Todo pasa. Esa era la frase que tenía labrada en un anillo de oro quien fuera presidente de la Asociación del Fútbol Argentino durante más de 40 años, Julio Grondona, un dirigente que logró el milagro tristísimo de que su muerte dejara a la estirpe del fútbol local, una de las más poderosas del mundo, al borde de la disolución institucional. Es cierto que ni el fútbol es poesía (aunque en ocasiones excepcionales puede ser un extraordinario catalizador para su versión más física y cinética) ni, mucho menos, Grondona un poeta, sin embargo la frase puede servir para tratar de explicar la declinación de la poesía como género masivo durante el siglo XX. Y cómo será de cierta que, así como durante las primeras décadas de ese período en Buenos Aires los poetas eran considerados verdaderas celebridades, apenas 70 años después el género se había convertido en una especie en extinción para la industria editorial.

Sirve de ejemplo el caso de Federico García Lorca, que llegó a la ciudad en 1933 y fue recibido como si se tratara del quinto Beatle. O el de Oliverio Girondo, que un año antes editó su libro Espantapájaros y para presentarlo en sociedad alquiló una carroza funeraria tirada por seis caballos, en la que transportaba un enorme espantapájaros vestido de etiqueta. Y mientras la carroza alborotaba el modesto tráfico de las calles porteñas, en un local en la todavía coqueta peatonal Florida, un grupito de chicas preciosas vendía su libro. Así agotó una primera tirada de 5000 ejemplares en menos de una semana.

Sesenta años en el futuro, en la década del ’90 los poetas eran una cofradía secreta sólo reconocida por iniciados. Diario de Poesía, fundado por Daniel Samoilovich en 1986, era la única publicación más o menos masiva dedicada a promover el género y sólo a aventureros y locos se les ocurría perder tiempo en escribir versos en vez de novelas. Aunque no haya sido exactamente así, la poesía entró al siglo XXI ahogada por una crisis tan grave como la que hoy enferma al fútbol. Pero, claro, todo pasa.

Durante los últimos 15 años se registró un auge en la aparición de editoriales abocadas exclusivamente a la difusión de la poesía; se multiplicaron los festivales y concursos dedicados al género, y en la actualidad no hay un solo fin de semana en el que no sea posible asistir a jornadas de lectura, en las que los artistas comparten sus trabajos entre sí y con el público. En ese marco, los poetas surgieron con la potencia de lo inevitable. Paz Busquet, Patricia González López, Leonardo Flores y Gustavo Grazioli son poetas, todos ellos han publicado libros recientemente y algunos han ganado premios por sus trabajos. Y aunque es cierto que de ningún modo pueden ser considerados celebridades, sus obras jóvenes y en desarrollo pueden servir de botón de muestra para confirmar que, tres lustros después de la crisis, la poesía ha vuelto a gozar de buena salud. De todo eso hablaron los cuatro, respondiendo a una invitación de Tiempo.

“Actualmente la producción de poesía está en movimiento, en expansión, y se particulariza por ser heterogénea, nucleada en pequeños fragmentos representados por talleristas, ciclos y editoriales que cubren toda la línea de la producción, difusión, circulación y publicación”, admite Busquet. Sin embargo cree prudente aclarar que dicha producción sigue siendo “marginal y representa menos del 1% de la producción literaria, no genera ganancia y no es importante para los grandes grupos económicos”, atando a esa realidad “el desarrollo de editoriales independientes, cuyo surgimiento tiene que ver más con el deseo y el placer de los propios escritores de poesía” que con un fenómeno comercial.

Sus colegas coinciden con esa apreciación y Flores lo resume en una imagen. “Pienso en la imagen de la feria del libro, con todos los stands de las grandes editoriales posicionados estratégicamente y el sector de poesía marginado a un costado, lejos de las luces del centro”. Para confirmar la observación de su colega, Busquet cuenta que este año trabajó en el stand de Random House y que “cuando las personas llegaban buscando poetas había que mandarlos a las editoriales independientes, recién aterrizadas en la Feria gracias a la gestión cooperativa”. Para Flores eso se debe a que, “más allá del resurgimiento, la poesía sigue siendo marginal (en el sentido menos violento de la palabra). Porque, como dice el poeta José L. Mangieri, la poesía es un género de resistencia que no reniega de eso”.

