El mensaje de Raúl Castro fue breve y escueto. «Hoy 25 de noviembre de 2016, a las 22:29 horas de la noche, falleció el comandante en jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro.» La noticia se expandió con los tiempos que marca la época y se hizo viral en las redes de todo el planeta. Había dejado de existir, a los 90 años, el último líder del siglo XX. No solo comandante de una Revolución que se mantiene en pie desde el 1º de enero de 1959 a pesar del empeño de sus enemigos por destruirla, sino un estratega y fino analista sin par.

Se lo tildó de mito, y él se burlaba de esa definición. «Si se me considera un mito, es mérito de los Estados Unidos», dijo alguna vez, en ese tono mordaz que solía utilizar para referirse a las críticas más feroces que recibió a lo largo de su extensa vida. Una vida de la que se despidió podría decirse que en paz, luego de arreglar sus asuntos terrenales con la minuciosidad de la que había hecho gala desde sus tiempos juveniles.

Lo demostró en el gesto de pedir que incineraran sus restos, pero también cuando tras ser operado de urgencia por divertículos dejó el gobierno en manos de su hermano y se retiró a un segundo plano. «Que no se preocupen los vecinitos del norte, que no pretendo ejercer mi cargo hasta los 100 años», fue su último mensaje como presidente, el 26 de julio de 2006, cinco días antes de entregar el poder. Pero su cabeza siguió trabajando al máximo y nunca dejó de publicar en el diario Granma sus sesudas columnas de análisis sobre la realidad mundial en las que desglosó sus temores y advertencias por el futuro de la Humanidad.

Muchos escribieron sobre su vida, pero él mismo en persona participó en dos grandes testimonios donde cuenta esa que solo él podría saber y que en cierto modo son un legado escrito. Una es Fidel Castro: Guerrillero del Tiempo, con la periodista cubana Katiuska Blanco. La otra, más difundida, cien horas de grabación con el español Ignacio Ramonet, que se publicó como Fidel Castro: Biografía a dos voces; corregida de puño y letra por el propio Castro.

A Ramonet le haría algunas confesiones que, en el contexto de las dirigencias de varios países, revelan quién era el hombre que en la noche habanera del viernes dejó de existir. «Yo era hijo de terrateniente, no era nieto de terrateniente. Si hubiera sido nieto de ricos habría nacido ya en un reparto aristocrático», le dijo al exdirector de Le Monde Diplomatique.

Y aclaró a continuación: «Todos los compañeros con los cuales yo juego, en Birán (en la provincia de Holguín), con los que voy para arriba, para abajo, por todas partes, son la gente más pobre». Con ellos se acostumbró a compartir lo que había y lo que no. Deseos, sueños y esperanzas que lo hicieron abandonar la perspectiva de una vida de hombre rico para volcarse a la lucha por las reivindicaciones populares. A renunciar a esa herencia que sin dudas le resultó pesada por lo injusta.

Hay que decir que Fidel estudió en el Colegio de Belén, en la capital cubana, «la mejor escuela de los jesuitas de todo el país», según recordaba. Tras la Revolución, el edificio terminó convertido en el Instituto Técnico Militar. Como hermano mayor, se hizo cargo en aquella época de su hermano Raúl, ya que sus padres habían quedado en la finca de Holguín. Fue el otro tramo de la formación de un joven inquieto que quería saberlo todo y no tenía problemas en preguntar. Pero que también mostraba sus inquietudes sociales.

En 1950 se doctoró en Derecho en la Universidad de La Habana. Allí formó parte de la Federación Estudiantil Universitaria y participó en actividades revolucionarias como la sublevación contra la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en Santo Domingo, en 1947. Un año más tarde, durante un congreso universitario internacional, fue testigo del levantamiento tras el asesinato en Bogotá del candidato liberal a la presidencia José Eliécer Gaitán, un hecho que marcaría la historia colombiana y la de la región.

El «Bogotazo» se produjo al mismo tiempo que los gobiernos latinoamericanos, bajo fuerte presión de Washington, aprobaron la creación de la Organización de Estados Americanos, entre el 9 y el 30 de abril de 1948. La OEA fue una institución llamada a defender los intereses estadounidenses y de la que, cosas de la vida, sería expulsada Cuba en 1962 como una medida punitiva por el avance y consolidación de la Revolución que Fidel, su hermano Raúl y el argentino Ernesto Guevara habían instaurado tres años antes.

Contra la dictadura de Batista

A partir de 1949, Fidel comenzó a militar en el Partido del Pueblo Cubano, y en 1952 denunció al dictador Fulgencio Batista, un oscuro militar que con mano férrea dominaba en la isla como un baluarte del anticomunismo.

