Juan Goytisolo dijo alguna vez que Orhan Pamuk había traído la tradición literaria otomana al siglo XXI y el Nobel estuvo de acuerdo. De manera más o menos explícita, ese pasado literario atraviesa toda la obra de Pamuk. “Para mí, dijo el escritor turco en su discurso de aceptación del Premio Nobel, el centro del universo es Estambul, no sólo porque he vivido allí toda mi vida, sino porque, a lo largo de los últimos treinta y tres años, he venido narrando sus calles, sus puentes, su gente, sus perros, sus casas, sus mezquitas, sus fuentes, sus héroes extraordinarios, sus almacenes, sus personajes famosos relatando sus calles , hablando de sus calles, sus lugares obscuros, sus días y sus noches, haciéndolos parte de mí, abrazándolos a todos.” 

El libro que acaba de presentar en España y que el año pasado presentó en Nueva York, La mujer del pelo rojo (Literatura Random House) no es la excepción a ese espacio literario que se mueve entre el pasado cultural del pueblo al que pertenece y el presente occidental. Transita entre las raíces milenarias de Oriente y los vertiginosos cambios que son una característica distintiva de Occidente. Según declara Pamuk, es su novela más breve y encuentra en esta brevedad la razón del éxito que ha tenido en Turquía. 

El autor asegura que la escribió  en 2016 pero que hacía 25 años que llevaba la novela consigo guardada en su corazón y en su memoria, madurándola hasta que se diera el momento propicio para sacarla a la luz. La historia tiene como escenario el Estambul actual aunque remite al pasado a través del mito de Edipo (Sófocles) y el Libro de los Reyes.

 Según asegura el autor, es su novela más feminista. “En la parte del mundo en que yo vivo –dijo  en una entrevista- se asocia teñirse el pelo de rojo a ser una mujer de sexo fácil, pero también alguien que no se deja someter ni acepta las reglas. No es una mujer que se pliegue a su destino.”

 “Yo, en realidad, quería ser escritor, dice un párrafo del nuevo libro. Pero, a raíz de los hechos que voy a contar, me hice ingeniero geólogo y contratista. Que no se piensen mis lectores que, como ahora estoy narrando esta historia, esos hechos ya han concluido y quedan lejos en el pasado. Cuanto más lo recuerdo, más me sumerjo en lo que he vivido. Por esta misma razón presiento que el torbellino de misterios de ser padre y ser hijo va a arrastraros, tras de mí, a vosotros también.” 

Aunque siempre es una operación peligrosa buscar lo autobiográfico en una obra literaria porque todos, hasta lo más irreconocible como tal es autobiográfico, a la vez, la tarea de escritor consiste, precisamente, en transformar la vida en ficción y la ficción tiene sus propios estatutos, muy diferentes de los de la vida real. Sin embargo, Es imposible no asociar este párrafo con la trayectoria del propio padre de Pamuk que no estuvo dispuesto a sacrificar una situación económica holgada en aras de la literatura, pero que aun dedicándose a otra cosa siempre destinó un tiempo a una escritura secreta que guardó dentro de una valija que le entregó a su hijo antes de morir para que llegada esa instancia leyera el material y evaluara si merecía ser publicado como lo relata magistralmente Pamuk en La maleta de mi padre, discurso que pronunció al recibir el Premio Nobel. 

La mujer del pelo rojo cuenta la historia de Cem, un chico huérfano abandonado por un disidente político, un modesto boticario que se transformará luego en un constructor rico de los años 80. Cem, que sueña con ser escritor, encontrará luego un padre sustituto en un pocero amante de los relatos orales del Corán. Su vida dará un giro fundamental precisamente cuando encuentre a la mujer del pelo rojo, una artista ambulante mucho mayor que él. 

 La trama de una novela, de un cuento o una película constituyen sólo un eje argumental, pero no es qué se narra, sino cómo se lo narra, lo que hace la diferencia entre las historias. Dice Pamuk que el germen de su última historia se gestó cuando en un terreno contiguo a su casa comenzó a trabajar un pocero que regañaba a su aprendiz durante el trabajo, pero, concluido éste, se interesaba y se preocupaba por el chico con una actitud de ternura que se ocupaba muy bien de disimular. El pozo, según declaró Pamuk, es una gran Metáfora de Medio Oriente, donde el agua falta desde tiempos inmemoriales y, aunque quizá no se la pueda reconocer, por esa pequeña puerta entra en su obra la tradición oriental. 

Aunque no se trate de un ajuste de cuentas, en el libro aparece la relación que el autor mantuvo con su padre, siempre ausente o absorbido por sus elucubraciones. Pero siempre distante del rencor, Pamuk asegura que tener un padre ausente le dio libertad en lugar se someterlo, como estaban sometidos la casi totalidad de sus compañeros, a un autoritarismo que les impedía la acción.