Como lo hizo Charles Baudelaire, también Fernanda García Lao se dedica a sembrar flores del mal. La belleza de sus flores no nace de jardines prolijamente podados y fertilizados con químicos, sino de la basura, de la carroña, el mejor abono para una escritura salvaje como la suya que, siempre fiel a sí misma, jamás hace una concesión al lugar común. Basta con leer su último libro, El tormento más puro (Emecé), para comprobarlo. En él se suceden relatos nacidos de la furia, que encuentran la mejor forma sin dejar de ser furiosos. Cada uno de ellos está trabajado con fervor, destilado al máximo como un perfume, como si la autora se empeñara en decirle al mundo que se pueden extraer los mejores aromas de la materia corrompida del fango. Las suyas son flores que muestran la belleza singular que puede alcanzar la podredumbre. Quizá porque busca y encuentra piedras preciosas en los basurales es que su voz es singular, única. Quien lea El tormento…constatará que las flores más hermosas pueden ser carnívoras. Advertencia para el lector: entre al libro con precaución, la de García Lao es escritura extrema, de alto riesgo.

Te escuché decir que tus novelas no eran novelas porque estaban todas cortadas. Los relatos de El tormento más puro, a su vez, tienen una unidad, no son cuentos sueltos. ¿Los pensaste así? (risas).

–Tal vez sea así. Siempre voy en contra de lo que se supone que hay que hacer y ni siquiera sé si es por una rebeldía innata, que también existe, no vamos a negarlo, pero también hay una cierta fatalidad. Uno escribe como piensa y también como ha vivido. El hecho de moverme tanto desde chica creo que me ha hecho construir haciendo pie en el movimiento

–¿Te referís al exilio de tu familia durante la dictadura?

–Sí. El otro día hablábamos con una de mis hijas sobre el tema. Ella ya tiene 22 mudanzas y yo tengo 28, de modo que en poco tiempo me va superar. Creo que hay una cartografía personal biográfica y también de lecturas sesgadas y poéticas que han hecho que el resultado sea este. Me aburre pensar de modo convencional tanto en la escritura como en la vida. Hay algo de disfrute en el objeto encontrado, en trasladar párrafos y gente, en construir a la deriva y después buscar el orden.

¿Sos de los escritores que se sientan a escribir para saber qué quieren escribir?

-Sí, hacerlo de otro modo te lleva a escribir cosas viejas, ya pensadas por vos. Es ir a lo seguro y yo necesito que el relato se organice a partir de sí mismo. Entiendo de qué se trata a medida que lo voy indagando, no antes. Además, trabajo mucho por contraste con el cuento anterior para no repetir una organización del relato. Me gusta modificar el punto de vista, dejarme tomar por la frase. Es algo raro, porque también es cierto que uno tiene un territorio que le interesa. Como todo el mundo, me centro en lo que me interesa y del resto paso de largo. Por qué me concentro en determinadas cosas, eso no lo sé. 

Aunque sé que es imposible que haya sido así, la unidad es tal que parece que todo el libro fue escrito en una sola sesión de escritura.

–Hay arrebatos de escritura, en el sentido de que yo soy tomada por ella, y luego cierta lógica en la construcción. Me gusta combinar temperaturas. Necesito escribir arrebatada, desacatada de la forma. No puedo hacerlo de otra manera. Creo que hay mucho de pesadilla colectiva de época en lo que se refiere al cuerpo, a la fecundación, a la muerte, a esa especie de ceguera posapocalíptica. No hay nada peor que esperar el apocalipsis y que no llegue (se ríe).  Quienes nacimos en el siglo XX esperábamos una suerte de derrota del presente al cambiar de siglo, pero no sucedió.

¿Qué entendés por «derrota del presente»?

–Una instancia superadora de lo que había sido el siglo XX que tuvo una gran oscuridad, guerras, dictaduras y atrocidades de todo tipo. Se esperaba también que colapsara el sistema tecnológico –en 1999 se decía que no estábamos programados para el 2000– y no pasó nada. Ya llevamos 19 años de este siglo y no está muy claro de qué va, seguimos sin entender un carajo. Esperamos un cambio de paradigma que no llega o que se atrasa. Pareciera que poner el cuerpo no es suficiente, que el amor no es suficiente.

–¿Y El tormento más puro va en contra de todo eso?

–Creo que sí, que va sobre la ausencia de erotismo de la presencia virtual que parece que viene a ratificar las tragedias antiguas, el sacrificio, el deseo y esta especie de inmoralidad compartida y naturalizada. Pero estas cosas las sé ahora que ya terminé de escribir. Creo que hay un riesgo en ciertas escrituras temáticas que me agotan. Hay un tipo de escritor que escribe sobre «temas».

–¿Por ejemplo?

