En una histórica visita a la selva peruana, el papa Francisco criticó «la violencia machista hacia las mujeres» y en un encendido discurso les dijo hoy a 4.000 representantes de pueblos originarios de la Amazonía que «nunca estuvieron tan amenazados como ahora», convocándolos a defender la región.

«Quienes no habitamos estas tierras necesitamos de su sabiduría y conocimiento para poder adentrarnos, sin destruir, el tesoro que encierra esta región», reivindicó el pontífice al iniciar su encuentro con representantes de pueblos amazónicos como Harakbut, Esse-ejas, Matsiguenkas, Yines, Shipibos, Asháninkas, Yaneshas y Kakintes.

En línea con su encíclica de 2015 Laudato si, de la que los pobladores le entregaron ediciones en seis lenguas locales, Francisco afirmó que «la Amazonía es tierra disputada desde varios frentes: por una parte, el neoextractivismo y la fuerte presión por grandes intereses económicos que dirigen su avidez sobre petróleo, gas, madera, oro, monocultivos agroindustriales».

«Por otra parte, la amenaza contra sus territorios también viene por la perversión de ciertas políticas que promueven la conservación de la naturaleza sin tener en cuenta al ser humano, en concreto, a ustedes, hermanos amazónicos que habitan en ellas».

Fueron 22 los pueblos de la Amazonía que recibieron al Papa en el Coliseo de Puerto Maldonado, una pequeña ciudad de 75.000 habitantes en el Departamento de Madre Dios, 850 kilómetros al este de Lima.

El enorme centro deportivo se erige en medio de un laberinto de calles de tierra y un horizonte verde, que ofreció un escenario inédito para su mensaje: taparrabos, plumas y cuerpos pintados, con bailes e historias de cada pueblo.

Francisco siguió las distintas ceremonias con una sonrisa y hasta se animó a ponerse una corona de plumas rojas, amarillas y blancas sobre el solideo durante el intercambio de regalos con las comunidades locales.

María Luzmila Bermeo, del pueblo Awajún, ataviada con una túnica roja adornada con collares artesanales, le pidió a Francisco que «ore mucho para que la Amazonía no pierda sus saberes, sus riquezas, sus culturas y sus valores».

En su primer discurso en Perú, donde fue recibido el jueves por una multitud en Lima, Bergoglio advirtió al mundo que «probablemente los pueblos originarios amazónicos nunca hayan estado tan amenazados en sus territorios como lo están ahora».

«Todos los esfuerzos que hagamos por mejorar la vida de los pueblos amazónicos serán siempre pocos. Necesitamos escucharlos», los convocó, antes de despedirse con un «Tinkunakama» (hasta un próximo encuentro, en quechua) y de saludar al presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, con quien se encontrará en privado esta tarde al regresar a Lima.

Tras el encuentro con los pueblos originarios, y en medio de cantos de «Francisco, querido, la selva está contigo», el pontífice tuvo un encuentro con miles de pobladores de la zona, en el campo de un instituto dedicado al estudio de la preservación del ambiente al que llegó en un carrito de golf.

Allí, desde un altar adornado con una silla papal labrada en madera local, pidió «no naturalizar la violencia machista hacia las mujeres» frente a unas 50.000 personas, según cifras que el vocero papal Greg Burke dio a los medios que acompañan al papa en su gira.

«No se puede naturalizar la violencia, tomarla como algo natural. No. No se naturaliza la violencia hacia las mujeres sosteniendo una cultura machista que no asume el rol protagónico de la mujer dentro de nuestras comunidades», apeló el pontífice.

Tras denunciar la presencia de diversos tipos de «esclavitud» en la zona, el pontífice se declaró dolorido por «constatar cómo en esta tierra, que está bajo el amparo de la Madre de Dios, tantas mujeres son tan desvaloradas, menospreciadas y expuestas a un sinfín de violencias».

«No nos es lícito mirar para otro lado y dejar que tantas mujeres, especialmente adolescentes, sean pisoteadas en su dignidad», dijo en el Instituto Jorge Basadre.

Tras los discursos frente a los pobladores, Francisco visitó el Hogar Principito, un centro de acogida para 35 niños sin familia a los que les pidió que no se conformen «con lo que está pasando» y los exhortó a escuchar a los ancianos.

«Con tristeza ven la destrucción de los bosques. Sus abuelos les enseñaron a descubrirlos, en ellos encontraban sus alimentos y la medicina que los sanaba. Hoy son devastados por el vértigo de un progreso mal entendido. Los ríos que acogieron sus juegos y les regalaron comida hoy están enlodados, contaminados, muertos», dijo.