Una mujer se pone una pinza que cierra sus fosas nasales y, para alejar el fantasma de la obesa que fue alguna vez, se sumerge bajo el agua y nada resistiendo las ganas de respirar hasta límites insoportables para no quedar fuera del campeonato mundial de apnea. Un excombatiente de Malvinas es interrumpido en el momento mismo en que va a suicidarse y reencuentra el sentido de la vida corriendo una carrera devastadora. A seis años de haber quedado atrapado 42 horas en una cornisa durante una maratón, otro deportista extremo paga para ir a la Antártida y correr 100 kilómetros a 20 grados bajo cero. Historias de este tipo conforman el último libro de crónicas del reconocido Federico Bianchini, Cuerpos al límite.

Cómo engañar a la mente para lograr lo imposible (Aguilar) ¿Qué buscan sus protagonistas? ¿Qué los impulsa a experimentar placer en el sufrimiento? ¿Por qué se enfrentan a la muerte para sentirse vivos? Bianchini se lanza al deporte extremo de buscar respuestas y de encontrar siempre nuevas preguntas.

-¿Qué te lleva a contar la historia de estos deportistas extremos?

-En principio la curiosidad de saber por qué lo hacen. Hay quien cree que actúo por admiración y la verdad es que no sé si los admiro. Lo que hay en mi acercamiento es más bien una cuestión de incredulidad y un intento de entenderlos. Por otro lado, está el hecho de que ese costado del deporte está muy poco narrado. El deporte se resuelve en estadísticas, en números, en resultados, pero quedan afuera un montón de sensaciones, de sentimientos, de emociones que se dan y que el periodismo no cubre. Si hay una final del mundo por penales, por ejemplo, todos entrevistan al que ganó y por ahí resultaría más interesante entrevistar al arquero que no pudo atajar el penal y siente que perdieron por su culpa aunque no sea así. En este tipo de deporte extremo, además, la gente que lo practica casi no tiene reconocimiento económico porque, salvo excepciones, en la mayoría de los casos se trata de deporte amateur. Los premios que reciben son muy exiguos y algunos ponen plata de su bolsillo. Además, sólo obtienen reconocimiento entre ellos porque no hay un público amplio que los siga. Por ejemplo, yo me enteré haciendo una nota de que los triatlones son muy comunes en Santiago del Estero y Tucumán, cosa de la que aquí creo que no nos enteramos. Los protagonistas se conocen sólo dentro de ese circuito. En cuanto al tema del disfrute y del sufrimiento, es una pregunta que les formulé. Las respuestas son que disfrutan de lo que hacen en el momento en que se dan cuenta de que pudieron completar lo que se proponían. Pero es un disfrute que les dura poco porque cuando alcanzan una meta ya están trabajando en la próxima competencia. Creo que en el fondo hay un sinsentido que es posible extender a la vida en general. Ellos le dan un sentido muy personal, muy particular a algo que aparentemente no lo tiene. Esa dotación de sentido me parece interesante para tratar de averiguar por qué hacen lo que hacen.

-¿En el ascetismo, en el esfuerzo por superarse a cualquier precio, en la culpa que sienten si no cumplen, en la autoflagelación de quien se baja de la bicicleta con las piernas ensangrentadas, subyace una actitud religiosa?

-No lo veo como algo religioso, sino tal vez como algo más existencial, como el deseo de darle un sentido a lo que no lo tiene. La realidad es arbitraria, inverosímil, aleatoria. Si uno se pone a pensar, por ejemplo, que ahora estamos charlando tranquilos y que dentro de cinco minutos, por lo que sea, podemos estar muertos los dos, ese pensamiento resulta totalmente desesperante. Se hacen entonces una serie de rituales que les dan sentido a las cosas y permiten mantener una tranquilidad aparente que se va terminar en el momento de la muerte, si nos damos cuenta de que estamos por morir. Lo que hacen estos deportistas podría pensarse como una obsesión patológica. Pero si hay en la locura falta de decisión, lo que hacen estas personas está muy decidido. Más allá de que uno pueda no compartir esa decisión, la firmeza para entrenar necesita de decisiones fuertísimas. Por un lado, hay una cuestión de disciplina muy fuerte. Por otro, van corriendo el umbral de lo que creen posible, tanto a nivel físico como psicológico. Ninguno de ellos pensaba hace diez años que iba a poder hacer lo que hizo. Se van desafiando a sí mismos y esto les corre el límite que es como el horizonte, porque no se puede llegar nunca. Algunos se confiesan adictos al deporte y dicen que no pueden dejar de hacerlo y creo que hay algo bastante capitalista en esto, algo de insatisfacción. El corredor de las 50 maratones en 50 días es casi un producto de marketing, que se vende a sí mismo y cuenta una historia inverosímil. Vino a la Argentina con el auspicio de una marca de ropa. Todas las cosas que dice, las hace, pero es fácil cómo alrededor de eso se monta un negocio. Dentro de estos deportes están quienes son millonarios que se venden a sí mismos, quienes pagan para hacer algo, los que lo hacen porque les gusta y entrenan en los pocos momentos que tienen libres y los que lo hacen por una cuestión más existencial como el excombatiente de Malvinas al que el deporte lo salvó del suicidio.

