Era el film más esperado de todo el 70ª. Festival de Berlín, no solo porque “Rizi” (Días) era la última obra de un maestro del cine como el taiwanés Tsai Ming-Liang, sino porque además era su primer largometraje de ficción desde el lejano 2013 con “Jiao You”.

En todos estos años, Tsai se ha movido entre la realidad virtual, las video instalaciones, el corto y el documental (incluyendo la conmovedora autoentrevista de 2018 “Na ri xia wu”) pero es con “Rizi” que entra en el terreno que lo ha llevado a la consagración mundial, desde los tiempos de “Vive l’amour” que en 1994 le valiera el León de Oro del Festival de Venecia.

A primera vista “Días” se parece a una video instalación centrada en su actor fetiche Lee Kang-Sheng, sentado inmóvil frente a una ventana desde la que se oye el ruido de una lluvia y con varios planos fijos con otras acciones suyas, hasta que de repente se ve a un jovencito yendo y viniendo ante un fogón improvisado en un departamento desprovisto de muebles.

Las escenas se suceden como los días de ocio, siempre iguales, siempre distintos, hasta que imprevistamente ambos personajes (la novedosa segunda presencia masculina es la del tailandés Anong Houngheuangsy) se encuentran en una habitación de hotel, donde el segundo se revela como un experto masajista en dos secuencias homoeróticas de rara y delicada sensibilidad.

Nunca antes, Tsai se había atrevido a tanto en su larga carrera donde ha desnudado poco a poco su orientación sexual.

El film tiene varios finales como podría no tener ninguno, como ese plano de Lee que fija su vista en la cámara interrogándose (e interrogándonos) sobre el significado de la palabra amor o aquel en el que Anong escucha las notas del Tema de Terry de “Candilejas” de Chaplin en una cajita de música que le ha regalado Lee junto con el dinero pagado por sus servicios.

Tsai consigue mantener la atención del espectador aún obligándolo a 127 minutos de escenas a veces anodinas, a ratos interesantes, siempre con ese lenguaje minimalista que ha perfeccionado a la última potencia en treinta años de carrera.

Corea del Sur ha pasado de un rol secundario en el panorama del cine mundial a uno de protagonista absoluto, gracias a los cuatro Oscar de “Parásito” de Bong Joon Ho.

Y es por eso que, tanto en el programa oficial como en el mercado europeo del cine, su presencia ha sido estelar con un simpático e inteligente kammers piel en concurso, “Domangchin yeoja” (La mujer que huyó) de Hong Sangsoo como en un policial de gran atractivo en  la sección fuera de competición “Berlinale Special”, “Sa-nyang-eui-si-gan” (Tiempo de cacería) de Yoon Sung-hyun.

Hong tiene 60 años y 23 films en su haber y su especialidad son las comedias tenues e inteligentes. Sin ser un Woody Allen suscoreano, ha sabido contar las incompresiones idiomáticas de una turista francesa (Isabelle Huppert) en una playa coreana o hasta jugar con su propio adulterio.

“La mujer que huyó” es simplemente un diálogo de 77 minutos entre una mujer divorciada y otra más joven que en cinco años de matrimonio no se ha separado ni un día de su marido. Todo ahí pero la calidad del diálogo, la frescura de la actuación y la originalidad del enfoque lo vuelven en una de las joyitas de este festival, tan avaro en buenas películas.

Yoon, en cambio, es un cineasta nacido en California en 1982 y desde muy joven vive en su país de origen donde ha realizado cortos y un varias veces premiado debut ,“Banana shake”, sobre el mundo de los adolescentes.

Pero “Tiempo de cacería” es totalmente diferente. Un film de género sobre un tema tan trillado como lo es el de un atraco a un casino de gangsters que termina mal y que Yoon logra revitalizar con un ritmo sostenido que no deja respiro al espectador y encima prometiéndole una secuela que no tardará en llegar. Y entre los protagonistas figura Choo Woo-shik, que en “Parasite” era el hijo de la familia pobre y está ya lanzado a una carrera internacional.