Todas las señales van en el mismo sentido. El presidente en ejercicio, que acaba de perder las elecciones por una diferencia que probablemente quede cerca de los 10 puntos cuando termine el escrutinio definitivo, tiene como objetivo central volver a la Casa Rosada dentro de cuatro años.  

Su apuesta a posicionarse como jefe máximo de la oposición no es un mero juego de roles, para quedar en algún lugar dentro del tablero político, es para estar en la primera línea y presentarse en la próxima elección presidencial.

Los antecedentes históricos recientes confirman esta tendencia, que por cierto es totalmente legítima. La mayoría de los ex presidentes desde 1983 hasta ahora dejaron la Casa de Gobierno con el proyecto de volver. Algunos lo plasmaron presentándose, Carlos Menem, en 2003; Eduardo Duhalde, en 2011, y otros, como el caso del ex presidente Raúl Alfonsín (hoy se cumplen 36 años de su triunfo en las elecciones de 1983), no encontraron el momento en que creyeran que estaban dadas las condiciones para volver a postularse, pero eso no quiere decir que no estuviera en su norte.  La excepción, paradójicamente, es CFK, que fue sistemáticamente estigmatizada, tratando de mostrarla como una adicta al poder y, sin embargo, es la que terminó creando un sucesor, reunificando al peronismo, aceptando un segundo plano y derrotando a Mauricio Macri.

Hay un dato que deja la “remontada” que tuvo Juntos por el Cambio entre las PASO y la elección general que fortalece el objetivo del todavía presidente. Sus principales aliados, y ahijados políticos, Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, tomaron distancia de Macri en la campaña previa a la contienda del domingo pasado. Rodríguez Larreta lo sacó de los carteles callejeros y Vidal impulsó el corte de boleta en varios distritos. El efecto paradojal de esta estrategia para estos dos dirigentes, que se imaginan a sí mismos reemplazando a Macri, es que el presidente perciba, y en ese sentido van las señales, que no “les debe nada”, que los 40 puntos que consiguió en las elecciones son de él. Ningún político que se auto percibe sobre esa base renuncia a liderar un espacio nacional y disputar la presidencia, más aún si tiene la meta de demostrar en una segunda oportunidad que puede “tener éxito”, algo que obviamente no ocurrió en estos cuatro años de políticas neoliberales que trajeron los mismos resultados catastróficos de siempre.

Uno de los peores errores que se pueden cometer en política es subestimar al adversario. Es algo que ya ha ocurrido varias veces con Macri. Incluso en esta última fase de la contienda varias veces se tomó con cierta ironía su gira del “Sí, se puede”, que sin duda le sirvió para movilizar al electorado antiperonista, aglutinarlo alrededor de su figura, y quedar como “jefe” de ese sector político y social de la Argentina. Creer que va a preparar las valijas para instalarse para siempre a vivir en Roma es una subestimación. 

Un efecto quizás positivo que puede tener este proceso es que ese contendiente es una luz amarilla (como el PRO) permanentemente encendida. Obliga a cultivar y cuidar la unidad de quienes sueñan con otro país; también a trabajar siempre en post de ampliar todo lo posible la base de sustentación de un proyecto alternativo al neoliberalismo, que tendrá matices y contradicciones, pero al menos apuesta a la vida.