La pandemia obliga, entre otras cosas, a agudizar el ingenio. Por el momento las presentaciones culturales en vivo están suspendidas, pero mucha gente tiene sed de ver teatro y los actores, directores y productores, la necesidad de hacer circular sus obras. En ese marco, el Teatro San Martín ofrece un amplia galería de propuestas vía streaming, entre las que recientemente se incorporó La resistible ascensión de Arturo Ui, de Bertolt Brecht, en una versión que contó con la dirección de Robert Sturua y tuvo a Fabián Vena como protagonista. La oportunidad de volver a ver aquella puesta largamente aplaudida por público y crítica ofrece una excusa ideal para hablar con un actor y un docente particularmente comprometido con su profesión.

“Como parte de la obra que se estrenó en 2005 y obtuvo tanta repercusión y nos generó tantas alegrías, es todo un recorrido emocional volver a verla. El elenco era extraordinario, todos maestros de teatro, gente con un profesionalismo sin fisuras, y unos seres humanos fabulosos. Se me vienen todos esos recuerdos encima y lo disfruto mucho”, confiesa Vena. “Esta obra de Brecht es brillante. Y muestra su capacidad para crear bajo las peores circunstancias: mientras escapaba del nazismo. Así y todo nos dejó una creación como esta, con su enorme actualidad, que se hace más visible en el mundo que vivimos, y la estirpe de un clásico”, agrega.

El actor destaca que una de las claves de La resistible ascensión de Arturo Ui es que recorre el comportamiento humano mostrando “todos los rasgos de intolerancia que podemos llegar a tener y, como siempre, la aparición de líderes mundiales enmascarados de mil maneras, pero con una prepotencia suprema, de total insensibilidad y demencia mesiánica. La locura y la muerte siguen dando vueltas”.

Fabián Vena tuvo clara cuál sería su profesión desde muy chico, mientras transitaba su infancia en Mataderos: “Siempre lo digo, hay una cosa profunda en la identificación que genera el arte. Creo que cuando sentí eso decidí ser actor. Me gusta mostrar la contradicción, los deseos, los anhelos, las frustraciones, la violencia, las mentiras y todo lo que nos conforma como seres humanos. Nuestro deber como actores es transmitir todo eso”.

–¿Cómo transitás la pandemia?

–Ahora todo son vivencias, aprender. De las experiencias nuevas uno trata de tomar lo mejor. Como actores, sentimos que estamos hundidos en el fondo del mar. Al no poner el cuerpo, al no poder prepararnos para el ritual, no existimos. Porque el actor está vivo cuando actúa, o al menos cuando se prepara o planea, y empieza a poner toda su humanidad en función de lo que está construyendo. Ahora, como no pasa nada, es una situación muy jodida. En lo económico, pero sobre todo en lo espiritual. Nuestro sentido de la vida nos lo da la profesión, aquellos que tenemos vocación sobre esto no podemos hacer otra cosa. Pero bueno, seguimos en estado de espera. Algunos se pondrán creativos, otros desganados. Depende de la forma de ser y la situación de cada uno.

–¿A vos qué te salva?

–La docencia, me permite mantener ciertos rasgos del ritual. ¿Tengo una clase a las 17? Ok, me alisto: me pego una ducha y me preparo como si fuera a ir al teatro, aunque sea para hacer un zoom. No importa, es igual. Acomodo mis ideas y me preparo para compartir con mis alumnos. Eso me mantiene en conexión. Pero entiendo, claro, que es una situación privilegiada el poder tener una escuela o que se conecte gente de Uruguay, Chile, Ecuador, Italia, España y de todo el país. Obvio que no es lo mismo, pero la tecnología permite por lo menos poder laburar, en términos de teoría de técnica actoral.

–¿Puede cambiar el rol del actor después de la pandemia?

–No, el actor debe seguir poniendo un espejo frente al público diciendo ‘mírense’, no ponerse de frente a él y decir ‘mírenme’. Somos un medio transmisor y tenemos que  estar encargados de contar las historias que nos pasan. Quizá no ahora, cuando se pueda, pero debemos mantener nuestras convicciones, representando historias y emociones. Nada más.

–¿Es tiempo de pensar proyectos?

–Seguramente se están escribiendo muchas cosas en este momento. Aquellos autores que le han podido encontrar una vuelta a la cuarentena, porque están quienes no logran escribir una letra. Me imagino a todos los actores con una energía latente, cuando salgan van a romper los escenarios. Toda esa potencia acumulada se va a notar. Alguna que otra cosa estoy preparando, como director, quizás. Es, creo, un período ideal para laburo de mesa hasta el momento de ir al teatro, de poder encontrarnos y empezar a ensayar. Así, cuando arranque nuestra actividad, con las medidas sanitarias adecuadas, podremos encontrarnos ya afilados. Mientras tanto, hay que manejar el desequilibro emocional.

–¿Cómo lo manejás?

–Me mato viendo obras todos los días, incluso hago algo que era impensado: cometo el sacrilegio, ya que hemos roto algunas reglas de lo que significa el teatro, de ver dos o tres obras al mismo tiempo. Es confuso e iluminador. Pero bueno, depende de lo que te deje la vida dentro de la casa, donde uno aparentemente no hace nada pero en realidad está haciendo de todo. Los argentinos tenemos una conexión muy fuerte con el teatro que nos tiene que llenar de orgullo, basta con ver todos los materiales que se están subiendo. Me parece importante. Destaco lo del Teatro San Martín, pero también hay otros, como el Cervantes, que está haciendo un gran trabajo al circular en forma virtual tanto obras como charlas y conferencias.

