Michael Phelps se sentó frente a toda la prensa mundial e hizo oficial algo que se sabía hace un tiempo: “Estoy listo para retirarme -dijo con un sonrisa- Y estoy feliz de hacerlo”. Así, el hombre que es capaz de romper récords que llevaban dos milenios invictos deja el deporte y el olimpismo con cinco medallas de oro en Río 2016 y una sensación de paz inédita en su carrera. Sus anteriores dos “retiros”, esos que lo alejaron de la imagen impoluta que algunos esperan de las superestrellas, fueron la contracara de los abrazos que repartió en Brasil antes de decir adiós.

Después de su hijo bebé, al que convirtió en una estrella en Instragram, el que más cariño se llevó del hombre con más medallas de oro de la historia fue el singapurense Joseph Schooling, el único que logró ganarle una carrera en el natatorio de Barra da Tijuca. Después de perder (o de ganar la medalla de plata en los 100 metros mariposa), Phelps se sacó la gorra y no pudo esconder su felicidad por la victoria del chico que hace ocho años, cuando tenía 13, le pidió una foto y le comentó que lo tenía como ídolo. La imagen fue la opuesta a la de 2012, cuando en los Juegos de Londres el sudafricano Chad le Closs le ganó en la última brazada la medalla de oro en los 200 metros mariposa. Mientras el oriundo de Durban festejaba sin poder creerlo, Phelps le dio mano sin mirarlo a la cara y fue el primer nadador en abandonar la pileta.

@coach_bowman I’m ready to go after my daddy re retires😁 #teamusa #dreams

Una foto publicada por boomer phelps (@boomerrphelps) el 6 de Ago de 2016 a la(s) 5:00 PDT

En cuatro años, el hombre más ganador de la historia del olimpismo, el atleta obsesionado en ganar, ganar y ganar, aprendió a perder y por eso sabe que su retiro será en paz. Después de Londres 2012, el Tiburón de Baltimore había pensado en dejar de competir. Haber conquistado ocho pruebas sobre ocho posibles en Beijing 2008 (con ocho récords olímpicos y siete mundiales), haber vivido una vida de universitario de elite estadounidense antes de volver a la pileta en Londres y allí haberse coronado como el máximo ganador de medallas de oro de la historia le pusieron un freno a su ambición: ya no quedaba nada por ganar, y en su lógica en la que sólo importaba llegar primero o tener las mejores marcas, eso era la muerte. “No tenía ni idea de qué hacer con el resto de su vida”, comentó su entrenador, Bob Bowman, sobre la crisis personal que comenzó a vivir Phelps después de Londres 2012.

Ese no saber qué hacer de su vida lo llevó a tocar fondo. En octubre de 2014 fue detenido por conducir en estado de ebriedad a 135 kilómetros por hora (70 era el límite) y terminó en una clínica de rehabilitación para tratar su abuso de sustancias non sanctus. Suspendido por la Federación de Natación de su país por segunda vez (la primera había sido en 2009 por fumar marihuana en su periodo de parranda universitaria), Phelps tenía al alcance su mano el retiro definitivo pero se dio cuenta de que eso no iba a haber más que profundizar sus problemas. Por eso se puso como meta competir en Río de Janeiro. “Esta vez se trata de dar lo mejor que puedo”, explicó sobre su decisión de volver a entrenarse para los Juegos Olímpicos, esta vez sin obsesiones y con la necesidad de demostrarse a sí mismo que todavía podía hacer porque, según dijo, no quería en el futuro arrepentirse de haber largado antes de tiempo.

Y eso de dar lo mejor de sí no se limita a lo estrictamente deportivo, a pesar de haber ganador a los 31 años sólo una medalla de oro menos que a los 19 en Atenas 2004. En Río, además del Phelps que aprendió a perder, se vio al que aprendió a compartir. En sus dos primeros Juegos no se sabía el nombre de sus compañeros de equipo, y esta vez disfrutó tanto más las pruebas colectivas y el éxito del equipo de Estados Unidos, que arrasó con 33 medallas en total (16 de oro). “Lo que ha cambiado en mí es lo que ven”, dijo después de anunciar su retiro. “Soy esto que ven. En Río me han visto a mí. Le dije a mucha gente que el mundo vería quién soy yo. Y esto es lo que soy”, agregó casi como respuesta a su entrenador, quien hace un año notó este cambio en su modo de relacionarse con la vida y con quienes lo rodean y pensó: “Nunca lo había visto así. Lo miré como diciendo: ‘¿Quién eres?'». Es el que ya no necesita ganar para encontrarle sentido a la vida y que por eso dice adiós.