No son ni Río, ni Tokio, ni Moscú ni Nairobi. En esta historia no hay ni Profesor ni inspectora Murillo. «La Casa de Papel» de Argentina, lejos de la atrapante saga de Netflix con robo y toma de rehenes mediante, lleva a cuestas una dolorosa historia de despidos, precarización y lucha. Por primera vez, trabajadores de La Casa de la Moneda de la planta permanente denuncian que fueron echados sin motivo desde que asumió el gobierno de Cambiemos. Los últimos datan de enero de 2018, pero la historia que comenzó a finales de 2016 lleva en su haber más de 200 cesantías en el lugar donde se fabrican los billetes y monedas. 

Tiempo reunió a varios de los trabajadores que denuncian el vaciamiento de la empresa y también el poco respaldo que tienen de los gremios para llevar adelante un plan de lucha. Son trabajadores que se autoconvocaron a través de una de las trabajadoras, Mónica García, quien se puso al frente de la batalla e hizo visible su historia en la última asamblea de mujeres en la que se está gestando el próximo paro del 8 de Marzo. Ante cientos de mujeres y con su uniforme, Mónica contó entre lágrimas que la echaron en enero de 2018 y que estaba desesperada porque alguien la escuchara.

Ella trabajaba en el sector de control de calidad de los billetes, uno de los últimos pasos previos a que se envíen al Banco Central. Tanto su trabajo como el de sus compañeros era muy arduo. Como en la serie de Netflix, la confección de billetes y de  padrones electorales, títulos universitarios, pasaportes, estampillas de importación cédulas vehiculares, entradas a parques nacionales –que también se hacen ahí—, se confeccionan durante las 24 horas del día. Los turnos de ocho horas, que comienzan a las 6 de la mañana, son en general complementados con horas extra que comienzan a la 1 de la mañana. Así que por lo general, los trabajadores de la Casa de la Moneda comienzan su jornada laboral de madrugada y le dan de corrido hasta las 14 del día siguiente. Como la mayoría vive en el Conurbano Bonaerese, muchas veces se quedaban a dormir en la estación de Retiro, como es el caso de Miguel Ángel Villagrán, que trabajaba en el sector del cortado final de los billetes. Tenía dos horas de viaje hasta Moreno, y muchas veces se quedaba pernoctando en la estación de micros porque si no no llegaba a cumplir las horas extra. De los seis años que trabajó en la Casa de la Moneda no faltó ni 20 veces. «Yo era Sarmiento ahí adentro.» A él le tocó ser despedido a finales de 2016. 

«Todo esto es un plan sistemático», dice Sergio Peñaranda, técnico mecánico, quien había ingresado a la planta de Retiro al sector de producción de monedas. «Después me convocaron para hacer la línea de producción de billetes de Evita, eso fue un orgullo para mí», dice con una sonrisa. «Fuimos premiados en la Casa Rosada y en Latinoamérica». Cuando a Sergio lo llamaron de Recursos Humanos para decirle que lo despedían, la que se puso a llorar fue quien le tenía que dar esa noticia. «Ella había sido compañera mía y había ascendido. No podía creer que me tenía que echar, pero era una orden que venía de arriba.» Pero además, Sergio venía de tomarse una licencia producto de una neuritis vestibular —un trastorno en el sistema auditivo que produce fuertes mareos— producto del fuertísimo ruido de las máquinas. Son muchos los trabajadores que tienen secuelas por el trabajo. Por ejemplo, María Lucrecia Sandoval, madre soltera, que trabajaba en la parte de seguridad de la planta de Don Torcuato (ex Ciccone). Ella hacía 12 horas en la bóveda, un lugar sin ventilación, en el subsuelo, y con sólo cinco minutos para poder ir al baño. «A los seis meses de trabajar ahí me agarró fobia. No podía siquiera viajar en colectivo, no podía estar en ningún lugar cerrado. Empecé un tratamiento que aún continúo. En el medio, y después de varios traslados a otros sectores, me despidieron sin motivo en junio de 2017.»

Otras de las despedidas son Victoria Hassanie y Fabiana Rojas. La primera también trabajaba en seguridad haciendo el monitoreo de cámaras y como fiscal en una de las tantas guaridas de la planta. Uno de los beneficios que había tenido Victoria era mandar a su hija a la colonia de «La Monedita» así se conoce a la guardería que existe para los hijos de los trabajadores. Sin embargo, desde hace dos años, «La Monedita» también sufrió un recorte de horarios. «Antes era de 6 de la mañana a diez de la noche y ahora cierra a las 18.» A Victoria, que es la jefa de hogar y además cuida de su mamá que tiene Alzheimer, la echaron en enero de este año. 

Fabiana entró a trabajar en 2011 en el sector en el que se imprimían los cartones de bingos. «La máquina los cortaba y yo revisaba uno por uno. Trabajábamos sin parar. En la época de elecciones trabajábamos de lunes a lunes confeccionando los padrones.» A los cinco días de haberse reincorporado tras una operación, en junio de 2017, la despidieron. «Me echaron como a un perro», dice categóricamente, «tengo 45 años y me está siendo muy difícil volver a conseguir trabajo. Yo quiero que me reincorporen ya». 

El deseo de Fabiana es el de todos y son conscientes de lo que significa trabajar ahí. «La gente que sigue trabajando tiene terror. Como está lleno de cámaras, tienen miedo de juntarse con este o con el otro por miedo a que los despidan o que piensen que están haciendo algún reclamo», cuenta Mónica.

A modo de ejemplo, recuerdan cuando hace algunos años, todavía bajo la gestión de Cristina Fernández, quisieron suspender a un compañero porque lo habían encontrado fumando en uno de los sectores en donde estaba prohibido. «Paramos la fábrica y no lo suspendiero.» Lo mismo sucedió cuando no cobraron a término. Nadie dudó en iniciar un reclamo. «Pero ahora están todos cagados, nadie hace nada, nos dejaron tirados», dicen casi a coro, en un bar al lado de la estación de micros. 

En diálogo con este diario, Micaela Ferenaz, delegada general de la junta interna de ATE —uno de los tres gremios que funcionan en la Casa de la Moneda— confirmó la existencia de los despidos y también aseguró que el gremio «viene denunciando el vaciamiento desde 2016». «Nosotros denunciamos que desde 2016 existe un vaciamiento. Le dan a sus amigos como Clarín la impresión de cosas que antes las hacíamos nosotros.» Con respecto a los despidos, Micaela dice que realizan asambleas internas y que a los afiliados a ATE les ofrecen abogados. Cree que la falta de visibilidad del conflicto se debe a que no hay tanta cultura sindical en ese espacio.

Para quienes no terminaron de verla, el final del plan de «La Casa de Papel» es una incógnita. Pero en la Casa de la Moneda las advertencias de 2015 fueron una profecía autocumplida. Algunos avisaron que si ganaba Macri vendrían despidos, ajuste y represión. «