Por su parte, aunque sabe que hoy la poesía ocupa un lugar de mayor importancia y visibilidad, Grazioli cree que “para las grandes editoriales es intrascendente que se lean o no poetas inéditos y es ahí donde la necesidad de empezar a abrir caminos hace que los que escriben se organicen y convoquen a recitales, festivales o lecturas en vivo, que tienen una importancia vital”. Sin abandonar el tono de acuerdo, González López agrega que “aunque se edite menos de lo que se escribe, y se venda menos de lo que se edita, hay mucho movimiento y espacios ganados”.

Sin quitarle mérito al “fomento del género por medio de talleres y distintas actividades ofrecidas por los centros culturales”, Flores considera que esta modesta edad de plata de la poesía se debió en buena parte al “contexto socio-económico de estos últimos años”, que sostuvo “el crecimiento de las históricas editoriales de poesía, a las que se sumaron nuevos proyectos editoriales nacidos en plena crisis”. González López suma a esas variables los “esfuerzos personales, grupales y editoriales” de los propios poetas, que además de escribir “editan a otros poetas, organizan ciclos y hacen que pasen cosas”. Y pone como ejemplo al Slam de Poesía Oral, “que arrancó con el impulso del poeta Sebakis, y después se corrió la voz, creció y todos querían participar o ir a escuchar”, consiguiendo que “la fórmula se repita en las provincias, que se den clases de Slam, y llegue a la Feria del Libro, al Filba. Se institucionalizó un fenómeno que se generó desde lo personal, y ahí hay una marca”.

Por su parte Busquet admite que “la disminución de los costos y la proliferación de las redes sociales como espacio de difusión fueron factores determinantes” del crecimiento. Y compara el crecimiento de la escena poética con el fenómeno del teatro independiente que, según ella, es “una industria que se expande a pérdida”. “El teatro independiente —dice— está bien visto en el exterior y los extranjeros vienen a Buenos Aires buscando teatro vivo. Todo campo en expansión, que respira y late, produce hallazgos y aberraciones. En eso estamos con la poesía”. Grazioli en cambio le busca al fenómeno una explicación ideológica antes que social, ligando ese aumento en el consumo y la producción poética a la decisión de “quitar a la poesía del pedestal de solemnidad para poder utilizarla como canal más de expresión o como vehículo urgente para describir un contexto”.

Por eso mismo Grazioli cree que hoy “la poesía no está escrita desde una búsqueda estética”, y que está menos preocupada por intentar “escribir versos alejandrinos u octosilábicos” que por generar imágenes potentes que él define “como fotografías cotidianas que se detienen en denunciar o contar algo”. González López coincide de forma parcial con la mirada de su colega. Por un lado afirma que la poesía actual es “un juego con la realidad más que con el lenguaje”, en el que “se habla de las redes sociales, de los barrios, de amor y parejas, temas vinculados a las luchas de género, clase social, política”. Pero también sabe que con sólo apartarse un poco «la cosa cambia, hay más lírica, más costumbrismo, más referencia a la naturaleza y tantos estilos como paisajes y climas”. Para Flores esa variedad “respecto a lo que se habla y escribe” no es nueva, sino un continuo que nació “a partir de finales de los ’80 y que con la posterior generación de los ’90 la poesía argentina gano en diversidad”. “Yo no hablaría de poesía de los ’90, sino de ciertos poemas que configuran una época”, dice Busquet y va un poco más allá en el análisis al afirmar que esa diversidad es un poco hija de la ausencia de nombres que se destaquen dentro de la escena poética, porque “sin poéticas o escritores que pisen fuerte, prolifera el yo y el énfasis en la individualidad”. Y sostiene con firmeza que “habría que hacer crítica de literatura y procedimientos, figuras, métrica en vez de poner la atención en la teoría social”.

