Este domingo arranca un octubre intenso: Bolivia elige presidente una semana antes que Argentina  y Uruguay. En Montevideo, pase lo que pase, va a haber novedades, mientras que en Buenos Aires y La Paz los mandatarios van por su reelección. Pero Evo Morales, a diferencia de Mauricio Macri, tiene las de ganar. Nadie duda que va a ser la primera fuerza. La pregunta es si le alcanzará en primera vuelta va a necesitar de un complicado balotaje.

Para vencer en Bolivia hay que sacar más de 50 puntos, o 40 y una diferencia de 10. Si las encuestas fueron medianamente rigurosas, Morales rondaría los 40, mientras que su principal opositor, el expresidente Carlos Mesa, arañaría los 30.

A primera vista, un escenario virtuoso para el gobierno. El detalle es desde el Movimiento al Socialismo (MAS) la apuesta está en mantener los dos tercios en el congreso. Una meta ambiciosa pero coherente con lo que fueron sus últimas elecciones: en 2005 ganó por primera vez con casi el 54 por ciento, en el referéndum revocatorio de 2008 sacó el 67, en las presidenciales de 2009 el 64 y en 2014 el 63.

El punto de inflexión fue el referéndum de 2016 con el que buscó la reelección indefinida. Pero la apuesta terminó en  derrota: por 51 a 49 la población votó por el NO.

A partir de ahí empezó un ajedrez legal y finalmente la Justicia habilitó su candidatura en base a tratados internacionales que establecen que es un derecho el ser candidato. La oposición argumenta que la candidatura de Morales es ilegítima e ilegal mientras el gobierno explica la derrota por una serie de denuncias mediáticas que entonces le atribuyeron falsamente la paternidad de un chico.

Lo cierto es que, más allá del ruido, hoy Bolivia va a las urnas en este contexto político, al que se suman una revitalización de las históricas demandas regionales, expresadas en las multitudinarias movilizaciones en ciudades como Santa Cruz. También hay demandas de otro tipo, como en Potosí donde recientemente hubo incidentes. Pero en este caso, las exigencias tiene más que ver con demandas concretas como el dinero que le queda a la región por la explotación del litio y planteos de algunas cooperativas mineras. Son demandas diversas, no orgánicas y que, en ciertos aspectos, se contraponen. A su vez, ninguna de ellas encuentra un liderazgo claro a nivel nacional.

Hay una serie de datos duros que explican la vigencia del liderazgo de Morales.  En sus 13 años de mandato, bajó la pobreza (del 60 por ciento en 2005 al 34 en 2018) y la pobreza extrema (del 38,2 en 2005 al 15,2 en 2018), la inflación ya no es un problema, cayó el desempleo (del 8,1 en 2005 al 4,2 en 2018), creció el PBI a un ritmo sostenido, la población se desdolarizó y «bolivianizó» los ahorros (del 15 por ciento 2005 al 88 por ciento en 2018), se disminuyó el nivel de deuda en relación al PBI (del 52 por ciento en 2005 al 24 por ciento en 2018) y se redujo la desigualdad.  Por eso es que el eslogan del gobierno es “Futuro Seguro” y el propio presidente se enorgullece al presentarse como el mandatario que más tiempo estuvo en el poder en la historia del país.

Evo es un símbolo y su presencia es permanente a lo largo y ancho del país. “Evo y Pueblo” dicen las pintadas en las calles, las rutas, los pueblos, los puentes y los teleféricos. “Ayer en la mañana me han llamado el hombre más poderoso de Bolivia. Me he enojado, no acepto ese término, no comparto para nada. Sí soy un factor de unidad. Hay que cuidar ese equilibrio, entre profesionales y no profesionales, entre oriente y occidente, entre derecha e izquierda e incluso dentro de nuestro movimiento político”, le dijo a este cronista.

Aunque electoralmente a su izquierda no haya nada, las críticas por izquierda giran desde años en torno al personalismo. Al propio vicepresidente Álvaro García Linera le gusta plantear la contradicción que representa ser un gobierno de los movimientos sociales. Lo define como una contradicción saludable: uno por definición es vertical y el otro horizontal. Y en esa contradicción se da el movimiento.

Si al inicio de su gestión el gobierno construyó una identidad a través de lo que llamó la “revolución democrático cultural”, hoy busca enamorar a sectores desde el pragmatismo. Su base de apoyo está en los sectores rurales y, paradoja,  en aquellos segmentos empresarios que, a pesar de ser ideológicamente adversarios, se beneficiaron con estos años de bonanza. El problema para el gobierno son los sectores medios, urbanos, los profesionales como los llaman en Bolivia.

Las críticas, después de 13 años, no son homogéneas. Un minero cooperativista potosino, dentro de la mina, decía: “No puede ser que con este gobierno los profesionales no consigan trabajo”. Una señora de Sucre despotricaba en contra del gobierno y los masistas. Estaba indignada por la ropa “carísima  de alpaca bebé” que usaba Morales. Un rato antes se había quejado con similar intensidad de la falta de protocolo del presidente: “Cuando asumió, fue a visitar al rey de España con una chompa cualquiera. Una vergüenza que un jefe de estado actúe de esa manera”.

Morales asegura que 2025 será su último año de gobierno y entonces, emerge la pregunta por el futuro. Mesa fue el vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Lozada, quien renunció en medio de “la Guerra del Gas” de 2003. Mesa lo sucedió pero debió irse en 2005. Es un intelectual, un hombre que a este cronista le aseguró que hace unos años se hubiera definido socialdemócrata, pero que hoy no lo tiene en claro: “No me considero en absoluto de derecha. Y de izquierda marxista setentera, menos”. En cualquier caso, Mesa no es un liberal duro.

Por eso se mira para el futuro a quienes están en el tercer y cuarto lugar: el senador cruceño Óscar Ortiz y el pastor de origen coreano, el outsider  estrella de esta elección, Chi Hyun Chung.