En Birán, pueblo natal de Fidel Castro, «nadie esperaba» que este joven estudiante, rebelde y amante de la naturaleza, fuera a dejar las comodidades de su propiedad familiar para lanzarse en la revolución en 1959, según cuenta su medio hermano Martín.

«Hablaba poco (de sus planes) porque temía que ‘el viejo’ (su padre) pudiera enterarse», explica, sentado en un sillón en una modesta casa, Martín Castro Batista, de 77 años, hijo del mismo padre pero de madre diferente, que conserva un parecido con su famoso hermano.

Situada en medio de colinas y plantaciones de caña de azúcar, a 800 kilómetros de La Habana, la ciudad de Birán vio nacer a Fidel y después a su hermano Raúl, de la pareja entre Ángel Castro, un inmigrante gallego, que llegó a Cuba como campesino pobre y se convirtió en rico hacendado, y Lina Ruz, una campesina cubana.

Tras recorrer un pequeño camino rural, un simple cartel «lugar histórico» anuncia que a la izquierda se encuentra la hacienda familiar de la familia Castro, hoy convertida en museo. Allí nació Castro el 13 de agosto de 1926.

«En este momento tenemos más de cien turistas diarios. Habitualmente son entre 15 a 20, a veces 50», indica Antonio López Herrera, de 65 años, guía oficial del lugar. «Ha sido una explosión desde la muerte de Fidel», añade.

La propiedad, de 1915, revela una infancia privilegiada: una vasta pradera con cocoteros, palmeras, limoneros y rodeada de plantaciones de caña de azúcar. En el medio, sobresale la casa de madera sobre pilotes, de techo rojo y paredes pintadas en amarillo, diseñada por Ángel Castro.

A su alrededor construyó una escuela, una sala de cine, una oficina de correos, una tienda, un bar e incluso un consultorio odontológico y un «ring» para la pelea de gallos. «No había que salir de aquí para nada», destaca Antonio.

«Fidel era intranquilo desde bebé, padecía ya de insomnio, tardaba en dormirse. Era un niño muy alegre y muy rebelde. Le gustaba estar en cualquier lugar menos en la casa», cuenta.

«Nadaba, montaba a caballo, se tiraba al río crecido, escalaba la montaña, era de mucha audacia, era un niño temerario.» En esos años nada hacía adivinar que sería el «comandante en jefe» o el «líder máximo».

A él le encantaba pasar tiempo «descalzo» charlando con los empleados haitianos, unos 80 en total que trabajaban en la propiedad de la familia Castro. «Fidel vivía más aquí que en casa, su madre lo tenía que ir a buscar», cuenta Antonio.

Fidel, que partió de Birán a los seis años para ir a una escuela en Santiago de Cuba, regresaba regularmente a pasar sus vacaciones en su ciudad natal para disfrutar del campo. «Salía a cazar pajaritos con su perro Napoleón», narra Antonio, al señalar una foto de Fidel adolescente, cargando su fusil al lado de un animal. «Siempre andaba con armas, le gustaba cazar, se ponía a tirar al aire», confirma Martín, su medio hermano.

Paco Rodríguez, de 91 años, a quien los hermanos Castro cariñosamente apodaron «Paquito», recuerda bien a su amigo: «Jugábamos juntos, fuimos a la escuela juntos, entrenábamos en boxeo, jugábamos a la pelota», recuerda nostálgico.

En Birán es casi tarea imposible encontrar una persona crítica de Fidel o que mencione las violaciones a los Derechos Humanos denunciadas en su contra por la ONU y sus opositores. «Es el hijo predilecto de este lugar», afirma Antonio. «Aquí, hasta las piedras quieren a Fidel». Nadie olvida que cuando comenzó a nacionalizar las tierras tras la revolución de 1959, Fidel Castro empezó por aplicar la regla con su propiedad familiar.

Si bien sus padres le construyeron una casa confortable al lado de la suya, él nunca la utilizó. «Hubiera podido vivir aquí tranquilo. Cambió todo esto por la Sierra Maestra», donde lanzó la revolución, destaca Antonio.

«Él tenía de todo, era un hombre rico», dice Paquito, pero debido a su estrecha relación con los empleados haitianos de la familia «vio que había injusticia». Entonces «se lanzó». «