Si en algo acuerdan los cuatro es en descreer de la existencia de una identidad poética propia del siglo XXI y de un núcleo que la represente. “Lo que se puede leer es algo en proceso de formación que oficia de trinchera ante los embates de la vida de todo los días. Por mi parte, sólo soy un pasajero de este vehículo que sirve para expresar”, dice Grazioli. González López lo explica con dudas y certezas: “No sé si estoy incluida en una generación poética, pero sí me siento identificada con algunos más que con otros. Tengo mi grupo afectivo con el que compartimos poesía para ver cómo estamos”. Aunque también acuerda con la idea, Flores cree que a pesar de esa ausencia de un criterio generacional “puede ser que esta diversidad mencionada, dentro de algunos años termine expresando una identidad poética”. Y destaca que “si hay un rasgo que caracteriza a esta hipotética generación del siglo XXI” respecto de las anteriores, “es la ausencia de voces líderes y ese rasgo marca una diferencia”.

Pensando en la evolución del escenario con vistas al futuro inmediato, González López confía en que el panorama poético “va a seguir creciendo, que va a crecer el tema de la escritura de género, de la soledad entre la multitud. Y la denuncia, porque si el contexto político sigue así, creo que va a redundar en escribir sobre la desolación que produzca y se volverá cada vez más cruda, porque hay un contexto cada vez más áspero que nos sacude”. Por ese mismo camino parece ir Flores, para quien de haber un cambio “su rumbo estará ligado al contexto socioeconómico de los años próximos y al modo en que condicione al movimiento poético y su vida cotidiana”. Por su lado Busquet amplia la mirada hacia lo académico. “Una cuestión a tener en cuenta es la aparición de carreras y maestrías de escritura creativa”, dice la poeta, “instancias complejas de legitimación, de despliegue de contactos y de reconocimiento que, no sin cierto peligro, pueden llegar a cristalizar el movimiento del campo poético”. Sin perder el humor, Grazioli imagina “una producción poética restaurada con palabras que se usan solamente en redes sociales, algo así como un cruce poético de Facebook con Tinder. Más que eso no puedo decir: no me siento capacitado”.

Poetas para empezar a leer

Destacar el nombre de algunos colegas también formó parte de esta conversación entre poetas sobre la actualidad del género y sólo Leonardo Flores se excusó de hacerlo. Autor de Constelaciones (Huesos de Jibia, 2009) y ganador del 14° Certamen Internacional de Poesía Mis Escritos por Lunático (2016), su tercer libro, Flores cuenta que nunca estuvo «muy al tanto ni muy encima de los autores contemporáneos», porque en lo personal siempre se interesó más por «los autores surrealistas, los autores del movimiento Poesía Buenos Aires o los poetas del Di Tella».
Por su parte Gustavo Grazioli, que acaba de publicar No es la muerte de nadie (Wu Wei), afirma que «la poesía de Walter Lezcano es la mayor representación de lo que pasa en nuestra actualidad. Está escrita con la frescura propia de quien tuvo vivencias genuinas, no hay pose». También destaca a Flor Codagnone, en cuyo trabajo encuentra «una potencia que no sólo se dirige a llamar a las cosas por su nombre, sino que es una invitación a reflexionar simbólicamente sobre la mujer». Y por último, deja el nombre de otro autor, Juan Rapacioli, cuyo libro Dispersión, dice, «me partió la cabeza».

Paz Busquet, cuyo primer libro, Crudas, fue editado este año por editorial Audisea, se encarga de destacar «las voces poéticas y las producciones de Alejandro Crotto, Natalia Litvinova, Mariano Blatt», a las que encuentra «bastante representativas en tanto instancias bien diferentes y propuestas particulares». Y no deja pasar la oportunidad de mencionar también al mexicano Óscar de Pablo.

Por último, Patricia González López, autora de Doliente (Cospel Ediciones, 2016), considera que la variedad de la poesía argentina contemporánea hace que sea «muy difícil simplificar» la enumeración de colegas destacables. «De lo que conozco (ojalá conociera toda la poesía de Argentina) respeto y admiro muchísimo el trabajo de Fernando Bogado, Walter Lezcano, Gabriela Pignataro, Nadia Caramella, Mariela Laudecina, Emanuel Frey Cinelli; Paulina Cruzeño, Grau Hertt. Autores que traspasaron la moda y hoy son parte fundamental de la escena de la poesía.»