Los seis portan carteles en contra del ajuste en el Conicet. De fondo yace inerte el ministerio. Esa mole blanca inaugurada hace seis años, que se suponía iba a repatriar cerebros en un modelo de país con la ciencia y la tecnología como banderas. Ahora el sol deja paso a la noche palermitana. Y ellos siguen luchando. No son extremistas ni terroristas. Son científicos. Del grupo de los 500 que ganaron su ingreso a la Carrera de Investigador el año pasado y que, por los recortes presupuestarios, nunca fueron aceptados por la cartera que conduce Lino Barañao. En diciembre firmaron un acta acuerdo que establecía su reubicación en distintos organismos para que pudieran continuar sus investigaciones. No se cumplió. A cambio, el gobierno ofreció insertarlos en universidades con el cargo de Jefes de Trabajos Práctico (JTP) con dedicación exclusiva, lo que les implicaría recibir casi 10 mil pesos menos de lo que hubiesen ganado en el Conicet, y olvidarse de sus equipos de investigación. En el medio transcurrieron nueve meses. Y las consecuencias empiezan a vislumbrarse. Los seis forman parte de un grupo aún mayor e inexacto: los despedidos del Conicet que recibieron propuestas para realizar sus investigaciones en el extranjero, y que ya tienen pensado irse.

Nicholas Rauschenberg (37) es hijo de exiliados. Sus padres también son científicos. Se fueron durante la dictadura. “Ahora heredé la problemática”, se lamenta. Nació en Brasil y estudió en ambos países. Volvió a la Argentina definitivamente en 2007 para hacer el doctorado en Sociología. Su tema de trabajo es “Justicia de transición en América Latina”: cómo, tras un régimen dictatorial, se reanuda la democracia, focalizado en las políticas de Memoria, «a través de las reconfiguraciones de los mundos del arte y la política”. Si bien la Universidad de San Pablo es una posibilidad concreta para continuar sus estudios, la ciencia en Brasil no atraviesa un mejor momento que la argentina. La semana pasada hubo una masiva movilización porque la Universidad de Río quedó desfinanciada. Su otra opción es Alemania, donde realizó un doctorado: “Tengo ya una oferta firme de la Universidad de Weimar, para arrancar con cargo de profesor durante dos años, con un sueldo bastante superior al de acá. Tengo docentes amigos que saben de mi situación, son solidarios y aparte les interesa mi trabajo.” Ninguno de ellos entiende cuando Nicholas cuenta lo que le pasó aquí: “Es un mamarracho jurídico que abran un concurso con ciertas reglas y te las cambien cuando ya está aprobado, diciéndote ‘no, ahora de esa lista sólo va a entrar el 40%’, y muchos ni siquiera siguen el orden de mérito. En Alemania sería un escándalo y el ministro ya habría renunciado”.

Tomando en cuenta su tema de estudio, es consultado acerca de cómo observa la actualidad política, con el aumento de la escala represiva. Responde, sin pausas: «Si uno de los grandes errores del gobierno de Cristina fue no haber hecho una Comisión de la Verdad para investigar y juzgar los crímenes económicos de la dictadura, hoy sufrimos eso: nos gobiernan los principales beneficiados y actores de ese plan económico gestionado en la dictadura. Y lo de la marcha del viernes fue burdo. Buscan generar un clima de estado de excepción necesario para crear un enemigo interno ficticio, y ahí poder justificar en la opinión pública la aplicación de violencias arbitrarias».

Una cuestión de elecciones

Soledad Cutuli (33), doctora en Antropología Social de la UBA, se especializa en antropología política, género y sexualidad. Dentro del Conicet quería abordar la implementación de la ley de Identidad de Género y los dispositivos de inserción laboral de las travestis, “una de las poblaciones más vulneradas, con una expectativa de vida que no supera los 40 años y con prevalencia del VIH Sida de alrededor del 34%”. Aprobó todo, pero quedó afuera. Soledad tiene además un puesto docente de JTP con cargo simple que podía complementarse con el cargo en la Carrera de Investigadora. Sin embargo, la oferta del gobierno de incorporar a los despedidos como docentes en universidades los obliga a aceptar ser JTP con dedicación exclusiva, lo que les impide seguir con los cargos que ya traen. “Teniendo que estar frente a cursos, con dedicación exclusiva todo el año, hay que elegir entre la docencia o el trabajo de campo. Antes, con dedicación simple, eso era perfectamente combinable. Por otro lado, perderemos hasta 10 mil pesos respecto a lo que íbamos a ganar en el Conicet. Otro conflicto es la estabilidad, porque de entrar a planta permanente pasamos a ser JTP interinos por dos años, y luego tenemos que concursar en condiciones totalmente desfavorables”. La semana pasada hubo una reunión de gran parte de los 107 afectados de la UBA con el rector Alberto Barbieri por la creación de estos cargos. “Es medio una trampa, es postergar el despido”, resume Rauschenberg.