-Es muy impresionante la escena en que intenta suicidarse.

-Sí, me dijo que el suicidio no es algo que se decide repentinamente, sino de a poco y que solo se realiza cuando se encuentra el momento de tranquilidad oportuno. De no haber sido interrumpido en el momento justo en que se iba a matar, dice que lo hubiera hecho porque estaba convencido. El deporte es lo que lo salva de la muerte, lo que le da un sentido a su vida. En el otro extremo están los que encuentran en el deporte una forma de huir de sus vidas, una forma de evasión de la realidad lo mismo que puede serlo la literatura o el hecho mismo de escribir porque cuando uno se concentra en las palabras, en la historia que está contando, deja de pensar en lo que lo rodea. Por eso (Abelardo) Castillo decía que no existe una literatura de la felicidad, porque cuando uno está contento, lo que hace es vivir. Cuando alguien vive en una sociedad que reprime los reclamos sociales, en la que las leyes que se votan son una vergüenza, cuando ve que el país se hunde y no hay inversiones, no hay industria, no hay mercado interno como sucede en la Argentina de hoy, tiene que sacar la cabeza de ahí porque si no, es algo casi agónico. Por eso uno huye hacia una realidad más agradable.

-¿No hay cierto aislamiento en estas personas?

-Sí. Cuando están entrenando se angustian porque no pasan el tiempo con sus familias, pero no deciden dejar de entrenar tanto para poder modificar esa situación. Hay algo complejo allí, incluso para las familias que los acompañan a todos los lugares, tienen que estar muy pendientes de lo que les pase. Un corredor me dijo que cuando pasa los 70 kilómetros se pone a llorar pensando en las hijas, que cuando sale a correr le dice a su mujer que si muere en la carrera no se le ocurra hacer ningún juicio. Le genera así una intranquilidad absoluta. Él mismo reconoce que es egoísta.

-¿Qué es el cuerpo para ellos?

-Por un lado, lo que hacen es trabajarlo obsesivamente, pero cuando hablan de lo que hacen toman al cuerpo casi como un impedimento, porque tienen la posibilidad de que se les rompa un tendón o un ligamento. En las competencias, sin embargo, se centran más en los estados de ánimo que en el propio cuerpo. Cuando les preguntaba cómo sabían si al sentir un dolor se trataba de algo grave o de un simple desgarro me decían que eran conscientes de lo que les pasaba a sus cuerpos, eran tan conscientes que casi pensaban que podían prescindir de ellos centrándose en algo que los sacara de ese sufrimiento. Hacen deporte para evadirse, pero incluso cuando lo hacen, pretenden evadirse de lo que están haciendo. Si tienen que correr 80 kilómetros se ponen a pensar, por ejemplo, en un asado de hace cinco años.

-¿No es también un conjuro contra la muerte, como si pagando una cuota de riesgos evitaran otros?

-Sí. En mi libro anterior narro la historia de un hombre de 60 años que tenía una hija de 3. Tomaba whisky y fumaba hasta que cayó en la cuenta de que cuando su hija tuviera 20, él iba a tener 77. Entonces dejó todo y se puso a correr unas carreras que podían matarlo, pero para él eso era vencer la muerte. Hay un discurso común en estos deportistas: “haciendo esto me siento vivo”. «