«Si existen tribunales, Batista debe ser castigado, y si Batista no es castigado: ¿cómo podrá después este tribunal juzgar a un ciudadano cualquiera por sedición o rebeldía contra este régimen ilegal producto de la traición impune?», se preguntaba Fidel, en un aviso implícito de lo que sería su futuro político. Efectivamente, los tribunales rechazaron la demanda, por lo que Castro entendió que la lucha armada sería la única vía posible para derrocar la tiranía.

Así fue que con su inseparable hermano Raúl y un grupo de idealistas emprendió el asalto al Cuartel Moncada, que le valió una sentencia de 15 años de prisión –de los cuales se hicieron efectivos sólo 22 meses– y el exilio a México. El asalto al cuartel fue un fracaso militar, pero no político: aquel acto dio una gran popularidad a sus protagonistas, acrecentada durante el juicio que las autoridades cubanas emprendieron contra Fidel, en el que el revolucionario se defendió a sí mismo y aprovechó para pronunciar un extenso alegato político que culminó con una frase destinada a ser histórica: «Condenadme, no importa, la historia me absolverá».

Una vez en México comenzó a armar el equipo que emprendería la travesía para volver a la isla con el objetivo claro de tomar el poder. Allí conocería a un médico argentino al que bautizaron como el Che y que formaría parte de la cúpula revolucionaria que entraría en La Habana tras la huida de Batista.

Allí, en México, organizó la expedición en un barquito muy poco preparado para cruzar el Caribe, llamado Granma (por el diminutivo en inglés para abuela, grandmother), que había sido comprado en forma clandestina en Tamaulipas a una empresa estadounidense. Era tan improbable que pudieran llegar a puerto que Fidel dijo entonces lo que podría interpretarse como una promesa, finalmente cumplida: «Si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo». El regreso de 1956 y la conformación de la guerrilla en Sierra Maestra fue el inicio de un camino que finalizó con la toma del poder poco más de dos años más tarde.

La Revolución

El triunfo militar puso a Fidel al frente del gobierno cubano, en el que fue primer ministro y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. «Esta vez, por fortuna para Cuba, la revolución llegará de verdad al poder. No será como en 1895, que vinieron los americanos y se hicieron dueños de esto, que intervinieron a última hora y después ni siquiera dejaron entrar a Calixto García, que había peleado durante 30 años, no lo dejaron entrar en Santiago de Cuba. No será como en el ’33, que cuando el pueblo empezó a creer que una revolución se estaba haciendo, vino el señor Batista, traicionó la revolución, se apoderó del poder e instauró una dictadura por once años. No será como en el ’44, año en el que las multitudes se enardecieron creyendo que al fin el pueblo había llegado al poder y los que llegaron al poder fueron los ladrones. Ni ladrones, ni traidores, ni intervencionistas. Esta vez sí que es la revolución», dijo Fidel.

Sin preludios, desde ese día de 1959 empezó a hacer realidad los proyectos de cambio que habían suministrado una base social a la Revolución: el más importante de todos, la reforma agraria, que expropiaba las grandes haciendas –muchas de ellas extranjeras– para dar medios de vida a los campesinos pobres. Confiscó todas las propiedades de más de 420 hectáreas de extensión. De forma simbólica, el primer campo en ser expropiado fue el de la propia familia Castro.

La nacionalización de los bienes de compañías estadounidenses en Cuba generaron los primeros chisporroteos con el gobierno de Estados Unidos, que hasta entonces no alcanzaba a comprender cómo manejar a esos díscolos guerrilleros barbados que habían desplazado a su hombre en La Habana. La Revolución también juzgó en tribunales revolucionarios a militares y colaboradores de la dictadura. Las medidas –criticadas por la prensa internacional– fueron defendidas por más de un millón de personas en una monumental muestra de apoyo el 21 de enero de 1959.

El enfrentamiento con la Casa Blanca era inevitable. Y mientras en 1961 el gobierno de la isla llamaba a una revolución general contra el imperialismo en Latinoamérica, a través de la «Primera declaración de La Habana», el presidente Dwight Eisenhower rompía las relaciones diplomáticas con Cuba, decretaba un embargo comercial destinado a ahogar la economía nacional y así forzar la retirada de Castro, ya que la economía cubana dependía casi totalmente de sus exportaciones a Estados Unidos, fundamentalmente de azúcar.

