Hay décadas donde nada pasa, y semanas donde pasan décadas», dijo alguna vez Vladimir Lenin. Este fin de año de 2016, marcado por la elección de Donald Trump en Estados Unidos y el fallecimiento de Fidel Castro Ruz en Cuba, bien podría enmarcarse en la segunda parte de esta frase del principal artífice de la revolución rusa.

¿Qué era Cuba antes de Fidel Castro? Aquella pregunta, corta y contudente, deberá ser la que ordene cualquier debate en relación a su legado político, tanto para la isla como para América Latina en su conjunto.

Sin embargo, el objetivo de este artículo es otro: preguntarse cómo será la isla tras su partida, que no por previsible deja de impactar de lleno en millones de cubanos y latinoamericanos que le rendirán homenaje durante las próximas dos semanas.

El tema de los relevos es siempre bien complejo para todos los procesos políticos nacional-populares, progresistas y de la izquierda continental. Hay algunos ejemplos bien recientes que pueden dar cuenta de ello. Con Cuba ha sido diferente por un factor clave: hace ya más de diez años el propio Fidel Castro había delegado en Raúl los cargos de presidente del país, primer secretario del Partido Comunista, presidente del Consejo de Estado y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, tras una gravísima enfermedad tras un viaje a la Argentina.

Se trató de su última gran decisión como estratega de la política cubana, lo que implicó una nueva etapa de la revolución, que siempre enfrentó con hidalguía los problemas planteados. La Cuba post Fidel encuentra dilemas y complejidades: ¿cómo funcionará ahora el intento de normalización diplomática con EE UU, tras esta noticia y el propio triunfo de Trump? ¿Intentará el presidente electo de la principal potencia del mundo paralizar todos los esfuerzos logrados durante los últimos dos años? Si bien son preguntas abiertas, que no tendrán resolución a corto plazo, todo hace pensar que asistiremos a un amesetamiento de los esfuerzos hasta aquí desplegados, sobre todo de parte de Washington (quien, vale la pena decir, aún no cesó el criminal bloqueo impuesto hace más de 50 años).

Como sea, Cuba se ha preparado durante la última década para esta noticia, que llega a exactos 60 años de la partida del yate Granma del puerto de Tuxpan, México. Su pueblo, siempre alegre, lo llorará durante días en el memorial de José Martí en La Habana. Llenará nuevamente la Plaza de la Revolución, aunque esta vez no para escucharlo, como tantas otras veces lo ha hecho. Lo acompañará hasta Santiago, su morada final. Y tomará su ejemplo de cara a los próximos desafíos, tal como el propio Fidel lo hizo cuando el mundo le dio la espalda luego de la caída de la Unión Soviética -cuando Cuba se había convertido en una mala palabra en el ámbito de las relaciones internacionales, situación que se invirtió largamente en los últimos dos lustros-. 

A fin de cuentas, la fortaleza de la Cuba post Fidel se afinca en una frase que el propio líder de la Revolución Cubana le dijo a Ignacio Ramonet, en su libro Biografía a dos voces: «La Revolución se basa en principios. Y las ideas que nosotros defendemos son, hace ya tiempo, las ideas de todo el pueblo.» Ahí está el triunfo más vital del histórico dirigente, que ahora pasa definitivamente a la historia grande de nuestro continente.