–¿Viste algo de lo tuyo?

–Vi Sacco y Vanzetti hace unas semanas y, obviamente, La resistible ascensión de Arturo Ui. El recuerdo de lo que han sido esos espectáculos y de lo que han provocado en la gente me llena de orgullo y emoción. Son obras memorables. Para aquel que tuvo la suerte de verlas, el privilegio de haberlo disfrutado, son recuerdos imborrables. Son espectáculos de una categoría artística sobresaliente, algo que en los entes oficiales nos acostumbramos a ver. Pero hay muchísima gente que no las vio y ahora se le da una nueva posibilidad, lo cual es extraordinario. Son textos que han resistido al tiempo, por lo menos en sus ideas. Ver esos cuerpos artísticos, esos actores que logran acercarnos a Brecht de manera magistral, tan bien entendido, a través del juego, fundamentalmente. Hay algo que aunque sea en dos dimensiones, en pantalla, en soledad, se nota igual: cómo Brecht desarrolló esta obra usando una teoría de técnica dramática conocida como teatro épico, que él creó, donde rechazaba los métodos del teatro realista tradicional. Brecht usaba una narrativa más libre, en la que utilizaba máscaras o maquillajes y demás artilugios para evitar que el espectador se identificara con los personajes de la escena. Brecht buscaba que el espectador los piense, reduciendo la respuesta emocional del público.

–Justamente, a esta técnica se le llamaba “distanciamiento”. ¿Qué paradoja, no?

–Curioso, pero real. Al estudiar esta técnica o explorar este lenguaje, muchos creen que el distanciamiento tiene que ver con una frialdad de emociones, pero es todo lo contrario: el objetivo es conmover, desde arriba del escenario, con una tragedia en forma de farsa e invitar al espectador a entrar a un mundo de conmoción fuerte. No se trata de un cuentito de hadas, el teatro está más pegado a la realidad de lo que uno cree. Para mí eso es el distanciamiento, no todo aquello que no nos permite sentir, sino todo lo que nos permite pensar. «

En foco

De Bertolt Brecht. Dirección: Robert Sturua. Elenco: Fabián Vena, Roberto Carnaghi, Marcelo Subiotto y Claudio Da Passano, entre otros. Disponible en las web de Cultura en Casa y del Complejo Teatral de Buenos Aires.

El amor por los actores

Para Vena fue fundamental el encuentro con Robert Sturua, quien lo dirigió en esta obra de Brecht. “Fue muy importante en mi vida artística. Su teatro lo conocí cuando tenía 17 años, en un ciclo que había hecho –también– en el Teatro San Martín. A partir de ahí quedé totalmente enamorado de su arte. Fue extraordinario estar bajo su mirada”, recuerda el actor.
Nacido en 1938 en Tbilisi (capital de la República de Georgia), Sturua es considerado uno de los grandes directores del mundo. Vena recuerda cómo fue su conexión con él: “Fue muy fuerte, nos hemos encariñados muchísimo y luego hemos trabajado mucho juntos. Compartíamos camarín: solía estar ahí para charlar y comentar la obra o algún otro proyecto. El trato que tenía conmigo lo tenía con todo el elenco. Es quizá una obviedad, el director debe tener un contacto muy fluido y muy afectuoso con cada uno de los actores, tenga el rol que tenga. Pero no siempre pasa».
Pero Vena también destaca que el vínculo era recíproco: «Lo curioso es que todos los actores, y éramos muchos, teníamos ese amor por él. Cuando hacía las devoluciones era un momento mágico, se traba de verdaderas clases maestras. Se quedaba compartiendo conocimientos técnicos y aperturas tanto conmigo, que hacía de Hitler, como con un actor que tenía dos bocadillos. Él no hacía diferencias. Había algo ahí del amor por el actor que profesaba y nosotros lo disfrutábamos mucho”.

La ingeniería detrás del horror

“Esta es una obra llena de sentido, pero narrada desde lo hipotético, escrita como un acto desesperado desde alguien que escapó a tiempo y pudo contar por qué pasó lo que pasó”, dice Fabián Vena sobre La resistible ascensión de Arturo Ui. Concebida como una tentativa para explicar el ascenso de Hitler al poder, en esta pieza teatral Bertolt Brecht traslada la acción a una Chicago en plena crisis, al mundo de los gángsters, el comercio y la política.
Brecht terminó de escribir esta obra en 1941, en colaboración con Margarete Steffin, durante su exilio en Finlandia. Pero el texto no fue publicado ni representado hasta luego de la muerte del autor, la cual se concretó el 14 de agosto de 1956, en la ciudad de Berlín.
El personaje principal de La resistible ascensión de Arturo Ui es un ser oscuro, que se muestra como alguien que llega al poder mediante el terror, el crimen, la traición y el engaño.
De esta manera, el autor deja en claro su posición sobre la desastrosa llegada del nacionalsocialismo a su país. A causa de su oposición al gobierno de Hitler, Brecht se vio forzado a huir de Alemania en 1933 y vivir en el exilio por un total de 15 años. Recién pudo volver a su país en 1948 y se radicó en Berlín Este.