Panteón es una palabra de origen griego que originalmente refería a un templo dedicado a la adoración de todos los dioses. Con el tiempo la palabra también comenzó a utilizarse para designar a los monumentos funerarios destinados a contener los restos de varias personas. Ambos sentidos son aceptados actualmente por el castellano. En sus 60 o 70 años de historia y a partir de las dos acepciones, el rock también ha construido sus propios panteones. Frank Zappa, de cuya muerte se cumplieron 25 años el pasado martes 4 de diciembre, pertenece a todos ellos.

Entre las divinidades rockeras sin dudas Zappa es quien carga sobre las espaldas de su propio mito la mayor cantidad de historias sin fundamento, falsas memorias ajenas y fantasías varias. Sin embargo, atención, la vida de este músico ecléctico y prolífico acumula la cantidad suficiente de anécdotas extrañas y/o extravagantes como para justificar la larga lista de invenciones que se le atribuyen. Justamente esa certeza es la que el mismo artista, dueño de una obra tan amplia que suele decirse que contiene un disco para cada persona del mundo, toma como punto de partida en su célebre autobiografía La verdadera historia de Frank Zappa. Memorias, escrita con la colaboración del periodista Peter Occhiogrosso, cuya versión en castellano fue editada por la editorial española Malpaso y es distribuida en la Argentina por Océano.

“Este libro parte de la premisa de que hay alguien en alguna parte interesado en saber quién soy…” Así comienza el primer capítulo de ese volumen en el que Zappa se dedicará a recorrer su propia vida con una búsqueda irrenunciable como objetivo primordial: el humor. Una prerrogativa que ya había quedado clara unas páginas atrás, en el texto de la introducción, titulado “¿Libro? ¿Qué libro?” Ahí el guitarrista se encarga de puntualizar que escribe el suyo aún cuando, imitando al famoso Bartleby de Herman Melville, preferiría no hacerlo. Enseguida explica que la decisión de ir contra su propia voluntad nace en “la proliferación de libros estúpidos (en varios idiomas) que, por lo visto, hablan sobre mí” y agrega que la única finalidad de ese que el lector tiene entre sus manos es “entretener”. Y a continuación enumera cinco aclaraciones preliminares.

En la primera afirma que no cree tener una vida maravillosa que merezca ser contada, pero que le atrae la idea de “decir cosas por escrito” sobre “asuntos tangenciales”. En la tercera se desliga de la responsabilidad de los epígrafes con los que se abre cada capítulo, culpando de ellos a Occhiogrosso, ya que no quiere que nadie cree que se pasa todo el día “sin hacer otra cosa que leer a Flaubert, a Twitchell o a Shakespeare”. Luego les pide disculpas a todos aquellos cuyos nombres aparecen en el libro pero hubieran preferido no estar en él. Y por último también se disculpa con aquellos cuyo nombre no aparece en el libro y se sienten ofendidos por “tan desconsiderada omisión”.

Lo que sigue son 352 páginas de anécdotas, comentarios y opiniones en las que Zappa no tiene compasión ni piedad con nada ni nadie, llegando a calificar de imbéciles al común de sus conciudadanos. Sin embargo todavía hay mucho para contarle a los fanáticos de este guitarrista y compositor superdotado y para eso está el libro ¡Alucina! Mi vida con Frank Zappa, en el que Pauline Butcher, que fuera su secretaria personal entre 1967 y 1972, narra en tercera persona el inconmensurable universo zappiano. También editado por Malpaso, el relato de Pauline bien podría equipararse al de Alicia frente al mundo maravilloso que encuentra al caer por un pozo. Zappa representa para ella a aquel conejo blanco que la guía a través de una realidad paralela de la que no puede sino ser una asombrada espectadora. Fiestas de cumpleaños bizarras, frenéticas sesiones de grabación, absurdas reuniones y más es lo que describe aquella secretaria que recuerda aquellos años con admiración, pero que no se priva de revelar el algunos de los rincone más oscuros de la realidad detrás del mito. «