Cuatro días antes de ganarle 8-0 a Jorge Wilstermann, y de irse otra vez ovacionado del Monumental, Marcelo Gallardo había recibido un reconocimiento poco común en el fútbol argentino: hinchas de San Martín de San Juan –el rival de turno– lo aplaudieron antes del partido que River ganó por la tercera fecha de la Superliga. Ese puñado de plateístas sanjuaninos es, al menos, un ejemplo de cómo el entrenador de River logró trascender los colores para ganarse el reconocimiento nacional. La espectacular clasificación de River a las semifinales de la Copa Libertadores con ocho goles no hizo más que potenciar la admiración dentro y fuera del gallinero.

Personajes del fútbol que logren consenso más o menos generalizado en Argentina hay varios, pero la mayoría llega a ese lugar bajo el halo de la Selección o desde las transmisiones del fútbol extranjero. La distancia elimina las anteojeras del hinchismo vernáculo y le permite al bostero aplaudir a Javier Mascherano, al canalla lo deja querer a Lionel Messi y al leproso respetar a Ángel Di María. Alcanzar algo así desde el fútbol argentino es mucho más complicado y los ejemplos –como el de Juan Román Riquelme o el de Ricardo Bochini– no son tantos.

No es el éxito una condición suficiente para alcanzar ese status. Tampoco hitos determinados. La nacionalización de una figura en el fútbol argentino es producto de una construcción en el tiempo, a la que de a poco, o en oleadas, se le suman hinchas que logran salir de la lógica binaria que tiene al riverboquismo de Twitter o Facebook su mayor y más detestable expresión. A medida que determinadas figuras mantienen su categoría partido a partido, torneo a torneo, los hinchas van sumando argumentos o convencimientos para aceptar que un eventual rival es de buena cepa de verdad

Gallardo, desde que llegó a River a mediados de 2014, logró armar determinados equipos que por su juego se ganaron la admiración ajena, en especial en el primer y en el último semestre. Rearmó planteles y esquemas -y reinventó equipos- para levantar trofeos en casi todas las temporadas y también superó con determinación escollos durísimos, como las eliminatorias con Boca, los duelos con Cruzeiro, la final de la Copa Argentina contra Rosario Central y la reciente serie ante Jorge Wilstermann, con una remontada difícil de olvidar. Las formas, los nombres y los logros varían; Gallardo y su capacidad de hacer que el equipo deje la marca son la constante.

¿Alcanza para admirarlo independientemente de la camiseta? La heterogénea postulación para que reemplazara al Patón Bauza en la Selección parece responder esa pregunta, y el dato de que sólo dos veces el entrenador de River o de Boca tomó el mando albiceleste desde 1974 –Passarella en 1994 y el Coco Basile en 2006– no hace más que reforzar la respuesta. Si algún día Gallardo se convierte en el entrenador de la Selección y logra repetir su labor en River, el reconocimiento por encima del hinchismo habrá cerrado el círculo que comenzó a trazar hace más de tres años.