Soledad es becaria desde 2006, una condición en la que ni siquiera se reciben los beneficios de un trabajador normal. “Estamos llegando a los 35 años sin aportes. Una locura. Esta desprotección se potencia sobre todo en las mujeres, porque esta situación de incertidumbre en lo laboral nos está llevando al límite de nuestra edad biológica”. Se casó en junio, durante el conflicto. Como en la mayoría de los casos, irse del país no es algo que pueda pensar sola. Pero la suerte parece estar echada. En noviembre viajará a tierras aztecas. El lugar es el Colegio de México (Colmex), donde abrieron una plaza de profesor investigador. “El tema es que no sólo pierdo los vínculos con mi directora y mi equipo, sino que además acá también estoy formando gente. En término de relaciones de linaje, cortás un eslabón que está en el medio, entre tus predecesores y tus sucesores”.   

Durante el conflicto en diciembre, tanto los grandes medios como el gobierno salieron en sintonía a hablar de “ciencias útiles” en detrimento de las supuestas «no útiles». El foco lo pusieron en las ciencias sociales. “Definir a las ciencias sociales como ciencias inútiles es un error, porque en el contexto actual, y con los conflictos que aparecen, son ellas las que aportan soluciones y abren la cabeza en cuanto a, por ejemplo, el conflicto mapuche. Tanto la antropología y la arqueología sirven para discutir el foco de xenofobia de ‘los mapuches son chilenos’ o ‘los tehuelches son argentinos’”, apunta Mariana Sacchi (37), doctora en Arqueología. Investiga habilidades para la talla en conjuntos líticos de la Patagonia argentina. “También sirven en la formulación de políticas públicas, por ejemplo en los aportes a la ley de identidad de género, de vanguardia –expresa Soledad–. Incluso acompañando el desarrollo de ciencias duras. Podés desarrollar una píldora anticonceptiva, pero si no estudiás de qué manera las poblaciones la consumen, a través de sus tradiciones y su cultura, no sabés si realmente cumple el efecto de anticoncepción. Es sabido que muchos la ponen en la pava de mate y comparten la píldora”. 

Para Mariana, el ataque mediático “no es ignorancia, está focalizado”, sobre todo en los análisis sobre culturas populares y de masas, “como si fuera deslegitimante trabajar con la revista Billiken o Disney, como si no fueran productoras de significados”. Ella también es docente de la UBA. Se le avisó que no ingresaría al Conicet vía mail ese viernes de diciembre a las 17 horas. “Tuve que empezar a hacer otras tareas: docencia en escuelas, consultorías privadas para estudios de impacto ambiental…” Le otorgaron una beca posdoctoral por nueve meses. Vence en diciembre. “Esto no te deja pensar a largo plazo, y en términos del equipo de investigación genera que mis compañeros y directores tampoco sepan cómo continuar. No es un problema presupuestario. Hay plata. Es una decisión política de querer o no que la ciencia argentina crezca”. En febrero le escribieron desde la Universidad del País Vasco para invitarla a ser jurado de una tesis de doctorado. “La situación en España no es mejor, pero el director me dijo: ‘Cuando quieras, podés venirte’. Acá estoy en pareja. Nos dijimos: ‘¿Y qué hacemos si me sale un año?’ Y bueno, nos vamos”.

Huellas en el mar

“Con la devaluación perdimos la mitad de los subsidios, que son en dólares. Se redujeron insumos como los anticuerpos monoclonales, animales de laboratorio o kits de medición que se fabrican afuera”. Vanesa Sanchez (34) es doctora en Biotecnología y Biología Molecular de la UNSAM. Trabaja en el desarrollo de vacunas contra la toxoplasmosis, “una infección causada por un parásito que en la Argentina afecta a alrededor de la mitad de la población”. Existe la infección aguda, que se desarrolla en las primeras dos semanas, y la infección crónica. “El tema que presenté para hacer en la Carrera de Investigador del Conicet se orientaba al desarrollo de vacunas y tratamiento contra la infección crónica. El parásito vive con vos por el resto de tu vida, alojado en el cerebro y los músculos, y tiene efectos a largo plazo sobre el comportamiento, el desarrollo cognitivo y otras enfermedades como esquizofrenia, bipolaridad y Alzheimer. Pero es una enfermedad que está desatendida y no se estudia ni se diagnostica a tiempo”. Su iniciativa se basa en vacunas terapéuticas o tratamientos de inmunoterapias “que eliminen el parásito del organismo y disminuyan las consecuencias que trae la infección, tratando de estimular el sistema inmune”. 

