La contundencia irreversible del triunfo de la fórmula Fernández – Fernández nos exime de más especulaciones electorales. No hay forma de dar vuelta esta tendencia. El gobierno de Cambiemos fue derrotado en muchos sentidos: su programa de gobierno fue rechazado. En estas primarias TODOS superó el 47% de los votos afirmativos -casi el 49% de los votos positivos- en las elecciones presidenciales y de diputados nacionales, ganando en 22 de los 24 distritos, y en 7 de las 8 elecciones de senadores nacionales. Casi todas las gobernaciones serán peronistas; hasta la continuidad de Rodríguez Larreta en CABA se puso en cuestión. La ola de peronización promete ser la más fuerte desde 1983. Buena oportunidad, de paso, para preguntarse qué es hoy el peronismo, ya que TODOS es una coalición peronista pero de indudable diversidad interna.

La crítica del ajuste y la fortaleza política de una coalición muy abarcativa -tras varias elecciones consecutivas de justicialismos divididos- son las dos marcas del triunfo de los Fernández. Alberto, el futuro presidente, tendrá que lidiar con los desafíos de gobernar un país en estado crítico, responder a las demandas sociales que recibió en forma de votos, y liderar TODOS, que es una verdadera confederación política. Por suerte para él, el presidencialismo argentino confiere al titular del Ejecutivo muchas facultades (formales e informales) para hacer ese trabajo. 

Ahora bien, de arranque tiene un problema urgente. Este resultado contundente puso de manifiesto un problema en el diseño de las PASO. Quienes las pensaron no imaginaron un escenario como éste: las primarias, que son para seleccionar a los candidatos de una competencia posterior, terminaron consagrando -virtualmente- a un ganador. La totalidad de los votantes, y también los operadores financieros con tanta influencia en nuestra realidad, ya sienten que Alberto Fernández será el presidente a partir del 10 de diciembre. Y comenzaron a actuar en consecuencia. Pero faltan cuatro meses. Cuatro largos meses, en los que los mercados pueden ponerle condiciones a la administración entrante.

Sin quererlo, estamos repitiendo el drama de 1989. En aquella elección presidencial, por culpa de un cronograma mal concebido, se votó un 14 de mayo un cargo que vencía el 10 de diciembre. El cronograma dejaba una larguísima transición de siete meses entre el presidente saliente y el electo, que se sentía aún más larga por los efectos de la crisis económica y financiera reinante. Se tuvo que  resolver con un adelantamiento de la fecha del traspaso de mando (erróneamente señalada como «interrupción de mandato» por algunos analistas). Y para que no se volviera a producir ese vacío, la Constitución de 1994 estableció en su artículo 95 que «la elección (presidencial) se efectuará dentro de los dos meses anteriores a la conclusión del mandato del presidente en ejercicio». Esto se comenzó a aplicar en 1999 y desde entonces -salvo en las peculiares elecciones de 2003- se vota a fines de octubre. Veinte años después, adelantamos sin saberlo las elecciones. Tal vez, quienes proponían suspender las primarias si solo llevaban listas únicas tenían un buen argumento.
Aunque Macri no reconozca su derrota anticipada y siga legítimamente en carrera buscando el milagro de octubre, deberá pensar un mecanismo de transición y consulta. Y Alberto Fernández, inexorablemente, deberá comenzar a decidir cosas. Todos quieren saber qué hará, cómo planea hacerlo y quiénes lo acompañarán. Además, los diversos sectores que integran TODOS ya se sienten gobierno y pronto empezarán a opinar en público. El virtual presidente está compelido a adelantar algunos pasos de su estrategia. O la energía de su coalición ganadora lo desbordará.

Enfrenta, también, el problema de que sus votantes esperan de él más de lo que podrá darles. Las restricciones económicas y financieras de la Argentina de los próximos años no permitirán mucho. De hecho, llegó hasta las PASO sin prometer demasiado. Y CFK lo ayuda anticipando a sus fieles votantes que lo que se viene será duro. Uno de sus referentes económicos, Emanuel Álvarez Agis -un heterodoxo moderado que fue viceministro de Axel- agrega desde hace meses que en la primera etapa de una presidencia de TODOS habrá que olvidarse de la redistribución del ingreso. Y los ingresos en dólares de la Argentina están muy bajos. Con la devaluación del 12 de agosto ya hemos caído desde lo más alto de América Latina hasta casi la mitad de la tabla. 

Tal vez, una presidencia de Fernández se parezca al primer gobierno de Lula. El ex presidente brasileño, a quién Alberto Fernández dedicó su primera visita internacional como precandidato, llegó después de una transición agitada y puso a un grupo de tecnócratas moderados y ortodoxos al frente de puestos sensibles de la gestión. Y cedió al partido otras áreas clave del estado. Es probable que Fernández haga algo similar: las designaciones en las carteras de Trabajo, Salud -ambas rápidamente recuperarán su categoría de ministerios-, Desarrollo Social y otras del estado social se harán siguiendo las recomendaciones de Cristina y apuntando al área más política -es decir, kirchnerista- de TODOS, y seguramente para el BCRA, Hacienda y Finanzas ya tiene in péctore algunos nombres más amigables para los oídos del FMI y el mundo financiero. Más allá de contener la ansiedad inmediata de los mercados -un eufemismo para referirnos a los ahorristas argentinos dolarizados- hasta que se logren los nuevos equilibrios macro, una de sus primeras tareas será sentarse a conversar con los representantes del FMI. Que tiene una silla asegurada en la mesa de la gobernabilidad argentina. Y tal vez tenga que sentarse a tomar ese «otro café» antes de lo que tenía previsto.