La dictadura no había llegado todavía a su fin y en medio de ese clima de muerte en que transcurría la vida de los argentinos la noticia de un crimen captó la atención de todos los argentinos: el caso Schoklender que dejó al descubierto la violencia engendrada y ocultada los años anteriores.

En ese contexto nace también el underground en la cultura argentina. “Presentar los 80 como un parricidio cultural fue una novedad teórica, fui encontrando un montón de vínculos por ejemplo entre el discurso de los hermanos y letras de bandas como V8”, explica el periodista y crítico de arte Fernando García a Tiempo Argentino.

García es el autor del libro Crimen y vanguardia, el caso Schoklender y el surgimiento del underground en Buenos Aires, editado por Paidós, donde aborda exitosamente la historia cultural y musical de la década del 80.

El libro originalmente nace de la participación de su autor en un concurso de ensayos organizado por el Senado de la Nación y cuyo tema convocante era la Contracultura del año 73 al 89. “No quería hacer algo general, tampoco sé en qué momento pensé en la relación entre la noticia del caso Schoklender y el surgimiento del underground”, explica.

Crimen y vanguardia, el caso Schoklender y el surgimiento del underground en Buenos Aires traza en forma estupenda el recorrido de bandas como Los Redonditos de Ricota, Los Twist, Virus y Sumo con anécdotas y datos precisos que habilitan una suerte de “paseo cultural” por la Buenos Aires de esa época. En la mayoría de los casos, el autor fue testigo presencial.

–¿Cómo abordaste la reconstrucción de esos momentos?

–De distinta maneras. A los Redondos los había trabajado mucho, los había visto. Es un período en el que participé como público. En ese caso, los Redondos me servían en cuanto a la conexión que llego a establecer entre el underground y los 60, en ese sentido, Virus también me sirve. Es un trabajo de años, asociaciones que uno empieza hacer. Hubo muchas cosas que vi de arte en los 60 que me hacía pensar en la cultura pop de los 80. Me sirvió el ensayo para dejar todo eso registrado, no sólo que el caso Schoklender sea una entrada a los 80 porque creo que los artistas mataron a sus padres de los 70, si no para mostrar esta continuidad de los 70 y los 80.

–Hay una fragmentación en el rock y en ese sentido, la dictadura es un hecho clave, ¿cómo lo abordás?

–Bueno, ahí vuelvo a los Redondos que tienen un lugar central porque vienen desde lo que forma la contracultura, que es un poco más atrás, del existencialismo, la cultura beatniks. Es rara su historia porque empiezan a fines de los 60 pero sale a la superficie en los 70 u 80. Son contraculturales pero se mantienen en un lugar desplazado de la contracultura eso les permite después ser parte del underground que cuestiona a esa contracultura. El período más fuerte de la contracultura es entre el 66 o 67 hasta el 73. Artaud de Spinetta es el zénit de la contracultura, el Everest. Después de eso empieza un período de asimilación de lo contracultural y una suerte de esclerosis multidisciplinaria.

–¿En qué sentido?

–La contracultura era un lugar fronterizo donde las artes se contagiaban unas a otras. Y el rock, sobre todo, fue una manera de decir muy rápido las cosas de la vanguardia, del pensamiento y del arte, pero a partir del 74 o 75 pasa a ser un formalismo musical. Después en el 81 empieza a ser algo parecido a los 60 pero con otros paradigmas, era más punk. En el caso de los Redondos conservan algo de eso, persiste en ellos esa forma, son parte del underground y traen algo de la contracultura original, no son iguales que Twist o Virus o Sumo. Todo eso termina de algún modo con Don Cornelio y la zona que para mí es el último grupo underground, y a la vez arrastra todas las tradiciones: sale del underground y es spinettiano. Es el primer grupo setentista en los 80, tiene patria o muerte, se hace cargo del discurso revolucionario que en el rock estaba vedado, callado. En el underground aparece en forma de parodia y acá no hay parodia, hablan en serio.

–¿Cómo se explica la relación entre el contexto los sucesos musicales en los 90?

