Hace algún tiempo, su diabetes le había cobrado la amputación de las piernas. Ahora, dicha dolencia acaba de llevarse el resto de su cuerpo. Lo cierto es que –probablemente por motivos ajenos a su última voluntad– el fallecimiento del emblemático ex comisario Edgardo Mastrandrea no mereció la atención de la prensa. Una mezquindad del destino ya que el lema de ese hombre era –como diría Borges– «figuración o muerte». De modo que bien vale desempolvar una vieja escena suya que la perspectiva histórica convirtió en un gran instante de la televisión argentina.

Corría –en el invierno de 2000– el tercer bloque de un programa conducido por Sergio Rubín en una señal de cable, cuando el comisario Mario Naldi, un ícono de la «Maldita Policía», guapeó con la siguiente frase:

–A mí jamás me pudieron probar nada.

Alguien le había preguntado sobre su papel en la última dictadura.

El otro invitado –en su condición de experto en seguridad– era Mastrandrea. Y en ese momento, palideció; algo lo incomodaba. La razón afloraría mucho después: en 2010 fue detenido por graves delitos de lesa humanidad cometidos en el centro de exterminio que funcionaba en la Comisaría 1ª de Junín.

De hecho, durante la madrugada del martes pasado, exhaló su último suspiro bajo arresto domiciliario y ya condenado a 15 años de prisión.
Los orígenes policiales de Mastrandrea como oficial pueblerino en pequeñas ciudades de Buenos Aires fueron desdibujados por el tiempo. A finales de los ’70 recaló en La Plata, en donde –además de recibirse de abogado– inició una gran carrera policial, cuya cúspide fue la jefatura de la Delegación Berazatagui de Narcotráfico.

Cúspide y tumba, porque en 1993 fue echado de un plumazo por el mismísimo Pedro Klodczyk por brindar protección a una red de casinos ilegales. La acusación era absolutamente veraz. Pero el «Polaco» –como se le decía al célebre jefe de la Bonaerense– en realidad le recriminaba la traición de no compartir los dividendos con la «corona». Algo inadmisible.

Asimilado de modo forzoso a la vida civil, se transformó en una especie de Ave Fénix, pero en clave de thriller. Por lo pronto, ese tipo gordinflón y con mirada huidiza no tardó en tener entre el público una promisoria acogida. Sin que se le moviera un solo músculo del rostro, se describía como un objetor de conciencia, un perseguido por las alimañas que se apoderaron de la Fuerza. Y con ese disfraz supo fatigar estudios de TV. Un disfraz que exhibía múltiples roles y virtudes: especialista en el tema de la violencia urbana, supuesto líder sindical de los uniformados y adalid en la lucha contra la corrupción policial. Hasta tenía un discurso en defensa de los Derechos Humanos.

Pero no había extraviado su carisma cuartelero. Eso, por cierto, le facilitó su voluntad de liderar a «Los Sin Gorra», un colectivo de policías exonerados en la gestión de León Arslanian. Con ellos encabezó un virulento copamiento al Ministerio de Seguridad –que incluyó la rotura de vidrios, disparos al aire y palazos–, en franco repudio a sus reformas.

A su vez, el glamour republicano que emanaba hizo que ciertos especímenes de la clase política repararan en él. Tal fue el caso de Lilita Carrió, quien en la campaña de 2007 lo sumó a sus filas como asesor. En aquellas circunstancias, alguien lo reconoció por televisión.

Otro, en su situación, hubiera cultivado un bajo perfil. Él, en cambio, abusó de su suerte hasta que la vanidad le jugó esa mala pasada: un ex estudiante del Colegio Don Bosco, de San Nicolás –José María Bugassi– pudo identificar en su estampa al joven oficial que 30 años antes había participado en el secuestro de un grupo de alumnos. Ocurrió al verlo en una nota de TN sobre un acto de la Coalición Cívica, donde Mastrandrea pronunciaba un encendido discurso al que intituló: «Los ejes de una propuesta de seguridad sólida para construir una sociedad más segura.» La señora Carrió aplaudía a rabiar.

La denuncia correspondiente hizo de él un fantasma súbito.

Los estudiantes secuestrados tenían entre 16 y 22 años. De ese grupo nunca más volvió a saberse de Gerardo Cámpora, Carlos Farayi, las hermanas Rosa y María Cristina Alvira, Horacio Martínez, Regina Spotti, María Rosa Baronio, Jorge Reale y Carlos Alberto Grande. Por su parte, Pablo Martínez y Bugassi estuvieron privados de la libertad por un mes para ser después blanqueados en Junín.

Mastrandrea, con grado de oficial inspector, era tercero en la jerarquía de la comisaría. Y fue quien les tomó declaración, además de presionarlos con amenazas y golpes.

En resumen, el ex comisario fue condenado por ese hecho y también en otro juicio por delitos cometidos bajo la órbita del Primer Cuerpo del Ejército, en donde compartió el banquillo con el coronel Manuel Saint Amant. Y con las sentencias unificadas, debería haber estado preso hasta 2030.

La muerte lo rescató de su infierno terrenal.

En la helada mañana del miércoles, Edgardo Mastrandrea fue sepultado en el Cementerio de La Plata. De su último adiós participó su familia, junto con un puñado de viejos policías. Tal vez entonces, mientras su féretro bajaba a la tierra, alguien haya dicho para atemperar el dolor: «Se fue de razzia.»