Nico (Guillermo Pfening) anda por los 30 y algo, es la estrella de una telenovela y tiene una relación clandestina con el productor de ese éxito televisivo. Martín (Rafael Ferro). Harto de su maltrato, decide probar suerte en Nueva York. Con esos datos, comienza la película. Y también una de las más lindas y completas descripciones de lo que significa ser un argentino (o sencillamente inmigrante) en Nueva York.

 

No cualquier inmigrante, claro, sino uno con aspiraciones de artistas. Pero la película es tan dúctil y noble que permite la comparación con otros quehaceres profesionales.

Nico tiene por amiga a Elena Roger, que hace de profesora de yoga argentina casada con un estadounidense, pero que también funciona desde su lugar real: una artista que conforma el selecto club de las estrellas internacionales cuyo territorio es el mundo y que podría vivir sin problemas en Nueva York, centro mundial del arte como (la nueva Roma, podría decirse). A ella le cuidará el bebé, bebé que estará encantado de ser cuidado por Nico.

La relación le permite a Solomonoff establecer la diferencia en varias direcciones. La primera, la de distintas jerarquías artísticas, que no están establecidas por los talentos individuales sino por el tipo de relaciones que se han podido establecer en cada ámbito. La segunda, la de las singularidades nacionales para poner en juego la argentinidad en contraste con el trato más ascético del neoyorquino medio, más allá de su buen trato.

Esta especie de lumpen con un buen contacto/relación en el que se convierte Nico, le permite a su vez a Solomonoff abrir otros juegos, como la relación en el parque con otras mujeres que cuidan bebés, o en los eventos en los que hace de mozo. En uno funciona como cabeza de ratón, en otro como cola de león. Solomonoff tiene el gran tino de no cargar escenas ni situaciones, y deja fluir este periplo como neoyorquino de Nico con la ligereza y el ritmo incansable de una novela de iniciación.

Entonces se aprenderá, por ejemplo, que hace una década a las mujeres que cuidan chicos en Nueva York se les pedía que le hablaran a los niños en inglés, pero que ahora los padres les piden que lo hagan en español, idioma que tanta importancia ha ganado; que los rubios de ningún tipo pueden ser considerados latinos en los castings; que trabajar el acento del inglés es fundamental si se quiere tener algún lugarcito bajo el sol neoyorquino. Incluso un par de simpáticas -y efectivas- reflexiones sobre el idioma (la diferencia entre el ser y el estar en español no es tan tajante: uno también es estando en un lugar), o la tendencia de los padres londinenses de buscar babysitter de origen chino así sus hijos aprenden el idioma.

Hay mucho más en esta tan entretenida como conmovedora película de Solomonoff, directora argentina hace casi 20 años radicada en Nueva York, cuya distancia parece permitirle un entendimiento de la argentinidad y lo sudaca pocas veces hallable en el cine de la región.

Nadie nos mira (Argentina, Estados Unidos, España, Brasil, Colombia, 2017). Dirección: Julia Solomonoff. Con: Guillermo Pfening, Elena Roger, Rafael Ferro, Marco Antonio Caponi, Paola Baldion, Cristina Morrison, Kerri Sohn y Mirella Pascual. Guión: Solomonoff y Christina Lazaridi. 102 minutos.