Se jugaba mucho en la elección presidencial en nuestro país. Para nuestro país, para nuestro pueblo y para la región. Mucho.

Se ponía a consideración si lo hecho por Macri desde el gobierno contaba con el respaldo popular o no. Si se iba a continuar y profundizar el modelo que beneficiaba a unos pocos, de manera escandalosa, en desmedro de los intereses y derechos de nuestro pueblo o se rechazaba, y volvía la posibilidad de un gobierno que representara y se preocupara por las mayorías. El veredicto fue lapidario. Esta vez la forma de expresar la bronca y el rechazo al gobierno fue electoral. En otros momentos de la historia se expresó con otras maneras, como paros y movilizaciones del movimiento obrero en los ’80, con piquetes y cortes de ruta en los ’90 o el estallido del 2001.

Pero también la elección era decisiva para la región, para Latinoamérica. Porque era el momento de la disyuntiva sobre si la ola de derecha era imparable o no. Sobre si había terminado hace unos años, y para siempre, la posibilidad de que proyectos populares gobiernen la región o habían sido, aquellos años que van desde 1998 cuando asume Chávez hasta 2016 que es destituida Dilma, una excepción en la historia. Un extraño paréntesis entre años de hegemonía de las élites nacionales aliados a los imperios de turno con algunas excepciones aisladas que nunca alcanzaban a articular entre sí, como los gobiernos de Cárdenas en México, de Getuilo Vargas en Brasil, o del APRA en Perú.

La unidad de los gobiernos populares hizo vivir a nuestra región momentos de crecimiento económico, de mejoras en las condiciones de vida del pueblo y de ampliación de derechos. Y se logró participar en el escenario mundial con autoridad. En un mundo multipolar habíamos logrado ser un polo.

Pero esa era una complicación para el imperio. Quería a América Latina, como fue por mucho tiempo: a disposición. Que fuera su patio trasero, que siga dividida y tener una relación bilateral con cada país y no una con el agrupamiento que se logró cuando le dijimos No al Alca y que se expandió luego.

Y entonces planeó y concretó un plan para hacer retroceder los logros y la unidad de los gobiernos populares. Tuvo éxitos. Ganó Macri en Argentina, se destituyó a Dilma en Brasil, se apresó injustamente a Lula, se sacó del gobierno a Zelaya y a Lugo y luego se los proscribió. Entonces se habló de fin época, de cambio de ciclo. De que la experiencia populista había sido enterrada para siempre, que vendrían ahora largos años de gobiernos de derecha amigos de los Estados Unidos

Pero no es así.

Muchos sostuvimos, en polémica, que no había cambio de época y que América Latina era una región en disputa, entre una propuesta conservadora y neoliberal y la de los sectores populares, que habían sufrido reveses pero seguían dando pelea.

La derrota de Mauricio Macri nos dio la razón. Ahora, dos de los tres países más importantes de América Latina, México y Argentina, serán gobernados por propuestas populares. Ahora, en las elecciones presidenciales de octubre, Evo Morales y el Frente Amplio uruguayo mejoraran sus posibilidades. Ahora, Venezuela no estará tan aislada. Ahora, Lula tiene más probabilidades de recuperar la libertad. Ahora, los militantes sociales y políticos populares podrán mostrar los desastres de una gestión de gobierno para pocos y en desmedro de las mayorías fue derrotada por el voto del pueblo.

Habrá que aprender de nuestros errores anteriores, habrá que ser más consecuentes con la integración regional, habrá que trabajar más en la concientización y organización política y social.

Pero hoy la posibilidad de transitar los caminos de la Patria Grande nuevamente está más cerca. «