Durante el siglo XIV, la denominada peste negra se extendió por Asia Menor, Oriente Medio, el norte de Africa y Europa, alcanzando su pico máximo entre 1346 y 1353 con un saldo aproximado de 20 millones de muertes. En algunos estados de la península ibérica, la Santa Inquisición impulsó ciertos protocolos sanitarios que incluían el asalto a las juderías para expulsar a sus habitantes y el aislamiento compulsivo de los infectados, cuyas casas eran señalizadas con enormes cruces blancas pintadas en la puerta.

A más de seis siglos y medio de ello, Gerardo Morales, el reyezuelo de un pequeño feudo sudamericano llamado Jujuy, se inspiró en tales métodos para conjurar el azote mundial del coronavirus.

En rigor, la explosión de tal pandemia no dejó de ser oportuna para él, puesto que enfrió la posibilidad de que el Poder Judicial de aquella provincia corriera el riesgo de ser intervenido. Ya se sabe que el cabecilla de su máximo tribunal, Pablo Baca, había quedado en el ojo de la tormenta al difundirse una grabación telefónica donde reconocía que el encarcelamiento de la dirigente Milagro Sala era fruto de un capricho del gobernador. Sin embargo, sobre ese sujeto hubo otra penumbra: una denuncia por violación efectuada en su contra el 29 de febrero por su ex amante, Ana Juárez Orieta, quien fuera directora de Estadística y Censos de Jujuy.

Pero el escándalo quedó congelado al decretarse la cuarentena nacional. Entonces, Morales sobreactuó su gesta por la salud pública con dos medidas sorprendentes: la súbita expulsión de 61 migrantes de países latinoamericanos –quienes fueron arreados en un micro hacia Buenos Aires– y el anunció de poner una faja en las casas de posibles infectados.

La primera –una remake del violento traslado de indigentes tucumanos en camiones militares a un descampado catamarqueño, ordenado en 1977 por el general Antonio Domingo Bussi– causó un entredicho internacional, ya que, contrariamente a las afirmaciones de Morales acerca de un supuesto acuerdo previo con las embajadas de dichas naciones, sus diplomáticos –en especial los de Colombia y Perú– desmintieron rotundamente la existencia de aquellas tratativas, además de protestar por el tratamiento dispensado a sus ciudadanos. Mientras tanto, la Cancillería levantaba en peso al gobernador, recordándole que “todo reclamo de la provincia que estime tener en relación con un Estado extranjero debe remitirlo al gobierno nacional”.

Y lo de las fajas hogareñas fue la gota que rebalsó el vaso. “Le vamos a decir a los vecinos que esa familia está en cuarentena. Y que, si sale, puede contagiar. Va haber mucho control”, explicó el gobernador por TV. También dijo: “Todos los teléfonos de esa familia van a estar monitoreados. Se los va a llamar tres o cuatro veces por día. Y más vale que estén los que viven en la casa porque, si no, no sólo les vamos a cobrar multa, también puede haber detención o todo lo que establece el régimen de sanciones”. Lo cierto es que la iniciativa mereció una tormenta de repudios y hasta críticas de sus aliados macristas, además de ríspidas comunicaciones con autoridades nacionales. De modo que, horas más tarde –luego de que el mismísimo Eduardo Feinmann lo tildara de “nazi”, lo cual no es poco –, Morales utilizó sus perfiles en las redes sociales y otra vez la TV para disculparse por tal ensoñación punitiva. Y con el siguiente argumento: “Fue una expresión exagerada de mi parte”.

Al parecer, el afán de protagonismo del mandatario –cuya profesión es la de contador público– se cruzó con un error presupuestario. Ni bien el Poder Ejecutivo nacional decretó la emergencia sanitaria, Morales supo imponer una cuarentena obligatoria en hoteles a todo jujeño que llegara a la provincia desde otros puntos del país o del exterior. Y con gastos por cuenta del Estado que él administra. Pero, recientemente, los empresarios hoteleros reclamaron un plus de 150 pesos por pasajero, pedido que habría motorizado la idea de reemplazar tales establecimientos por los hogares de los aislados. Pero su tiro le salió por la culata.

Aquella impresión tal vez la haya digerido al viajar a Buenos Aires para asistir al cónclave del Presidente con los gobernadores. El trato receloso que allí le dispensaron, junto a la sequedad de sus pares hacia él, robustecen esa posibilidad. Ya a su regreso le fue imposible esquivar sus propias directivas. De modo que se vio en la obligación de alojarse en un hotel por 14 días. Desde allí gestiona ahora la provincia por zoom. Sus frecuentes apariciones por TV ahora están en un limbo celestial, mientras el canal público de la provincia emite una y otra vez un simpático tutorial para hacer barbijos que él supo grabar a comienzos de abril. En tanto, nuestro Torquemada de entrecasa languidece en su laberinto.