Don Diego Maradona se inclina y remueve con la pala el carbón. Transpira. En la parrilla, Coco Villafañe tantea con el cuchillo el vacío y los chorizos. El padre y el suegro de Diego Maradona son los asadores de la selección argentina en la concentración del América en pleno Mundial de México 86. Don Diego, más callado; Coco, más jodón. La carne es de alta calidad: proviene de «Mi Viejo», restaurante del exfutbolista argentino Eduardo Cremasco, que había jugado en México. También ahí comen asados. Pero el ritual del asado en la concentración, sin picada, acompañado de ensaladas, se repite una vez por semana después del entrenamiento. «El asado, en la vida de los argentinos, es esencial –dice el Vasco Olarticoechea, campeón del mundo–. Y en una concentración, ni hablar. Siempre comés más o menos lo mismo, mucha pasta. Y el asado es como un recreo que te dan. Eso también ayuda a la convivencia, a revivir los domingos en familia. Pasábamos un gran momento, lo disfrutábamos».

En la historia del fútbol argentino, el ritual del asado es a veces cónclave, otras costumbre y relax, y casi siempre herramienta de los entrenadores para fortalecer las relaciones grupales. Y se remonta a los orígenes. Don Diego Brown –sí, Don Diego– tuvo once hijos varones: a principios del siglo XX, siete jugaron en Alumni, primer gran equipo criollo, y cinco llegaron a la selección. Alumni había sido formado, con alumnos del Buenos Aires English High School, por el escocés Alexander Watson Hutton, padre fundador del fútbol argentino. Los hermanos Brown, nacidos todos en Argentina, ganaron diez títulos de Primera División entre 1900 y 1911. Don Diego solía hacerles asados a los futbolistas de Alumni.

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El club de la carne, de igual modo, fue el Reformer Athletic Club, fundado en Campana por trabajadores ingleses del frigorífico Smithfield. Reformer participó de la Primera de la Argentine Association Football, antecesora de la AFA, entre 1905 y 1910, año en que se disolvió después de descender a Segunda. En Campana nació el «asado de tira», cuando empleados de los frigoríficos se repartían los cortes con hueso que no se exportaban a Europa. Lo cuenta el historiador Claudio Valerio en el libro Asado de tira. «Nadie asociaría el ritual del asado con jugar al golf, que es una actividad individual», dice Valerio, y tiende otro puente entre la carne y la pelota: «River le debe su nombre a un frigorífico: cuando los fundadores buscaban cómo llamar al club estaban en un bar y vieron cajas de carne del frigorífico River Plate Fresh Meat, que se llevaban al puerto. Hubo otro nombre posible: Forward Athletic. Y la controversia se dirimió como corresponde: un partido de fútbol seguido de asado. Y el club llevó el nombre del equipo ganador: el de River Plate». Marcelo Gallardo, DT más campeón en la historia de River, utiliza el asado como terapia grupal. Y es amante de la entraña. «Román –dijo antes de que Riquelme decidiera meterse en la vida política de Boca– tiene tiempo para comer asado y hablar. Y yo tengo que pensar en los partidos que tengo por delante».

En sucesivos asados durante 2019, Riquelme reunió al equipo de trabajo con el que desembarcará en Boca como encargado del fútbol, como Sebastián Battaglia y el Chelo Delgado. Por la parrilla de Román en Don Torcuato pasan también políticos, hinchas y periodistas. El calor del fuego del asado como punto de encuentro. En octubre, Thiago Almada, el juvenil estrella de Vélez, recibió una invitación vía WhatsApp: «Hola fenómeno. Venite a casa a comer un asado y vemos el partido juntos». Era Riquelme. Lo había visto decir en la televisión que lo admiraba. Los asados de Román suelen ser los martes. Almada vio con Riquelme «el partido»: el pase de River ante Boca a la final de la Copa Libertadores. En 2009, cuando tenía 8 años, Almada había ido a un asado riquelmista por intermedio de un amigo de Cristian, hermano-vocero de Román. «Es mi ídolo –contó Almada–. Siempre miraba sus partidos, sus pases filtrados, cómo aguantaba la pelota, la pegada que tenía. Lo conocí en un asado».

El fútbol también entra en los asados como tema de charla. En 1986, durante la sobremesa de un asado en Lomas de San Isidro, el presidente Raúl Alfonsín le preguntó a Rodolfo O’Reilly, secretario de Deportes, cuándo iba a echar a Carlos Bilardo. En la mesa estaba Enrique «Coti» Nosiglia, también funcionario radical. La selección de Bilardo jugaba muy mal, y peligraba la clasificación al Mundial. La operación se instrumentó a través del viejo Tiempo Argentino, controlado por Nosiglia. «La selección no juega a nada, no va para atrás ni para adelante», dijo al diario O’Reilly, mientras un dirigente aliado de un club grande avisaba que expondría su disconformidad con Bilardo en la AFA. Sobrevivió por el apoyo de Julio Grondona y de los jugadores, liderados por Maradona y Oscar Ruggeri.

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Hubo programas de TV futboleros con el asado como excusa. El Sello, pionero, era conducido por Ramiro Sánchez Ordoñez en TyC Sports. El invitado hacía el asado. Las tablas con carne propiciaban el momento para preguntar, el canto de los pájaros al aire libre aflojaba al entrevistado. En 2003, Sánchez Ordoñez le hizo notar a Grondona que ningún árbitro judío llegaba a dirigir en el fútbol argentino. El presidente de la AFA le respondió rápido: «Mentira». Pero después siguió, liberado: «No creo que muchos judíos puedan ser referís porque nunca buscan lo difícil». El Sello fue levantado del aire y el periodista dejó de trabajar en TyC Sports.

«¿Y el vino?», le preguntan los futbolistas, medio en broma, medio en serio, a Luciano Spena, coordinador del área de nutrición de Racing, Huracán y Banfield, cuando comparte con ellos un asado. «Es una comida cultural que tiene un arraigo muy fuerte en los planteles, mayormente en los deportes de equipo –explica el nutricionista Spena–. Se busca que las carnes sean magras, que no haya una carga de achuras muy grande, a lo sumo algún chorizo, alguna morcilla. Lo que lográs con el asado es unión de los jugadores. El asado desvirtúa un poco la estructura, pero en definitiva te hace bien: no es más que proteína con algo de verdura o papa. Es una comida que tiene más peso social que problemático. De la forma que aparece, suma más de lo que resta. Es una tradición en el fútbol».

En una tarde-noche catalana de 2002, Lionel Messi conoció en un asado a Riquelme. Fue en la casa de Josep Maria Minguella, representante vinculado al Barcelona. Messi tenía 16 años y jugaba en la categoría Cadete. Riquelme había llegado a Barcelona desde Boca. Había otros jugadores, como los brasileños Fabio Rochemback y Thiago Motta. «Aún puedo verlo sentado en el fondo de una mesa desde donde miraba así, por debajo del pelo, a Riquelme», recuerda Minguella. «Lo observaba como si fuera Jesucristo Superstar. Era su gran ídolo. Sólo lo miraba porque Leo era muy discreto y le tenías que sacar las palabras». Aunque en el último tiempo se animó a la parrilla y degusta el solomillo ibérico a las brasas, Messi es el que no hace nada en los asados. Así lo recordaron Javier Mascherano, Neymar y Luis Suárez cuando coincidieron en Barcelona. «Leo –lo bancó Mascherano– juega al fútbol». En el último amistoso de la selección argentina, ante Uruguay en Israel, una bandera colgaba de las tribunas del Bloomfield en Tel Aviv: «Messi, te amo más que al asado».

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