“El avance de una investigación debe ir acompañado con una perspectiva de futuro. Siendo tan incierto, en el laboratorio se debe priorizar las líneas que ya están más avanzadas. La mía es una línea nueva, por lo que se hace difícil poder desarrollarla”, acota. Su pareja también es investigador, de medio ambiente, y tiene contactos con un laboratorio de Francia donde pueden continuar sus vidas científicas. “Me duele enormemente porque estoy absolutamente con mi investigación y quiero encontrar una solución, aunque nos sea muy difícil explicar la importancia que tiene”. La paradoja se podrá dar en diez años, cuando el país le compre a Francia una vacuna contra la toxoplasmosis crónica, ideada por una científica argentina que en 2016 fue despedida del Conicet. “Igualmente, la toxoplasmosis está en todo el mundo, pero el parásito es propio de cada región. Las cepas son distintas. Entonces, encontrar una solución en Francia tal vez no sea igual de efectiva que en la Argentina. Importar esa tecnología no nos garantizará soluciones. Hay que investigar acá”. 

Natalia Bustelo (38), doctora en Historia de la UNLP, analizó la reforma universitaria, recopilando revistas estudiantiles y otras político-culturales, desde 1910 en adelante, e investiga «cómo el estudiante se constituyó en un nuevo actor social –se explaya–. Hice el ingreso al Conicet a los 38 años, la edad límite para entrar como asistente. Además, antes el 75% de las plazas eran para temas libres; ahora es sólo la mitad. El resto son redireccionadas para ‘temas estratégicos’, que no involucran a las ciencias sociales”. En Alemania hizo cursos de doctorado, y su tesis fue premiada en el Colmex como la mejor en Historia Intelectual. Ahí radican sus dos opciones para continuar en el extranjero.

Guadalupe Maradei (35), doctora en Letras de la UBA, volvió de una estadía posdoctoral en Alemania para ingresar al Conicet. “Como a muchos, me ofrecieron quedarme allá, pero por mi tema de estudio –cómo se desplazó el lugar de las escritoras mujeres en el canon literario argentino en la posdictadura–, decidí quedarme. Ahí se desató el conflicto y conformamos la Red Federal de Afectados. Igual, como en octubre del año pasado ya sabíamos que se estaba votando el presupuesto de ciencia y técnica con un recorte del 60%, me presenté a la beca postdoctoral Fulbright, en New York. Y me ofrecieron una plaza como profesora investigadora”.

Igual, más allá de irse, quieren hacer una última apuesta por el país. Como un deber con ellos mismos y con el Estado que invirtió en sus formaciones durante tantos años, el mismo que ahora parece darles la espalda. Todos volverán a presentarse a la convocatoria de Investigador del Conicet de cara al 2018. Habrá 2500 postulantes para 450 cargos. “Estamos los que quedamos afuera el año pasado y los que se suman ahora. Y el año que viene será aún peor”, enfatiza Vanesa. “Hacer ciencia va a ser cada vez más difícil. Lo que va a pasar es que vamos a depender de los subsidios de la National Geographic, que son direccionados a un fin específico de ellos. Y hubo muchos que ya pasaron al sector privado”, remarca Mariana. A su lado, con la noche de fondo, Soledad agrega: “Al perder soberanía sobre la ciencia, nos resignamos a importar ideas, prioridades, líneas de investigación de otros países. Y exportar científicos.” «

El martes, una propuesta que es un parche

El martes se desarrollará una nueva mesa de la Comisión Mixta de Seguimiento entre la Red Federal de Afectadxs y el Ministerio. Debía hacerse una por mes, de acuerdo al Acta Acuerdo firmado en diciembre, pero no se cumplió. Allí el gobierno oficializará la propuesta de que los 500 despedidos pasen a ser docentes en universidades, con dedicación exclusiva y por dos años de manera interina. Después deberán concursar. Ese día habla plenario de científicos. «Pedimos mantener la estabilidad y los salarios que íbamos a recibir en el Conicet, y que se respeten los tiempos de investigación», enumera Guadalupe Maradei. Agrega: «Hablan de incentivo a la relocalización en pos de un federalismo que no es tal. En realidad, hay investigadores que van a sufrir el desarraigo en universidades que no quedan en su ciudad, separándose de su equipo de trabajo. Se vende como solución pero es un parche para disolver el conflicto y disgregarnos como colectivo.»

Sin fondos, con crowdfunding

A falta de financiamiento público, el Ministerio de Ciencia sale a buscar que los proyectos también puedan ser costeados por los ciudadanos, a través de aportes monetarios individuales. A principios de mes, la cartera que conduce Lino Barañao informó el lanzamiento en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires de la plataforma Mercado de Innovación Argentina (MIA), «una página web que permitirá impulsar mediante el crowdfunding o financiamiento colectivo proyectos científicos y tecnológicos que presenten cierto nivel de novedad», resaltaron. Nuevamente se puso en primer plano el discurso de financiar los proyectos «innovadores» e «importantes» para la sociedad.

Al inscribir un proyecto en MIA (en un mecanismo similar al financiamiento de películas, por ejemplo), el usuario fija una meta de financiamiento y un plazo de tiempo, para invitar a los interesados a sumarse y contribuir con dinero u otras formas de apoyo a cambio de recompensas. Así, forma parte de un canal de participación de capital privado para financiar «nuevos conocimientos y productos novedosos».