El cuerpo de un psicólogo aparece con un tiro en la cabeza en su propio consultorio, pero milagrosamente sigue vivo. Para la policía se trata de un intento de suicidio y así caratulan el caso. El único que no está de acuerdo con esa mirada es Pablo Rouviot, colega y amigo de la víctima. Dueño de una mente meticulosa y analítica, Rouviot encuentra en la escena del crimen sutiles indicios que delatan un cuidado montaje para ocultar otra cosa: un asesinato planificado con siniestra inteligencia. Sólo un hombre como él, que maneja con precisión las herramientas de la observación y la escucha activa, tendrá la capacidad de entrar en ese complejo laberinto y encontrar una salida.

Detrás de Pablo Rouviot, protagonista de La voz ausente (Emecé), la novela policial que se convirtió en el primer bestseller de 2019, hay otro psicoanalista. Se trata de Gabriel Rolón, el hombre que convirtió su profesión en un camino a otros oficios que abraza con igual pasión, como la escritura, el teatro o la radio, donde durante muchos años se desempeñó como escudero del gran Alejandro Dolina en el mítico programa La venganza será terrible. Como escritor Rolón reparte su tiempo entre libros que son una extensión de su trabajo en el diván, en los que relata historias vinculadas a su labor en el consultorio, y su obra de ficción, a la que pertenece Rouviot. Con él como protagonista ya había publicado la novela Los padecientes, uno de los libros más vendidos de 2010 y adaptada al cine en 2017.

No deja de resultar significativo que personaje y autor compartan las herramientas del psicoanálisis. Un detalle nada menor que permiten pensar a uno como alter ego del otro, dando lugar a una paradoja curiosa. Que el autor sea capaz de analizar a su personaje en el sentido más freudiano del término, pero que en ese mismo acto tal vez esté hablando de sí mismo.

–Para tratar de entender cómo funciona la mente meticulosa del sospechoso, Rouviot necesita poner en marcha sus propios mecanismos rituales. Parafraseando al General: ¿podríamos decir que para desenmascarar a un obsesivo no hay nada mejor que otro obsesivo?

–A ver… Creo que para descubrir a un obsesivo no hay nada mejor que un analista. Y, si bien los analistas podemos ser obsesivos de nuestros trabajos, en realidad trabajamos más sobre una estructura histérica, donde el deseo circula de un modo extraño, un poco insatisfecho, un poco errático. La práctica clínica sigue más las leyes de la histeria que de la neurosis obsesiva. Es cierto que a veces Rouviot requiere de su ámbito para entender, porque donde mejor escucha es en el consultorio. Por eso en algún momento tiene que agarrar todos los datos que tiene y llevarlos ahí, porque en ese espacio se activa el dispositivo psicoanalítico, y entonces las cosas funcionan distinto a como funcionan en la vida.


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–Todos los detectives literarios famosos tienen un método y Rouviot no es la excepción. ¿Puede decirse que su método entonces surge de seguir esas leyes de la histeria que usted menciona?

–Creo que Rouviot les cuenta a los lectores cuál es su método, utilizando a Bermúdez como interlocutor. Cuando este policía le pregunta: «¿Y esto de dónde lo sacó?, entonces él le explica, y esa explicación también tiene al lector como destinatario, porque es a él a quien, como autor, debo explicarle todo, para que sepa que no le estoy haciendo trampas ni sacando cosas de la galera. Para que eso ocurra, Pablo Rouviot tiene que ser al mismo tiempo el protagonista y el lector.

–¿A qué se refiere con eso exactamente?

–A que el lector tiene que ver y escuchar lo mismo que Rouviot. Lo mismo que, en un primer momento, el propio Pablo no ve ni escucha. El autor de un thriller entabla un desafío con los lectores, y el desafío permanente es: «Bueno, a ver si vos descubrís las cosas antes que Rouviot».

–Es decir que como escritor usted también tiene un método.

–Yo voy dejando todas las pistas que voy a usar, no escondo ninguna. Si vos me descubriste antes, yo perdí como autor. Pero si te logré sostener el misterio hasta que Rouviot se da cuenta y vos te das cuenta junto con él, entonces funciona.

–Está claro que La voz ausente es una novela policial, sin embargo usted utiliza la estructura de la ficción para hacer referencia a una cantidad de temas de la realidad.

–Pablo Rouviot es un hombre que todo el tiempo está en su consultorio escuchando gente que sufre. Y hoy en la Argentina la gente sufre por amor, pero también porque pierde el trabajo o no llega a pagar el gas. Y Pablo también es un argentino que sufre por un montón de cosas. Alguien que pudo estudiar y aprender porque la educación es pública y gratuita, y eso lo quise jugar en la novela. Yo podría haber inventado otro personaje. Un analista que llega de graduarse en Harvard después de hacer un master, y que viene de allá con otras ideas. Un profesional criado en una casa adinerada, con una familia que los domingos se iba a comer asado arriba de la lancha, y podría haber funcionado igual. Pero ese no es mi personaje.

