Pelota dividida en el aire de La Bombonera. Minuto 23. Boca-Racing. Lisandro López va a la disputa. Antes de que toque el pasto, Fernando Gago la taquea hacia atrás, para el 2, y comienza una nueva jugada. No cualquiera: es la del primer gol de Boca en el 4-2. El secreto de Gago, entonces, se revela: está en el cuello, que gira tan rápido como si fuera un búho, los golpes de vista, el campo visual de 360 grados, la mirada de rayos X. En 180 minutos, ante San Lorenzo y Racing, después de siete meses sin jugar por la re-ruptura del tendón de Aquiles izquierdo, Gago reconfiguró como cinco el juego de Boca. Desde la defensa al ataque, desde la salida a la gestación. Dándosela a los cinco minutos a Guillermo Sara –y apoyándolo con aplausos a pesar de la mala resolución del arquero, que hoy no podrá estar por lesión y lo remplazará Axel Werner– y buscándolo a Carlos Tevez en la posición de nexo, su principal receptor con 17 pases el domingo, la mayor sociedad. Esta tarde en el Monumental, en un Superclásico, tendrá otra posibilidad de ser ese Gago.

Y, ante todo, de ser ese Gago que juega de 5. «¿De qué va a jugar? De 5. Así lo vendieron al Real Madrid», dijo Guillermo Barros Schelotto en su primera conferencia de prensa como entrenador de Boca. Este campeonato, al inicio sin Gago, Guillermo recurrió a los dos mediocampistas centrales delante de los cuatro defensores, más allá de las opciones de diferentes colores para jugar con un solo volante central. Hasta que volvió Gago. Y se acabó. «El ‘doble cinco’ es una mentira –dijo alguna vez César Menotti–. El ‘doble cinco’ es el producto del miedo. Porque no es ‘doble cinco’. Es más volantes de marca y menos de juego». Boca comenzó la temporada con nueve mediocampistas de similares características, una plaga interna que deshilachó al plantel arriba y abajo. Lo que Gago hizo, sobre todo, fue darle un sentido de juego al equipo. Guillermo había trabajado, de entrada, en ganar confianza a partir de la seguridad defensiva. Y antes de Gago, y por fuera de los resultados, no aparecía ni esa idea: era un equipo que no salía a la superficie.

La primera rotura del tendón de Aquiles fue en septiembre de 2015, por el Superclásico de la Copa Sudamericana. La segunda, en abril de 2016, también ante River, por el torneo y en La Boca. En su regreso, ahora, Gago se parece al pibe que destelló en Primera con el Boca multicampeón de Alfio Basile. Al que vendieron al Real Madrid. Hoy chocará de frente con Leonardo Ponzio, hostil a la hora de la marca, peón para cortar el puente con Tevez. En la pulseada también entrará el nivel de fastidio que le provoque. En dos partidos, por lo pronto, contagió a los compañeros a tal punto que sacó al equipo de la intrascendencia. «El 5 es Gago. Cuando lo veo jugar de 5 sólo creo que es su posición natural. Con las condiciones que tiene puede jugar de lo que quiera. Pero a mí me encanta verlo jugar de 5 sólo. Se hace el eje del juego, siempre anticipa, tiene una visión fantástica», dice Fernando Redondo, aquel 5 al que Gago imitaba. Ya no copia a nadie. A los 30 años, Gago entra y juega. De 5 y muy bien.