Ese mismo año, el sucesor de Eisenhower, John Fitzgerald Kennedy, no aflojó la presión, sino que la agudizó con la organización de un desembarco de exiliados cubanos armados en la bahía de Playa Girón, que fue repelido por el ejército revolucionario con el propio Castro a la cabeza. La fallida invasión, según coinciden muchos historiadores, habría dado origen a una conspiración contra Kennedy de los grupos más exaltados de cubanos exiliados y con apoyo de la CIA y el FBI que en noviembre de 1963 acabó con la vida del presidente estadounidense en Dallas. Para los cubanos, Playa Girón es el símbolo de la resistencia contra el imperio que busca recuperar su joya más preciada, donde se enseñoreaban los capos de la mafia a media hora de avión de Nueva York, 90 millas náuticas de Miami.

Tras esa ofensiva, Fidel proclamó el carácter marxista-leninista de la Revolución Cubana y, a través de la «Segunda declaración de La Habana», y alineó a su gobierno con la política exterior de la Unión Soviética. Al mismo tiempo, eliminó a los funcionarios liberales con los que se había aliado al llegar al poder y unificó a los grupos políticos que apoyaban este proceso en un único Partido Unido de la Revolución Socialista. Cuba fue el primer Estado socialista de Latinoamérica y sobrevivió incluso a la URSS, aunque a un precio que demuestra la voluntad, tanto de Fidel como de quienes lo acompañaron en el gobierno y del pueblo cubano.

Guerra fría

Un nuevo choque de La Habana con la Casa Blanca se produjo en 1962, cuando la URSS instaló en suelo cubano rampas de lanzamiento de misiles con las que podían alcanzarse objetivos en territorio de Estados Unidos. Descubiertas por el espionaje norteamericano, Kennedy reaccionó con un bloqueo naval a Cuba y la exigencia de retirada de las instalaciones.

La llamada «crisis de los misiles» estuvo a punto de hacer estallar una guerra nuclear entre las dos superpotencias, que fue evitada a último momento con la retirada del armamento soviético, a cambio de que no hubiese nuevos intentos de invasión en la isla.

En aquella biografía a dos manos, Fidel le manifestó a Ramonet su disgusto por la forma en que los soviéticos llevaron adelante aquellas negociaciones y por el modo en que dejaron afuera a los cubanos de una solución definitiva que además podría haber llevado a que EEUU entregara Guantánamo a los cubanos, una vieja aspiración que persiste hoy día.

«El reproche que hacía Fidel a (el líder soviético Nikita) Jruschev es que inicia las negociaciones sin informarle –recordó ayer el periodista español– Aunque en la negociación se estableció que EE UU nunca más intervendría militarmente contra Cuba, a pesar de eso, reprocha a los soviéticos haber conducido esas negociaciones mintiendo. Y él decía: cuando en una negociación uno de los negociadores empieza mintiendo, pierde su integridad moral y ética y, por consiguiente, no puede ganar esa negociación. Y los soviéticos empezaron negando que hubiese misiles en Cuba cuando sí los había. Castro decía que tenían que haber asumido que había misiles y que si Cuba se integraba a esa mesa de negociaciones se podía haber obtenido la restitución de Guantánamo».

Los grandes logros revolucionarios

En 1965, el Partido de la Revolución pasó a llamarse Partido Comunista de Cuba. Fidel asumió como secretario general. Poco más de una década después, en 1976, también fue nombrado presidente del Consejo de Estado, cargo que mantendría hasta 2008.

De la mano de Fidel, Cuba obtuvo logros sociales impensados para cualquier país de la región. De hecho, se convirtió en un modelo para el resto de las naciones subdesarrolladas en materias como Educación, Sanidad y Deportes. La tasa de alfabetismo alcanza hoy al 100% de los cubanos y el 95% de los chicos termina la escuela primaria. Todos los habitantes cuentan con acceso gratuito a la salud pública.

También emprendió una política redistributiva que favoreció a millones de cubanos que, hasta la estadía de Batista en el poder, vivían en la más profunda miseria. Según la CEPAL, sólo el 5% de la población está por debajo del nivel mínimo de consumo de energía alimentaria. El 95% de los cubanos cuenta con agua potable, a diferencia de lo que ocurre en otros países latinoamericanos, incluso Argentina.

Además, Fidel mantuvo una política exterior muy activa, basada en la lucha contra el imperialismo, con un papel destacado en el Movimiento de Países No Alineados y en la intervención militar cubana en África, en apoyo a los gobiernos socialistas de Angola y Etiopía.

