Hace 100 años, el 7 de noviembre de 1917, se iniciaba una revolución qué estaba destinada a ser la primera etapa en un proceso inevitable hacia la construcción de una sociedad sin clases. 

Un siglo después, la nación donde se originó aquel momento histórico pasó el día del aniversario en medio de la confusión y la incomodidad.  Como quien apura un trago amargo, los que vivieron la era soviética se quedaron en un recordatorio nostálgico, mientras que los más jóvenes siguieron con su vida normal.

El gobierno tampoco ayudó a que hubiera festejos de un acontecimiento que marcó todo un siglo, y eligió la tangente de recordar con un desfile de trajes de época una parada militar de 1941, con las tropas nazis a las puertas de Moscú, y en la que se homenajeaba, en momentos críticos para el país, la toma del poder por los soviets de San Petersburgo. Y sin feriado. Por la tarde, simpatizantes y militantes comunistas venidos de varios países del mundo marcharon por la avenida Pushkin hacia la Plaza de la Revolución, en una manifestación coordinada por el Partido Comunista de la Federación Rusa.

El presidente Vladimir Putin no hizo ningún comentario especial en referencia al acontecimiento, para el que muchos viajeros de todo el planeta se habían preparado con bastante antelación. Putin es un antiguo miembro de la KGB,  el servicio secreto soviético, y quedó al mando del país en el año 2000, luego de haber trabajado estrechamente con Boris Yeltsin, el primer gobernante post soviético. Putin no niega su pasado como integrante de la burocracia anterior y tiene una frase que define su posición mejor que ninguna: «Quien no extraña a la Unión Soviética no tiene corazón, quien la quiere de vuelta no tiene cerebro».

Eso fue muy claro el martes pasado: el día anterior había sido feriado por una fecha de las que ahora cubren el calendario escolar de Rusia, el Día de la Unidad Nacional, que hace referencia a la expulsión de tropas polacas en 1612. El día exacto es el 4, pero como cayó en sábado se hizo un feriado puente y se lo pasó al lunes. Eso permitió un recordatorio que salvara la «grieta» en la sociedad rusa entre quienes mantienen aquellos ideales y quienes pretenden hacer borrón y cuenta nueva.

Desde que en 1991 los rusos aprobaron en referéndum  la desparición de la Unión Soviética, la dirigencia viene armando un programa historicista para rediseñar la concepción que los rusos tienen de sí mismos. El problema se les presenta cuando quieren incorporar los 74 años de la era soviética. «Rusia es más que la Revolución Rusa», dijo alguna vez Putin. Y esa es la línea que siguieron desde entonces. En principio, se volvió a la bandera del imperio y se cambiaron los viejos billetes la imagen de Lenin por otros con reproducciones de monumentos históricos, aunque dedicados al zar Pedro el Grande o al príncipe Jaroslav. O sea, los íconos del antiguo régimen. 

En ese marco, la forma más elegante de recordar sin recordar es un desfile en conmemoración de aquel otro desfile en la Gran Guerra Patria, en que los soldados rusos mostraron su temple al cumplir con el rito militar y volver a combatir al ejército nazi. Se dice que casi todos murieron luego en combate.

Así conviven en la Rusia actual esas ambigüedades de manera que mientras se verifica cotidianamente que el país es lo que es, porque hubo revolución, se trata de olvidar porque es un recuerdo molesto, refiere a utopías que ya no existen. El dirigente gremial Renat Karimov (ver entrevista) se queja porque dice que «quieren separar a (Yuri) Gagarin del socialismo, así como el 7 de noviembre  de la revolución». Gagarin fue el primer cosmonauta y representa la cumbre de la destreza y la técnica de la URSS, mostrando al mundo el avance de la ciencia en el comunismo. Los rusos siguen estando orgullosos de ese pasado, a pesar de que renieguen de las razones para la hazaña. 

Es así que el desfile, que en otras circunstancias debía ser  una celebración oficial, sólo fue un acto que los que tenían entrada para observar desde una grada en la Plaza Roja definieron como un espectáculo teatral. Pero la histórica plaza estaba toda vallada y la gente de a pie no tenia posibilidad de acceso. Algunos se quedaban «con la ñata contra la valla»  sin poder ver nada de lo que ocurría, pero seguían las imágenes de la televisión.

La marcha organizada por el PC ruso fue otra demostración de que los tiempos son otros. El partido que gobernó a la URSS desde 1917 a 1991 es la segunda fuerza electoral, detrás del de Putin, Rusia Unida. Organizo un encuentro de partidos comunistas de todo el mundo que comenzó en San Petersburgo y culminó en Moscú. Fueron más de 130 delegaciones que debatieron cómo sigue la historia. 

Luego se unieron junto a unas 20 mil entusiastas que con banderas rojas y de cada uno de los países, más las imágenes de Lenin, el Che Guevara, Marx y Engels, recorrieron el camino que va de la Plaza Pushkin hasta la de la Revolución, junto a una estatua del autor de El Capital. El gobierno solo autorizó a que circularan por la vereda y puso un corralito de vallas y una impresionante cantidad de policías en un carril de la avenida. 

Los autos circulaban por el resto de la avenida Tverskaya ajenos a toda añoranza. «