Margarita quería romper el vidrio. “Abrime, quiero ir con ellos a dar una vuelta. ¡Los quiero tocar!”. Hacía siete meses que no veía a los suyos y la puerta transparente que los separaba en la primera visita autorizada a la residencia para mayores en la que vive le resultó insoportable. La distancia y la prohibición de tocarse forman parte del protocolo impuesto para el retorno de las visitas a los geriátricos, los espacios más vulnerables ante la pandemia de coronavirus.

“Fue emocionante para residentes y familiares y para nosotras. Hay residentes que fueron decayendo en este tiempo, y ver el deterioro físico es difícil. Algunos hace ocho meses caminaban y ahora están en silla de ruedas. Otros no quieren comer. Empeoraron por sus propias patologías, pero también por el aislamiento. Un 50 y 50”, estima Joalmi Galavis, coordinadora de una de las nueve residencias para mayores que tiene el Grupo Montalto en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace tres semanas se anunció la vuelta de las visitas a los geriátricos, previa evaluación y autorización de las autoridades sanitarias.

Galavis es venezolana, lleva casi tres años en la Argentina y pasó los últimos dos trabajando en la residencia de Villa Urquiza donde la encontró la pandemia. Desde marzo, está bajo un régimen cerrado por el cual el personal permanece cama adentro y rota cada diez días. Las y los residentes no pueden ni pisar la calle, sus cuidadoras tampoco. Especialista en la atención de adultos mayores, Galavis calcula que de las 55 personas alojadas allí solo diez o 15 comprenden lo que está pasando afuera: “La mayoría no sabe por qué no vienen a verlos. O se olvidan y hay que volver a explicarles”.

Para concretar las visitas, se instaló en el hall una puerta de acrílico con dos mangas de plástico para tocar sin tocar. Los encuentros son por turnos, no pueden durar más de media hora ni asistir más de dos familiares por vez, con barbijo y máscara. “No me dio impresión, pero me hubiera gustado tocarla”, dice Susana, de 78 años, tras las dos primeras visitas de su hija después de siete meses sin verla. Todavía no vio a sus nietos, lo que más extraña. “Es como estar en una cárcel de lujo”, describe la mujer, que reside en ese establecimiento hace un año y medio. Antes de que el Covid-19 hiciera estragos, tenía el hábito de salir a caminar. Durante el aislamiento, da batalla con la musicoterapia, pero el dolor de su pierna se fue agudizando.

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(Foto: Mariano Martino)


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(Foto: Mariano Martino)


Ochocientos cuarenta y ocho

Hay en la Ciudad 483 geriátricos habilitados. Según informó el Ministerio de Salud porteño, hacia el 19 de octubre ya eran 5152 los casos de Covid-19 en esos espacios, entre residentes y trabajadores. Y 848 los fallecidos. Hasta el 10 de agosto, en las conferencias de prensa del ministro Fernán Quirós se informaba en cuántas instituciones había entrado el virus. Luego ya no se difundió ese dato. Para entonces, había 343 residencias con positivos.

“Acá todos pasaron por el Covid”, cuenta Leandro Rebón, a cargo del Hogar San Nicolás, en Monte Castro, donde vivían 24 residentes y la pandemia se llevó a cinco. “Se nota un desgaste general. Aunque algunos entendieron el cambio, todos bajaron sus niveles cognitivos y motrices. Al principio pedían mucho por la familia, estaban inquietos, de mal humor”, describe, y asegura que el ánimo cambió con el retorno de las visitas.

El hogar funciona en una casa chica con jardín frontal, por lo que los encuentros son sin plástico ni vidrio de por medio: al aire libre, con distancia y sin contacto físico. “Gracias al jardín, no es necesario que el familiar entre al hogar. Tienen que venir con barbijo quirúrgico y no los pueden tocar. Hay sillas de plástico para desinfectar y no pueden traer nada para compartir. Muchos familiares cayeron con el mate, te descuidás un segundo y le están convidando un mate al abuelo”, advirtió.

Según Rebón, “el Gobierno de la Ciudad estuvo muy ausente. Me tocó el comienzo del Covid un sábado, no podía comunicarme con nadie. Pude conseguir hisopado una vez, y después vino una persona, sin siquiera ver las instalaciones, cuando ya había casos confirmados en el geriátrico, sin entender la situación. Me querían hacer un sumario por no tener el protocolo pegado en una pared, pero nunca vieron a los pacientes. Después de esa inspección, pasaron a los 20 días para anotar datos estadísticos, nada más”.

El hogar está frente al Hospital Vélez Sarsfield, adonde llevaron a una de las residentes contagiadas –de 87 años– y no había cama en terapia con respirador. “Fue hace un mes y medio. La dejaron con morfina y oxígeno. Cuando la familia empezó a quejarse y visibilizar el caso, le dieron el respirador, pero a la noche falleció”.