–Junto a esa mirada desencantada, en sus novelas hay otro elemento que denota una percepción filosa de la realidad: la idea de que la maldad siempre se derrama en la pirámide social, fluyendo desde arriba y afectando a los de abajo. Los sospechosos siempre son parte de las clases altas o forman parte de estructuras corruptas. Y las clases bajas, aun cuando puedan llegar a convertirse en victimarios, nunca dejan de ser víctimas.

–Permitime hacer una petición de principio: el poder es algo muy poderoso, ¿sí? Y el poder delata a las personas. Vos con poder podés hacer cosas maravillosas y quedar en la historia, o podés demostrar que no eras el ser encantador que todos creíamos que eras hasta que tuviste ese poder. Esto se ve cuando alguien dice: «al final este desde que se ganó la lotería no vino más a comer un asado. Ahora se olvidó de todos nosotros». En esas situaciones uno piensa: «cómo lo cambió la plata»… Y no, la plata no lo cambió: lo delató. Esa persona era esto, sólo que no tenía poder para hacer los desplantes que ahora hace. Por supuesto tiene mucho más potencial de daño alguien con poder que alguien sin poder, por eso elijo jugar casi siempre la raíz de la maldad que recorre mis novelas de la mano de ciertos ámbitos por los que ese poder circula, porque creo que es desde donde se puede hacer más daño. Y además es más funcional a mi novela, porque a mi personaje le conviene estar investigando cosas que han sido tapadas por corrupción o por dinero. Y es correcta tu mirada: hasta los más crueles victimarios, cuando son muy humildes, en mis novelas encuentran una justificación. Cuando mi villano ha tenido una vida espantosa, humillada, abandonada, maltratada, intento que en algún momento el lector, aunque lo odie, vuelque su mirada hacia aquellos que generaron este villano. Pero no descubro nada. Foucault lo dijo más claro en su libro Vigilar y castigar: siempre es desde la ideología del poder desde donde se causa el daño último.

–En algún momento el protagonista dice que «para ser feliz es necesario cierto grado de ignorancia». A partir de eso y siendo que su máxima aspiración es «alcanzar la verdad» (o sea, lo contrario de la ignorancia), ¿se puede suponer que Rouviot está condenado a no ser feliz?

–Rouviot está condenado a la desesperación. Si bien pasa por un montón de momentos, e incluso a veces atraviesa la ilusión de una felicidad posible, él es un desesperado. Sabe que la esperanza es una trampa, que lo único que genera es el campo fértil para la angustia, entonces está desesperado de antemano. Digamos, desesperación vista no sólo como ese lugar donde la angustia te invade y te desborda, sino también como la falta total de esperanza. A él lo mueve el deseo, y el deseo es algo que siempre nos pone en riesgo. La esperanza, de algún modo, es un acto de fe, y Rouviot no tiene esa clase de fe. Él sabe muy bien que no se puede ser feliz sino a costa de una cierta ignorancia que no es capaz de tener, porque eso no es algo que se pueda elegir. Uno no decide «a partir de ahora me voy a olvidar de que existe la posibilidad de mi muerte, de que mi padre está muerto ya y no lo voy a ver nunca más; me voy a olvidar de que en mi país hay chicos que se mueren de hambre todos los días; me voy a olvidar de todo eso y voy a ser feliz». Rouviot no puede, y por eso, tampoco puede alcanzar la felicidad. Me gusta esa característica de Pablo. Me gusta que todo el tiempo en él discurran ese hombre que parece poder entenderlo todo y ese otro que no entiende la injusticia de haber nacido sólo para morir. Esa contradicción genera un personaje que al menos a mí me resulta muy atractivo.

–Pareciera que en la construcción de Rouviot usted se juega algo de su propia identidad como autor.

–Creo, como decía Borges, que todo autor no escribe más que de sí mismo, aunque uno diga «Yo me llamo Jorge Luis Borges» y otro escriba «Había una vez un rey en Persia”. Porque todos hablamos de algo que nos recorre. Y a mí me atraviesan las emociones que recorren a Rouviot. Y me gusta este analista un poco incorrecto en los tiempos que corren. Sé que no es un tiempo ideal para intelectuales que piensan lo social o lo político como lo hace Rouviot, pero me gusta. No es un marginal como Philip Marlowe, el personaje de Raymond Chandler, sino alguien al que le ha ido bien, que se ha convertido en un hombre prestigioso, pero que no olvida quién es, de dónde viene y cuáles son los dolores que le importan. Y en eso también nos parecemos bastante.  «

EN EL TEATRO

Gabriel Rolón presenta su espectáculo Entrevista abierta todos los jueves a las 20 y viernes a las 22 en el teatro El Picadero, Pasaje Discépolo 1857. El mismo estará en cartel hasta finales de marzo. Las entradas se adquieren a través del sitio Plateanet.com.