Al día siguiente de regresar a Argentina, tras haber logrado el pasaje para el Mundial de Francia 2019 luego de 12 años de ausencia mundialista, Gabriela Garton atiende el teléfono desde el Instituto Gino Germani, de la Universidad de Buenos Aires. Además de ser arquera de la Selección, Garton tiene como tema de estudio el rol de las mujeres en el fútbol: su tesis para recibirse como magíster en Sociología de la Cultura es un trabajo etnográfico sobre las jugadoras de UAI Urquiza. Después de que unas 15 mil personas asistieran por primera vez a un estadio argentino para ver un partido de fútbol entre mujeres, su mirada de socióloga y futbolista parece necesaria para explicar qué cambió. «Es una combinación de muchas cosas. No se puede negar el papel del movimiento de mujeres en los últimos años en Argentina, empujando hacia la igualdad, para lograr esta visibilización. Es muy difícil saber por qué. Creo que estamos viviendo un cambio cultural, se están dando cuenta de que las mujeres pueden jugar o que es lindo ir a alentar a Argentina, ya sean hombres o mujeres los que usen la camiseta».

–¿Qué es lo que más te llamó la atención de lo que pasó con el fútbol femenino en las últimas dos semanas?

–Toda la cobertura me resultó única comparada con lo que fue hace cuatro años, en la Copa América de 2014. Esa vez no tuvo casi nada de repercusión en los medios y no tuvimos posibilidad de clasificar al Mundial. Pero este año salieron notas en todos los medios, además de la cantidad de gente que fue a la cancha en Arsenal. Es algo que todavía es nuevo para nosotras. El otro día bajamos del avión y nos estaban esperando las cámaras de televisión. Veníamos acostumbradas a que sólo haya familiares.

–¿Creés que influyó la postura de denuncia que tomaron en la Copa América, con la carta y la foto pidiendo ser escuchadas?

–Creo que fue muy importante mostrar las condiciones en las que estábamos, que no eran condiciones decentes. Pedíamos un vestuario, entrenar en canchas de pasto, que no nos den la ropa vieja, peleábamos los viáticos o los premios por si íbamos al Mundial. Eran cosas básicas. El problema fue que en la Copa estábamos con la cabeza en eso a veces. La noche anterior a jugar con Chile estuvimos reunidas hasta tarde con el presidente de la comisión de fútbol femenino tratando de arreglar estos asuntos en vez de estar concentradas en el último partido. Esta vez estuvo todo resuelto de antemano y creo que se vio en la cancha.

–¿Qué puede generar?

–El sueño es que tenga algún tipo de repercusión en las más chiquitas, que quieran jugar y que nos tengan de modelos. El deseo es que nos vean y digan: «Yo quiero llegar a esto, jugar a la pelota en la Selección». Que los padres no lo miren como algo raro y las manden al hockey o a danza. Hay pocas escuelitas de fútbol femenino.

Arquera de la Selección y becaria del Conicet, doctoranda en Ciencias Sociales, Garton a sus 28 años parece destinada a abrirse caminos en círculos en los que no es fácil el acceso para nadie. Menos para una mujer. ¿Cómo termina una piba en el arco? «Nací en Estados Unidos. Empecé allá –responde–, donde jugar a la pelota es casi más popular entre las mujeres que entre los hombres. También hacía béisbol y básquet, y entonces tenía una coordinación con las manos, no le tenía miedo a la pelota. Me gustó el arco. Acá en Argentina hay una falta terrible de arqueras, porque en el barrio nadie quiere ir al arco. Va la gordita o el gordito. No hay escuelas de fútbol que te mejoren como en los varones, que los eligen por capacidad». Desde hace dos años Garton vive en San Luis. Allí, para mantenerse en forma ante cada citación a la Selección, se entrena con dos equipos de varones: Estudiantes de San Luis, que está en el Federal A, y Sol de Mayo, que juega la liga provincial. En Estudiantes se entrena con los arqueros de Primera. Y en Sol de Mayo participa de los partidos de práctica, al punto de que estuvo muy cerca de sumarse a competir pero la UAI, dueña del pase, no se lo permitió.

–¿Cuál es tu tema de estudio puntualmente?

–Estoy cerrando la maestría que es una etnografía sobre las jugadoras de UAI Urquiza. Lo que destaco es que cuando la institución empezó a invertir y a apoyar al fútbol femenino se empezaron a ver resultados deportivos, pasó de pelear los últimos puestos hasta ser campeón en tres de los últimos cuatro años. La institución apuesta mucho a la disciplina y las jugadoras se dedican más, se comprometen más con la práctica. La UAI tiene la política de ofrecer un trabajo como beca dentro de la institución y casi que las jugadoras viven del fútbol, aunque no sea directo porque no es profesional. Así encuentran la manera de que las jugadoras se enfoquen en su práctica. Y se ven los resultados deportivos.

–¿Cuando llegaste a Argentina tenías claro que querías entrar en el fútbol como jugadora y analista?

–Vine a los 22 años. Tenía la idea de jugar a la pelota, ya había tenido una prueba con la Selección. Y me interesaba mucho el ámbito porque me llamaba la atención lo que me comentaban las chicas de la desigualdad a la que se enfrentaban todos los días. Al llegar de Estados Unidos todo me sorprendía más, me llamaba la atención el descuido, la desorganización para con el fútbol femenino.

–¿Así como se ha construido un prototipo de futbolista varón, se puede hacer con las mujeres?

–Creo que en un momento sí había un estigma de ver a las jugadoras como machonas. Hoy creo que se ve bastante diversidad, chicas que vienen de lugares humildes o de familias de clase media para arriba. Hay chicas que están terminando una carrera universitaria y otras que no terminaron el secundario. Creo que eso es lo lindo del fútbol femenino, que te cruzás con gente que en tu círculo social tal vez no cruzarías, es una mezcla de jugadoras y de compañeras que te enriquece.