Los seres extraordinarios necesitan de otros seres extraordinarios que los acompañen en su camino para la realización de actos heroicos. Como los superhéroes: Batman tiene a Alfred, Los X-Men a Doctor Xavier, Los Vengadores a Nick Fury, Luke Skywalker a Yoda, Michael Jordan a Phil Jackson.

Esto también ocurre en la vida real, como en la práctica deportiva. Un gran ejemplo es la Generación Dorada de básquet. Detrás de nombres como Emanuel Ginóbili, Luis Scola, Andrés Nocioni o Carlos Delfino hay una camada de entrenadores que supo estar a la altura de semejantes personajes: Rubén Magnano, Sergio Hernández y Julio Lamas fueron clave en la formación de ellos como jugadores y como personas, pero es este último quien los supo acompañar desde el inicio hacia la conquista del Universo.

“La Generación Dorada es extraordinaria y nada se podría haber hecho sin el talento de ellos. Soy muy afortunado por haber podido estar a su lado, es un regalo que me hizo el destino”, le dice Lamas, entrenador campeón con San Lorenzo en la Liga Nacional, a Tiempo Argentino. A sus espaldas, un pizarrón con algunas marcas gobierna la escena. Un televisor, a su derecha, oscurece antes de que empiece a hablar.

–¿Cómo es posible una generación como la Dorada?

–Ginóbili es el jugador más importante de la historia de nuestro país, lo sigue Scola. El mejor pivote es Oberto, el mejor 3 es Nocioni, los mejores bases son Prigioni y Sánchez. Desde el ’75 al ’82 nacieron los mejores jugadores de la historia argentina. Esto simplemente sucedió, no se puede programar cuándo nacen los cracks. Se formaron acá, se perfeccionaron en la Euroliga e hicieron el máster en la NBA. Después pasaron otras cosas, como por ejemplo que ellos quisieran jugar en la Selección, y se llegó a un nivel mundial de élite. Son respetuosos, inteligentes, talentosos. 

–¿En qué momento te diste cuenta de que eran distintos?

–Ya en 1997, en Australia, me daba cuenta de que eran distintos. En 1999 entendí que estaban para algo superior. Y en 2002, por TV, comprobé que eran monstruos. 

–¿Cómo los encontraste en tu segunda etapa como entrenador?

–En 2008, después de ocho años alejado, me invita Sergio (Hernández) a acompañarlos como asistente y ya estaban a la altura de los mejores jugadores del mundo, pero como personas se seguían pareciendo a esos pibes que hacían cola en el Cenard para hablar por teléfono.

–Tuvieron un aporte muy fuerte en el aspecto dirigencial…

–Lo que ocurre es que son comprometidos y les importa la Selección y el básquet argentino, por eso participan. Que se hayan metido en el conflicto de la CABB los enaltece aún más. Se sienten con la autoridad y la libertad de hacer un aporte con su palabra. Manu y Scola, me parece, serían buenos dirigentes.

–¿Cómo es Manu?

–Es muy especial, un profesional excelente. Hace e hizo un esfuerzo muy grande por llegar al lugar en el que está. Para él, un heladito de dulce de leche es tirar la casa por la ventana. Pagó todos los precios para ser el mejor profesional posible. El jugador perfecto no existe, pero a Manu no le encuentro defectos: está dos jugadas adelantado, se lleva bien con todos. Hace mejores a los demás. Es el jugador que todos querríamos ser. Si esta fuese su última temporada, se puede ir tranquilo porque hizo todo.

–Tanto en Estados Unidos como en Argentina, el entrenador tiene como colaboradores a los mejores de la liga, ¿cómo se maneja eso?

–No es normal y eso nos enorgullece. No pasa en ningún otro deporte. Mi asistente, por ejemplo, fue Magnano. Nosotros también sentimos que la camiseta de la Selección es sagrada.

–¿Ustedes, los entrenadores, también tienen el sello NBA?

–El sello NBA lo tienen sólo los jugadores que pasaron por esa competencia. Nosotros tenemos el sello del nivel más alto del mundo FIBA.

–¿Puede haber otra generación que iguale a la Dorada?

–Seguro que sí. Lo que no podés calcular es la inmediatez. El testigo está pasado. La Selección no tiene cuentas pendientes, no debe resultados, por lo que puede encarar este momento con tranquilidad. 

–¿Y ahora cómo sigue todo?

–Soy optimista, lo importante es seguir con el mismo amor a la Selección, con la misma seriedad para prepararse y con el mismo “dejar el alma” en cada partido. Después, si tenemos un poquito menos de talento, bueno, se verá, no hay que tenerle miedo a eso. Vamos a seguir siendo competitivos. Tal vez para estar entre los mejores diez del mundo y no entre los mejores tres.

–¿Se tomó magnitud de todo lo que se hizo en estos años?

–A veces pienso que sí, cuando veo el trato que se le dio al básquet en los Juegos, y hay momentos en los que pienso que no. Estamos en un país en el que el fútbol ocupa el gran espacio en los medios de comunicación, los siete días de la semana.

–¿Por qué ahora se van tantos argentinos a la NBA?

–Hubo un cambio grande en la NBA. Hubo un momento en el que llegaba el mejor jugador de la FIBA y le hacían llevar la bolsa de utilería. Ahora, en cambio, llevan un jugador que es suplente de una selección nacional. Hay un cambio en la cultura de la NBA, eso está claro. También es verdad que han abierto la puerta los jugadores que se destacaron ahí: que Ginóbili tenga cuatro anillos, que pueda ser MVP de una final, provoca que se fijen en los argentinos.

–¿Tenés ganas de volver a la Selección?

–Ahora mi plan es San Lorenzo, no tengo otro. Vine acá por dos años. Me fueron a buscar para poder construir los primeros pasos de este proyecto, y la verdad es que eso se lleva todo mi tiempo, toda mi energía. 

–¿Ves a alguno de la Generación Dorada metido en política?

–Puede ser, eh, puede ser. A Manu lo veo. Hay que ver si está dispuesto a ponerse lo que hay que ponerse para entrar en política. 

–¿Pero lo ves volviendo a vivir a Argentina?

–Sí, lo veo volviendo porque Manu es muy, muy argentino.