kilómetros) que hoy conecta la ciudad china de Yiwu con Madrid, y está en fase experimental.

En lo que respecta a la ruta marítima, el gigante asiático busca alternativas al Mar del Sur de China, que conecta el Pacífico con el Índico. Sin bien es una zona estratégica y una de las vías de navegación comercial más importantes del mundo, existen disputas por sus aguas entre China, Vietnam, Filipinas y Malasia. Es por ello que Beijing ya tiene en mente la construcción de puertos en las costas de Pakistán, Bangladesh y Birmania. El destino final, el Mar Mediterráneo y, de allí, toda Europa.

En abril pasado los gobiernos de China y Birmania sellaron un acuerdo para la construcción de un oleoducto que otorgará a Beijing una vía más directa para importar parte del petróleo que compra a los países del Golfo.

En el terreno financiero, la creación, en 2014, del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura ha resultado uno de los mayores desafíos planteados por China a las instituciones crediticias dominadas por Estados Unidos (FMI y Banco Mundial).

Economía y geopolítica

Existen pocas dudas de que el proyecto es ambicioso: se trata nada menos que de un mercado de 3000 millones de personas y, en materia comercial, las estimaciones del gobierno chino hablan de doblar en 2020 los 1,25 billones de dólares que comerciaba China con los países euroasiáticos en 2013.

Para China, la importancia del proyecto radica también en su interés geoestratégico. En este sentido, parece firme la idea de reforzar el vínculo con Rusia, en un contexto internacional de complejas relaciones entre Moscú y Washington. «En las últimas décadas la cooperación entre Rusia y China ha llegado a niveles impensados. El distanciamiento ruso con los países occidentales luego de los sucesos en Crimea y Ucrania desarrolló entendimientos que permitieron la proyección china en áreas de influencia rusa, como los países del Asia Central», explica Ramoneda. Con la firma de numerosos acuerdos financieros, energéticos, culturales y de transporte entre ambos países, China busca mantener constantes sus suministros de gas y petróleo, y mostrar que tiene un firme aliado en la región.

El fundamentalismo islámico tampoco es un tema que queda al margen ni fuera de los planes. Jorge Malena, director de la carrera Estudios sobre China Contemporánea de la Universidad de El Salvador y autor del libro China, la construcción de un país grande, pone el acento en la posibilidad de que el gigante asiático se convierta en el proveedor de seguridad en Eurasia y explica que esto no necesariamente la enfrentaría a Estados Unidos. «La proyección hacia el Asia Central y Medio Oriente podría traer aparejado que Beijing amplíe el alcance de su política de seguridad al ámbito extraregional –apunta Malena–. Casi la totalidad de los territorios que abarca la nueva Ruta de la Seda atraviesa una situación política y de seguridad inestable, principalmente por el accionar del fundamentalismo islámico. Aunque esta extensión de los intereses chinos a Eurasia podría percibirse como perjudicial a los objetivos estratégicos de Estados Unidos, también sería funcional a Washington.»

Por otra parte, la escalada entre Corea del Norte y Estados Unidos obliga a China a hacer equilibrio entre ambas posiciones. «La Península Coreana es un área de alto valor estratégico debido a que es el territorio extranjero más cercano a la ciudad capital china, al cordón de industrias pesadas, al área portuaria Tianjin-Dalian-Qingdao y a la pujante área económica del curso inferior del Río Huanghe», señala Malena. A pesar de ser aliados históricos con el régimen norcoreano, a Beijing le preocupa la posibilidad de un conflicto bélico que desestabilice su frontera oriental. De allí la importancia de abrir rutas en su frontera oeste, lejos del Pacífico.

Aunque China no lo haga explícito, sus intereses no son solo económicos. Parece haber quedado lejos el mundo unipolar y el gigante juega su carrera. «