Le dicen Dobriy, «el bueno», y su tono afable y cordial hace honor al apodo. A Alexey Markov no le importan los estereotipos, mucho menos que el gobierno ucraniano diga que es un terrorista. Hoy este profesor de Física oriundo de Moscú comanda la brigada Prizrak (Fantasma) en la autoproclamada República Popular de Lugansk donde, en el marco de la Guerra del Donbass, enfrenta al ejército regular ucraniano y a las fuerzas de grupos de ultraderecha como Azov y Pravy Sektor. 

Desde la pequeña ciudad de Kirovsk, a unos 100 kilómetros al oeste de la frontera rusa y a casi 800 al este de Kiev, explica que su tropa tiene una importante desventaja respecto del enemigo: «La Junta de Kiev ve esta guerra como una forma de aumentar su propio poder, mientras que nosotros ni siquiera sabemos por qué estamos peleando, si es por la independencia, por unirnos a Rusia, por formar una confederación o qué. Es una pesada carga psicológica para nuestros soldados y estamos perdiendo motivación».

Desde Ucrania y la OTAN se ha difundido que la guerra desatada en abril de 2014, tras la expulsión del poder del presidente Víktor Yanukovich, enfrenta al gobierno de Petro Poroshenko y a fuerzas rusas. Pero Markov desmiente esta idea e insiste en que se trata de una guerra civil convencional entre quienes apoyan y quienes se oponen a lo que el moscovita denomina «régimen nazi». «Si aquí estuviera el ejército ruso, siquiera una sola brigada, la guerra habría terminado hace mucho. Pero sólo hay gente ordinaria combatiendo: taxistas, doctores, granjeros. No peleamos en contra sino a favor de Ucrania, por una Ucrania libre de nazis».

La región del Donbass incluye las provincias de Donetsk y Lugansk, y alrededor de la mitad del territorio está controlado por los separatistas. Aunque Markov estima que un 80% de la población es étnicamente rusa, ninguna cifra oficial apoya el margen tan elevado que describe el comandante, si bien los últimos censos muestran una clara mayoría de rusoparlantes. 

Para Dobriy, el objetivo de los grupos de extrema derecha es terminar con esta mayoría y el apoyo que tienen del gobierno ucraniano es parte de una larga sucesión de medidas que parecen tener por objetivo eliminar todos los lazos que unen al Donbass con Ucrania. Primero se cerraron los bancos de la región dificultando el acceso a la grivna ucraniana, y la población local comenzó a usar rublos rusos; luego hubo dificultades en las telecomunicaciones y las autoproclamadas repúblicas crearon sus propias compañías; finalmente también establecieron sus propios documentos, que son reconocidos por Rusia desde este año. 

«La población local simplemente no tiene otra opción, todos los lazos, todos los servicios que cortó Ucrania están siendo repuestos por Rusia. Por eso no creo que este territorio pueda volver a ser parte de Ucrania», opina Markov, y agrega que este cuadro significa para Vladimir Putin una compleja disyuntiva ya que apoyar explícitamente a los separatistas podría significarle duras sanciones internacionales, pero tampoco es una posibilidad abandonar a población civil étnicamente rusa. «Entonces Rusia nos envía ayuda humanitaria, electricidad, combustible o comida», explica.

La situación actual es muy distinta a la del comienzo del conflicto. Tras la firma del segundo acuerdo de Minsk, en febrero de 2015, los enfrentamientos han amainado. O al menos así ha sido para uno de los bandos: los ucranianos continúan disparando a diario mientras que el gobierno local ha ordenado limitar las respuestas a estos ataques. «Necesitamos demasiados permisos para responder y eso consume tiempo, además de ser muy desmoralizante para nuestras tropas. Entonces lo que sucede –relata Markov– «es que no estamos respondiendo y el enemigo se vuelve más y más agresivo. Es como un partido de fútbol con un solo arco».

La falta de motivación sumada a la incertidumbre de un conflicto que no parece estar cerca de llegar a su resolución lleva a que sean cada vez menos los que se unen a la lucha. La brigada Prizrak contó en el pasado con numerosos voluntarios extranjeros, pero la mayoría han vuelto a casa. Markov no tenía formación militar alguna antes de llegar al Donbass, y hoy sus 44 años podrían ser fácilmente muchos más: se le nota el cansancio, el estrés, la presión que acumula a lo largo de la lucha interminable. «Creo que mucha gente alrededor del mundo se ha olvidado de esta guerra. Quizás había noticias durante el primer año, pero ahora estamos en el cuarto y no hay avances. La gente ya está cansada, tanto los civiles como los soldados. Pero de alguna forma nos mantenemos, así es nuestro orgullo nacional ruso: no alcanza con derrotarnos, deben ponernos de rodillas y aun así no nos rendimos». Entonces lanza una mirada al cuadro de Iósif Stalin que tiene frente a su escritorio, como si buscara cierta inspiración. «Debemos seguir peleando. Tengo la esperanza de que derrotaremos al nazismo como ya lo hicimos antes. No queremos ni dinero, ni tierra, ni gloria; no queremos nada más que la victoria y sé que la alcanzaremos porque ahora simplemente no tenemos otra alternativa». «