«En principio, toda evaluación sirve, porque son un instrumento de información, más allá de las diferencias metodológicas. Pero estas pruebas, que nacieron en los ’90, tienen un criterio meritocrático, en términos de creer que una educación de excelencia debe fundarse en la comparación de resultados y de rankings que ignoran contextos e ignoran historias –advierte Alberto Sileoni, ministro de Educación del gobierno anterior, que siempre se mostró crítico ante la implementación de pruebas del tipo PISA–. Y entonces puede haber una institución que es selectiva con sus estudiantes y despide a los repetidores para mejorar su ranking, y a 200 metros otra que es generosa e inclusiva, que se hace cargo de los ‘malos’, entre comillas, y cuyos resultados quizá no son tan buenos, pero desarrolla una tarea extraordinaria desde lo educativo. Entonces, vuelve esa idea de penalizar y premiar. La nueva Ley de Educación tiene dos artículos, el 94 y el 97, que resguardan la identidad de alumnos, docentes y escuelas, algo que la derecha educativa deplora. Otros países publican resultados, sin el menor análisis crítico, lo que redunda en privilegiar a unas comunidades educativas y estigmatizar a otras.»

–¿Podría darse un correlato entre las evaluaciones y el ulterior financiamiento de unas u otras escuelas?

–En algunos sistemas educativos esto es así. La Argentina ha construido una conciencia muy sólida de esos derechos, y las organizaciones gremiales no lo permitirían. La Ciudad de Buenos Aires creó una agencia de evaluación externa al Ministerio y rápidamente tuvo que aclarar que no era para exhibir esos datos. Ellos saben que esta discusión en principio la tienen perdida pero no dejan de pedir la derogación de esos artículos y la publicidad de los resultados. En fin, los responsables de esta evaluación responden a un pensamiento pedagógico conservador, que postula que sólo evaluando se mejora la calidad, y paralelamente están desfinanciando programas, destruyendo las políticas de formación docente, reduciendo al mínimo planes como el de Lectura: no han comprado un libro, no han distribuido una netbook. Hay una política de desalentar acciones concretas que mejoraban los aprendizajes, y esta idea noventista de la evaluación como fin en sí mismo, con un Estado que sólo advierte los fracasos de los otros mientras se retira, se desresponsabiliza.

–¿Sirve este tipo de pruebas con respuestas multiple choice?

–Allí tenemos una objeción técnica. Nosotros apuntábamos al carácter formativo de la evaluación, que es la que te brinda mucha información, te permite diagnosticar y corregir rumbos. La respuesta abierta te señala errores, te orienta sobre lo no aprendido, te permite elaborar recomendaciones metodológicas. Esta prueba, con preguntas cerradas, pierde toda esa riqueza. «