Uno de los golpes más duros que recibió Fidel en este período fue la muerte del Che Guevara, que había dejado Cuba primero para colaborar con los grupos insurgentes de Angola, y luego había partido hacia Bolivia con la intención de iniciar un proceso similar al que había fructificado en la toma del poder en La Habana. El 9 de octubre de 1967 se confirma que esta vez la noticia de que el Che había sido muerto en la selva boliviana era cierta. Cuando Fidel anuncia la noticia públicamente, recuerda la carta con que el Che se despide al dejar su patria de adopción. La frase final también queda en la historia. «Hasta la victoria siempre». Es la misma con que Raúl terminó su anuncio de ayer.

Lo que vino después también fue un duro golpe para la Revolución. Desde 1985 la situación en la URSS, el principal sostén de la economía cubana, se fue degradando, hasta que el 26 de diciembre de 1991 se anuncia oficialmente la disolución de la Unión Soviética, el experimento socialista más grande en la historia de la Humanidad, iniciado en octubre de 1917 y que había derrotado al nazismo en la Segunda Guerra Mundial.

Muchos países que habían integrado la órbita soviética se habían ido desgajando del núcleo central de la URSS en esos años y otros lo hicieron con posterioridad. A pesar del peso específico que tenía para Cuba aquella pertenencia, a nivel económico y de seguridad exterior, el gobierno de Castro no se volcó masivamente a las ideas neoliberales que se habían impuesto hasta en Rusia. Comenzó la etapa más dura de la Revolución por lo que implicó para la población. Fue el «Período Especial», un proceso de resistencia a las consecuencias de un bloqueo de la principal economía del mundo y el imperio más grande en la historia humana sin renunciar a principios fundamentales de la Revolución Cubana.

El descongelamiento de relaciones con Estados Unidos y la reapertura de relaciones con el gobierno de Barack Obama fue obra de Raúl Castro, aunque es obvio que Fidel no era ajeno a esta política. Falta cumplir con el levantamiento del bloqueo y la devolución de los territorios de Guantánamo, un reclamo no solo cubano.

Fidel sobrevivió a 632 intentos de asesinato pergeñados por sus enemigos, capitaneados por los servicios secretos estadounidenses, y a once presidentes de EE UU. Fidel ya no está y en unos días tampoco estará Obama. Lo que viene es otra historia bien diferente. En ella, la herencia que deja Fidel será imposible de soslayar. «

La tristeza de un hermano

Era la madrugada del sábado 26 cuando la televisión cubana interrumpió la programación de sus canales para entrar en cadena nacional. Con gesto grave, el conductor se dirigió a los “amables televidentes” para dar paso a la “alocución del general de Ejército Raúl Castro Ruz”.

De inmediato se vio al actual mandatario cubano, con su ropa militar y sentado en su despacho, quien sencillamente leyó: “Querido pueblo de Cuba, con profundo dolor comparezco para informar a nuestro pueblo, a los amigos de nuestra América y del mundo que el 25 de noviembre de 2016, a las 10 y 29 horas de la noche, falleció el comandante en Jefe de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz. En cumplimiento de la voluntad expresa del compañero Fidel, sus restos serán cremados en las primeras horas de mañana, sábado 26. La comisión organizadora de los funerales brindará a nuestro pueblo una información detallada sobre la organización del homenaje póstumo que se le tributará al fundador de la Revolución Cubana. ¡Hasta la victoria siempre!”.

Nueve días de duelo

El Consejo de Estado de la República de Cuba decretó nueve días de Duelo Nacional, a partir de las 6 del 26 de noviembre hasta las 12 del 4 de diciembre, por la muerte de Fidel Castro.

«Durante la vigencia del Duelo Nacional cesarán las actividades y espectáculos públicos, ondeará la enseña nacional a media asta en los edificios públicos y establecimientos militares. La radio y la televisión mantendrán una programación informativa, patriótica e histórica», explicó el Consejo.

Las actividades de homenaje al líder cubano comenzarán el domingo.

El 4 de diciembre, la inhumación

Hasta el martes, los cubanos podrán rendir homenaje en el Memorial «José Martí», de La Habana, según informó la Comisión Organizadora para las honras fúnebres de Fidel Castro Ruz. El 30 se iniciará el traslado de sus cenizas por el itinerario que rememora La Caravana de la Libertad en enero de 1959, hasta Santiago de Cuba, concluyendo el 3, cuando se realizará un acto de masas en la Plaza «Antonio Maceo».

Finalmente, la ceremonia de inhumación se realizará el 4 de diciembre en el cementerio de «Santa Ifigenia» a las 7.