Que Mauricio Macri haya comparado su situación electoral con la que tendrá que atravesar Boca en su travesía por la Copa Libertadores puede resultar superficial, acaso una ofensa para los casi cinco millones de personas que durante su gobierno cayeron en la pobreza. Pero a la vez podría actuar como espejo para lo que le toque gestionar en estos días a Gustavo Alfaro. Si después del golpe que recibió en las PASO, Macri tuvo que tomar medidas que se suponían contrarias a su manual económico, es posible que el entrenador de Boca tenga que traicionar el plan de acción que aplicó hasta el momento si quiere revertir la semifinal con River.

Aunque se trata de un sujeto reflexivo, de los que suelen entregar ideas y conceptos en sus respuestas, Alfaro también trastabilló en la conferencia de prensa posterior a la caída. Como Macri el lunes en el que señaló a quienes no lo votaron por las consecuencias que habían tenido sus políticas, hasta pidiéndole autocrítica a la fuerza vencedora, Alfaro enfocó sus respuestas en lo que llamó detalles, en las supuestas simulaciones de los jugadores de River, casi nada en las fallas de su equipo, que también son fallas propias.

Pero Alfaro no es Macri. Y además el entrenador es posible que la tenga más fácil. Boca no depende de las decisiones ajenas, de cambiar las voluntades de millones; depende de poder vencer en su cancha a River. De ejercer algún tipo de dominio futbolístico, todo lo que no ocurrió en el Monumental, o al menos de neutralizar lo que intente hacer el equipo de Marcelo Gallardo. El fútbol es más impredecible que la disputa electoral. La imagen derrumbada que dejó de Boca puede mutar por completo en poco más de 15 días.

Aunque la conformación de esa imagen va más allá del resultado. Si bien con matices y movimientos diferentes, lo que hizo Boca en el Monumental durante el primer partido de la serie fue en sintonía con lo que había ocurrido en el encuentro por la Superliga. Aquel terminó sin goles y entonces el plan de Boca fue celebrado. Quedaba por entonces el ejercicio de la ucronía: ¿qué habría pasado ese domingo por la tarde si River acertaba una de las oportunidades que se generó? ¿Habría sido tan celebrado el planteo de Boca? La respuesta se obtuvo unos días después, la noche de Copa Libertadores, cuando a los pocos minutos el VAR le dio a River un penal que desarmó la marcha prevista por el equipo de Alfaro.

Por eso es que, aunque lo que quede sea el pase a Santiago de Chile, la sede de la final única de Copa Libertadores, también está lo subjetivo, la postal de un River más vital, más fuerte, una continuidad de la final ganada en Madrid, ahora frente a un Boca que muestra debilidad y temor a pesar de ser un equipo reforzado gracias a millones de dólares. Quizá Alfaro crea que con su fórmula alcanzará para revertir el escenario. Pero ahora habrá que hacer goles. Ya no alcanza con celebrar el arco en cero, el récord de Esteban Andrada. Es la hora del ataque.

Pero el quinto refuerzo de Boca en orden de llegada, Franco Soldano, que había llegado para ocupar el lugar de Darío Benedetto, dedicó la noche de Núñez, sin demasiado éxito, a tapar los avances de Milton Casco. Lo reemplazó Carlos Tevez, una sombra de un jugador que en algún tiempo llegó a estar en la élite, limitado además por la soledad que implica jugar adelante en este Boca, algo que también sufren Emanuel Reynoso, que estuvo misionado a hacer la banda, o Alexis Mac Allister apurando la salida de los centrales rivales. 

Después de la derrota en Madrid, Daniel Angelici le entregó las decisiones futbolísticas a Nicolás Burdisso, al que contrató como director deportivo. En un año electoral para la interna del club, había que barrer con la postal de la capital española. Y buscar la Copa Libertadores, la deuda de un dirigente que antes de asumir se jactaba de que bajo su gestión el socio sólo tenía que tener el pasaporte al día. En dos semanas, después de casi ocho años, sin chance de reelección pero con la apuesta de la candidatura de su delfín, Christian Gribaudo, Angelici se jugará la última oportunidad de que aquella promesa no termine incumplida.

Pero Boca no es sólo un asunto exclusivo de Angelici. El Superclásico de Copa Libertadores también preocupa a Macri, que coloniza Boca desde que asumió por primera vez como presidente, en 1995. Ningún otro club tiene tanto dominio de un partido como lo tiene Boca con el PRO. Si pierde la Nación, si pierde la Provincia, si la Ciudad está en riesgo, mejor no perder el origen de todo, el último refugio.

A la vez, lo que suceda en el partido de vuelta puede impactar cinco días después en las elecciones generales. No tanto por el resultado como por el contexto. Se trata de una definición de altísima sensibilidad, en horario nocturno, a pocos minutos del centro, y con los peores antecedentes: los dos anteriores tuvieron gas pimienta, con partido inconcluso, y piedrazos al micro de Boca, con partido exiliado.

Esa ecuación hace que Macri desee que el partido se juegue después de las elecciones, algo que él mismo confirmó durante una entrevista en una radio de Bahía Blanca. No lo dijo directamente, pero explicó que es un partido que «genera incertidumbre por una elección tan cerca» pero a la vez «tienen compromiso con 90 países y una vez que se pone una fecha es difícil que se cambie». Si se juega ese día es por la imposibilidad de cambio, pero el intento está ahí. Octubre es el mes clave del macrismo. Y Boca se juega mucho. Aunque quizá, con la mirada a largo plazo, el partido más importante para el club se juegue en diciembre.