–En los 90 el quiebre es menos significativo que en los 60 y en los 80. Se folkloriza algo del underground en cuanto que se crean santos populares como Luca Prodan, la militancia contracultural de los Redondos, mientras hay cierta continuidad en Suárez, Babasónicos, por hablar de lo que se considera rock alternativo. Se pierde lo interartístico de los 80, el teatro, la pintura, el rock. Se vuelve a dividir y hay una parte en que el rock se vuelve nacional y popular y eso sí es algo nuevo. Es un período muy distinto donde hay una resistencia a algunas medidas del menemismo, pero a su vez aparece esa reivindicación de símbolos y una apropiación del himno, de la bandera que responde a la idea menemista de la liberalización y la total de apertura de fronteras. Al rock le pasa al revés, se cierran las aduanas y empieza a mirarse a sí mismo. Desde Almendra y Manal, siempre hubo una idea de mirar el mundo desde acá, no creo que sea tan sintomático pero con el tiempo veo eso y me llama la atención. Termina pasando que el tango es más underground que el rock, hoy por hoy vas a ver a la Fernández Fierro y tenés una experiencia más cercana a un lugar de rock en los 80 que ir a ver una banda en Vorterix. Ya no estamos en los 90 estamos casi en el 2020, la velocidad en que pasaron las cosas en los 80 se volvió distinto, los grupos duran 20 años, sacan discos cada cinco. Si te ponés a pensar, Sumo desde que grabó su primer disco hasta que terminó pasaron sólo dos años. Y mirá todo lo que duró.

–¿Cuánto tuvo que ver la dictadura en esa rapidez y vertiginosidad que notás después en los 80?

–El underground es una salida y tiene que ponerse al día con un montón de cosas y esa velocidad tiene que ver con eso. Había que ponerle información al día. En el libro trato de decir que había un discurso, cuando se sale de los 80, de lo que se llamaba “comprometido” donde aparece más la música popular y la nueva trova cubana, una especie de reflexión sobre lo que había pasado en la dictadura. Aparece un underground descomprometido, trivial, pero cuando leés finamente, te das cuenta que era mucho más una respuesta a la dictadura. Cuando uno entiende lo que pasa con el cuerpo en la performance en el teatro, en rock en el underground, se da cuenta que es una reposición del cuerpo que era lo que se había violentado en la dictadura y había desaparecido. Entonces con qué se responde más a la dictadura con “Manso y tranquilo” o con que la gente se pueda soltar y bailar en un recital de Virus; o que Los Twist canten sobre la averiguación antecedentes. La crítica de la contracultura era eso, decían que el rock se moría porque no tenía mensaje, no tenía profundidad y en verdad son más profundos. Y cito Los Twist porque era el paradigma del grupo light para la cabeza de la contracultura.

–¿Cómo eran los recitales y los espectáculos en esa época?

–Vi Los Redondos y Sumo. Antes había visto lo de atrás, Piero, Porchetto, Spinetta y realmente era otro mundo. Pasabas de ver un recital común con los artistas de los 70 a ser parte de un happening, una performance con Los Redondos y con Sumo que fueron los grupos que más me shockearon en vivo. Era muy distinta la experiencia de escuchar música respecto de los artistas que venían consagrados de los 70, aún Charly García que ya venía aureleado y que pegó un volantazo volviéndose moderno al comenzar los 80.

–¿Se puede dar un nuevo encuentro entre las diferentes artes en una Argentina como la de hoy?

–Tienen que aparecer artistas que tengan un poco más de apertura mental.

–¿Está relacionada la intervención de la industria discógrafica en esa falta de apertura?

–No necesariamente. Acá y en el mundo hay artistas que en el mainstream tienen apertura. Me doy cuenta que hay mucho para hacer pero los artistas ni siquiera están pensando en eso. Es cuestión de imaginarlo y ponerlo a trabajar en una misma dirección, en el rock no se sabe mucho de la historia del arte argentino y el mundo del arte desconoce por completo lo que pasa el rock, pero siempre hay mucho para hacer ahí. Los artistas tienen que ver con lo que pasa en el país, por ahí quienes están al frente de bandas no tienen tantas inquietudes o a la cultura rock no le interesa alimentarse de otras experiencias y se queda en lo formal de la música.

–Y en ese sentido, ¿cómo funcionan los recitales?

–Veo que es una repetición, parece algo meteorológico, llega el verano, llega Cosquín Rock, además parece que hay un rock Cosquín que es en tempo, apto para todo público. Eso lo veo ahora capaz a los 14 pensaría distinto. Pero esto está pasando en el mundo, percibo que falta creatividad y que las convocatorias en general no son interesantes. En los años underground, a lo mejor los festivales eran más idiosincráticos, ahora lo que hay es una gran juntada que no tiene nada por detrás. Hoy es más rupturista un festival de folklore que incorpora cosas nuevas que en el rock ya es mucho más difícil.