En las torres de los palcos, las pantallas se prenden y comienza la cuenta regresiva. Son las 20:41 en la Argentina. Faltan 49 minutos para el inicio del partido. El escudo de Boca luce a todo color. El de River, en blanco y negro, sin la banda roja. Y el eterno rival sale a calentar a La Bombonera. “¡Los vamos a matar/ los vamos a matar/ no va a quedar una gallina viva/ En La Boca va a haber un cementerio de gallinas!”. Al otro lado, en una de las esquinas de la platea media, los dirigentes de River llegan al palco vidriado. Los hinchas le muestran un par de cartulinas. Una: “Bos moriste el 26 junio 2011”. Dos: “Te reperfilaste. River-RiBer-RiVAR. Descendido. Corrupto”.

Demasiado pensamiento puesto en el otro, como una continuidad del planteo de Gustavo Alfaro en la ida de las semifinales de la Copa Libertadores en el Monumental. Boca le sacó color a River, hay que reconocerlo. Pero no apeló al juego: sí al ataque por necesidad y a la épica inevitable, con el uruguayo Diego Lugano y el italiano Marco Materazzi en las tribunas. Y hasta llenó el césped de papelitos, lo que repitió el absurdo countdown. No le fue suficiente.

El River de Marcelo Gallardo, el más ganador de la historia del club, pausó el partido de vuelta todo lo que pudo, frizó esa ventaja de dos goles, perdió 1-0 y, sin embargo, le ganó la quinta eliminación directa a Boca en los últimos cinco años: semifinales de la Copa Sudamericana 2014, octavos de la Libertadores 2015, final de la Supercopa Argentina 2018, final de la Libertadores 2018 y, ahora, semi de la Libertadores 2019. River jugará el 23 de noviembre la segunda final consecutiva de la Copa, ante el poderoso brasileño Flamengo, en Santiago, si es que puede rodar la pelota en medio de la crisis política y social que vive Santiago y toda Chile.

¿Qué hizo Boca en La Bombonera? Se aferró a la pelota detenida: tuvo nueve tiros libres desde el sector derecho del ataque (River cometió, en total, 27 faltas, como en ningún partido de las últimas cinco Libertadores). En el tercer tiro libre desde la derecha, el árbitro brasileño Wilton Sampaio le anuló bien un gol a Eduardo Salvio, después de una mano sin intención de Emmanuel Mas. En el séptimo, Jan Hurtado empujó la pelota abajo del arco, luego de un cabezazo cruzado de Lisandro López. Ya iban 34 minutos del segundo tiempo. En el noveno, López volvió a ganar de arriba y, esta vez, se encontró con la figura de Franco Armani. Esa última imagen de un Boca esforzado, atacando aún sin ideas, con el arquero Esteban Andrada de líbero y referente anímico, provocó los aplausos finales de los hinchas al equipo.

¿Qué hizo River en La Bombonera? Sobrepasó el meridiano de los 15 minutos, el fuego del soplete que todo quiere quemar, le sacó ritmo al partido, jugó largo y, en un tramo, porque el reloj corría, lo logró: Boca quedó paralizado. En la serie, al final, se impusieron las condiciones técnicas superiores de River. Nicolás de la Cruz fue el jugador de las semifinales, siempre atrevido y punzante, de local y de visitante. El apuro a Boca le jugó en contra. El que quedó expuesto, en ese sentido, fue Carlos Tevez, impreciso y fuera de tiempo. De suplente a salvador con 90 minutos en la cancha. También resultó demasiado. River jugó con el cronómetro en la mano.

El Superclásico copero dejó a Gallardo como más Napoleón. Y a Alfaro, casi con un pie afuera de Boca, al borde de la despedida. “Si me preguntan qué pienso, quiero terminar lo mejor que pueda los partidos que quedan, volver a mi casa y recuperar mi vida”, dijo el entrenador en la conferencia de prensa. Pero no parece ser el principal apuntado. La continuidad de Alfaro, al que le costó salirse del libreto de cerrar su arco y embocar algún gol, pende de las elecciones del 8 de diciembre en Boca. Ese es el quid de la cuestión.

Al final del partido, los hinchas se dieron otro espacio: despidieron con insultos a Daniel Angelici, el presidente de Boca que asumió con el slogan de que renovaran el pasaporte, que del resto se encargaban los dirigentes, y que termina sus ocho años de mandato sin ningún título internacional. “¡Angeli botón, Angelici botón!”. Boca pagó caro olvidarse de su propia historia, descansar en el descenso de River. A la larga, el combo desembocó en un cambio histórico. River, ahora, gana hasta cuando juega mal. Tiene detrás un trabajo en continuado, con Gallardo como cabeza futbolística, mirándose hacia adentro.