–Mi novela Nación vacuna tuvo algunas lecturas como una distopía que no terminaba de cumplir el género, cuando de lo que se trataba era de poner en cuestión el género, de pensarlo desde un lugar más poético. Hay un sector que espera lo temático porque hay mucha cabeza de Netflix. Sin embargo, Metrópolis de Fritz Lang sigue siendo modernísima y es una distopía absoluta, pero con una locura particular que ya no molesta porque la tenemos asimilada.

–¿Cómo fue la recepción de tu último libro?

–Me sorprendió, porque no esperaba nada de él. Lo tenía terminado hacía dos años, pero como no se publicaba, lo seguí tocando.

–¿Por qué no se publicaba?

-Porque entre una novela y un libro de cuentos, la editorial privilegió la novela y salió Nación vacuna. Pero mi editora tenía ganas de sacarlo desde que lo leyó. Luego salió Los que vienen de la noche que escribí con Guillermo Saccomanno, y en un mercado tan mínimo no iba a competir conmigo misma (se ríe). Con un año de tanta crisis pensé que no iba a salir, pero Mercedes Güiraldes me dijo que había un hueco en julio y se publicó. La corrección sí es de una actualidad absoluta porque lo revisé nuevamente.

-¿Qué lees ahora?

-La poesía de Margaret Atwood, que es una poeta enorme, aunque muy tardíamente se la reivindica como narradora a partir de El cuento de la criada. También creo que Marosa Di Giorgio ha sido mal leída desde lo naïf, cuando en realidad es una salvaje.

–Vos tenés una especie de «salvajismo metódico».

–Sí, hace muchos años me pidieron para la revista La balandra que escribiera algo sobre la corrección. Yo escribí un texto que se llamó Domesticar un buitre. Creo que es lo que hago cuando escribo, pero primero, claro, necesito un buitre. Luego quizá le pinto las uñas, pero me interesa que rasgue. Creo que todos somos buitres domesticados, algunos más que otros. Este es un momento carroñero no sólo del país, sino de la humanidad. Nos está matando el exceso, también el exceso de hambre. Siempre me llamó la atención cómo uno maquilla su animal. En el libro trato de mostrar un poco más esas rutinas espantosas, algunas previstas o soñadas y otras que van detrás de la realidad. Las pesadillas son anticipatorias por un momento y luego muchas se cumplen. Hay una dislocación temporal con el hecho en sí que está por suceder o ya sucedió, pero está cerca. Pero no calificaría lo que escribo como fantástico. Lo que trato de hacer es que el cuento tenga sus propias normas. De los libros uno sale modificado.

¿En qué te modificó El tormento más puro?

–Lo que pasa es que ya estoy en una especie de novela estrambótica, en la mitad de un libro de cuentos, en la mitad de un libro que está entre poesía, relato y memoria. Además, arranqué con algo nuevo que no sé dónde me va a llevar. Según mis estados de cada día voy a un archivo o al otro. Escribí El tormento… sabiendo que mi madre no iba a llegar a verlo. Pero en él hay mucha muerte previa a la suya. Tengo una teoría de entrecasa según la cual el déjà vu es algo soñado. Uno primero sueña y cuando lo que sueña ocurre, piensa que lo vivió. Si uno presta atención, se da cuenta de que en la escritura está tu pasado, tu presente y tu futuro. Leí las galeras de El tormento más puro con mi madre internada y me sorprendió la contigüidad de la muerte en los relatos, la certeza de la tragedia que me estaba aconteciendo mientras corregía. Y de alguna manera anticipé lo que iba a sentir luego frente a su desaparición. Creo en la sabiduría del cuerpo, en esa especie de saber animal que uno tiene y que me encanta instigar en mí. Me asusta pensar que algún día la pierda y me convierta sólo en una persona.

¿Qué es ser sólo una persona?

–Ser un esclavo. Hay personas que son personajes, máscaras. Desde chica me gusta mirar debajo de la máscara para ver qué hay atrás. «


Un botón de muestra

1. Si se encuentra naciendo a la muerte no se desanime. Incluso el final tiene una duración limitada. Resista el dilema y organícese para lo que va a acontecer.


2. Sin razón, algunos aguardarán la llegada del ángel . Pero en la muerte no hay nadie. Se atiende sola.


3. Ya liberado del cuerpo usted encontrará una puerta. Espere. Sólo abrirá si su vida fue la llave. Es la entrada de los iniciados: seres puros que supieron  olvidar hasta el vacío.


4. Si la puerta está cerrada, haga tiempo. Lo aguarda la eternidad. Reajuste su sentido de la paciencia. Al menos, dirá, no me dolerán los pies; no tengo. Percibirá un silencio preocupante y la ausencia de otros seres. Pero si algo tiene de interesante este período es la intimidad. El infierno es personal e intransferible.