Patricia González es de Oruro y vive desde hace algunos años en Chicago. No quiere perder las raíces y entonces baila las danzas tradicionales de su patria. Este nuevo aniversario de Bolivia, el 192, la encontrará nuevamente dando muestras de su talento en el Royal Garden Banquet Hall, en Montclare, junto con los otros integrantes del grupo de Renacer Boliviano, que celebrará a 7000 kilómetros de su tierra la fecha patria. Practica con el traje que utilizará en esa ocasión, a pesar del calor del verano en esta ciudad del estado de Illinois.

Un puñado de médicos bolivianos inició este camino inesperado para la emigración de ese país hace medio siglo y ahora quizás sean 1500 los residentes en estos parajes estadounidenses, aunque ninguno de los miembros de la comunidad está en condiciones de asegurar exactamente la cifra. Muchos son profesionales, como aquellos primeros en lanzarse a la aventura.

Ximena Atristain preside Renacer Boliviano, la organización que aprovechará esta fiesta patria para juntar fondos destinados a obras de caridad en el país sudamericano. Junto con Mery Ocampo y Ligia Angulo, contadora pública una y bioquímica la otra, reciben a Tiempo en el local donde ensayan los pasos que presentarán este fin de semana. Allí cuentan que Renacer es una institución creada en 1989 con la idea de nuclear a todos los inmigrantes bolivianos sin distinciones. Por eso se jactan de unir a chapacos, cambas y kollas bajo el mismo objetivo. Esto es, a oriundos de los valles tarijeños, del Oriente boliviano (Santa Cruz, Beni y Pando) y del altiplano (La Paz, Oruro y Potosí), «algo que en otros lugares del exterior no es tan fácil», aseguran. Se sabe de las diferencias entre estas regiones que hace unos años casi llevan a planteos independentistas en la región de los llanos orientales.

Normalmente, la emigración suele ir de la mano de un grupo inicial que luego, a medida que se va asentando, va atrayendo a familiares o amistades detrás de esa iniciativa. En el caso de los bolivianos de Chicago la historia tiene sus bemoles. Para Ocampo, es una anécdota que escuchó por ahí aunque en su caso, no fue ese el origen de su mudanza. «Había unos doctores que fueron llevados para atender en Chicago porque por la guerra de Vietnam, no había médicos locales», dice, y dispara la sorpresa.

«Eran años de dictadura en Bolivia –recuerda Atristain, quien recaló en Chicago de la mano de su padre, a la sazón un exiliado por los vaivenes de la política sudamericana– y estaba el fantasma del Che con la guerrilla».

Los datos más certeros provienen de Raleigh Cavero, quien en un libro presentado hace poco señala pormenores de aquella primera incursión. Según el autor, nieto de Jorge Cavero, uno de los primeros médicos en viajar, el estadounidense John Buckingham se contactó por aquellos años con un sacerdote también estadounidense, Timothy Sullivan, quien había creado una organización para combatir el comunismo en Cochabamba.

Cuando Buckingham se enteró de que había doctores recién egresados que estaban con ganas de ir a especializarse en el exterior, no lo pensó dos veces. Se puso en contacto a través de religioso y los invitó a ir. El esquema era que podrían ser útiles esos servicios mientras los locales asistían en la guerra. Al cabo de un par de años podrían contar con profesionales debidamente instruidos en los males del comunismo y con espíritu colaborativo como para combatir en el mismo terreno a la insurgencia.

No contaban con un detalle, corrobora Ocampo. «Ninguno se quiso volver y además, fueron llegando más bolivianos», tentados por el éxito que había tenido aquella primera avanzada.

Con los años siguieron llegando nuevas oleadas al calor de las sucesivas crisis políticas y económicas en el país del sur. «Pero ahora los más jóvenes se están planteando el regreso», acota Atristain. El resto asiente con la cabeza: «No está fácil para nadie vivir en Estados Unidos. Un poco porque se trabaja mucho y no se gana mucho y otro porque se endurecen medidas contra los emigrantes. Pero además, en Bolivia la situación está mejor». «

Viveza sudaca

Licenciado en Física en Bolivia, Nery Urzagaste trabajó en grandes compañías industriales de Estados Unidos, donde sus conocimientos pero también su perspicacia de origen le dieron un sello diferencial. «Me especialicé en programas de ahorro de energía, algo que en este país resultaba insólito cuando llegué, en los ’70», afirma.

Contratado por John Deer, la fabricante de tractores, aplicó conocimiento académico, pero mucho más esa «viveza sudamericana» de arreglarse con lo poco que hay a mano. «Los ingenieros de Estados Unidos no están entrenados para lo inesperado, y si no lo tienen escrito en un libro, no saben cómo salir del paso». Algo que en esta parte del continente es cosa de cada día, el famoso arreglo con alambre e ingenio, le dio lugar para el crecimiento profesional a Urzagaste, que debe siempre recordar al arquero argentino del mundial de México, Nery Pumpido, para explicar cómo se escribe su nombre de pila.

«Después pasé a Kellogg’s –la multinacional alimenticia– pero allí eran mucho más esquemáticos y no aceptaban tan fácilmente mis propuestas», reconoce con un tono de desazón.