Nina, de 99 años, reside hace tres en el hogar. Su sobrina, Perla Vario, es la única persona a la que reconoce. Desde que comenzó la cuarentena solo se vieron una vez, a través de la ventana que da a la calle. Y por videollamada, aunque los períodos de atención de la anciana son demasiado breves para establecer un diálogo. Días atrás, Perla recibió el protocolo para las visitas, pero por el momento no se anima a ir: ella también se cuida para poder estar con su nieto de dos meses.

Sandra Parga tampoco visitó aún a su papá, de 77 años, alojado en una residencia de Chacarita. Él sufre de enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) moderada, y contrajo Covid en el hogar. Después de una larga internación, lo superó.

“El hogar se volvió un hospital de campaña –se lamenta Sandra–. Sobre el personal recayeron responsabilidades mayores a las que normalmente atendía. Salieron adelante con mucha angustia, presión y descontento de los familiares: no es fácil dejar de tener contacto y pasar a recibir partes diarios por WhatsApp muy generales y cada tanto avisando un fallecimiento. Hoy una vez por semana mandan fotos. A mi papá lo pude ver por una ventana, porque su habitación es en el primer piso a la calle, y hablamos por celular. Todo esto afectó mucho a todos: familiares muy angustiados, personal agotado. Ahora los veo con más equilibrio, pero no fueron meses fáciles”.


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(Foto: Mariano Martino)


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(Foto: Mariano Martino)


“Se evidencia tristeza”

Eduardo Schmunis, miembro de la Sociedad Argentina de Gerontología y socio de las residencias para mayores Arce y Fuente Azul, señala que “lo que se evidencia hasta ahora en los residentes es tristeza, pero con el tiempo se evaluarán los efectos en los ánimos. Son todas personas de riesgo, hay que ver cómo se restablecen anímicamente, cómo afectó esto a su situación inmunológica”. En esos establecimientos –uno con “muchos” casos, el segundo sin contagios– esperan que la Ciudad apruebe sus protocolos. “Suponemos que las visitas van a traer un gran beneficio”, sostiene, y describe los requisitos dispuestos como “razonables”.

En Arce implementaron un sistema de intercomunicación en la puerta de vidrio, una especie de portero eléctrico que permite a residentes y familiares hablarse sin tocarse pero sin mediar pantallas. Sobre la posibilidad de más permisos y ante pedidos de algunos residentes para recuperar las salidas, Schmunis considera que “no es el momento. Salir es una exposición. Qué tocan, cerca de quién pasan, una vereda rota, un mal movimiento, una caída. Y una internación en este momento no es lo mejor”. Con más de un millón de infectados en el país, el índice de mortalidad es bajo pero varía según el grupo etario y la tercera edad concentra por lejos el mayor porcentaje de casos fatales.

Rebón, del Hogar San Nicolás, pide, por el contrario, menos restricciones. “A un abuelo que ingresa tengo que tenerlo 14 o 21 días aislado y eso genera un deterioro muy grande. Me parece que es suficiente que traiga un PCR negativo, pero no dejarlo tanto tiempo solo en una habitación. Los funcionarios de Ciudad no entienden lo que es un abuelo encerrado 14 días, es trágico”. Cuenta que hay familiares que están organizando reclamos a las autoridades porteñas: “Quieren sacarlos a la plaza de enfrente, con distancia, pero según el protocolo vigente, si cruzan la vereda hay que aislarlos e hisoparlos”.

La abuela de Melina vive hace algo más de un año en una residencia para mayores. En cuarentena cumplió 94 y sopló las velitas por videollamada. Ese día estuvo de buen humor. Los días malos no quiere comer. “Las llamadas por celular son cortas, prácticamente no habla, aun con los auriculares escucha poco, y tampoco sé qué tanto entiende toda esta situación. Solo la saludo, le pido que me tire un beso, le cuento alguna que otra cosa. Y cortamos. Eso siempre y cuando no le dé un ataque de llanto, que ya se volvió habitual. Solo me sale mirarla y pedirle que deje de llorar”, cuenta la nieta.

Apenas se habilitaron las visitas, fue a verla: “En el hall habían puesto una puerta de la que colgaban dos enormes guantes blancos por donde teníamos que pasar nuestros brazos. Antes nos habían hecho cambiar el barbijo y poner una máscara, más irreconocibles todavía. Así que a través de esos brazos artificiales tocamos a mi abuela, y su cara era de espanto absoluto. O miedo o tristeza o todo junto. Lloró. No habló ni sonrió. Y por primera vez no me reconoció. Me miraba fijo, seria. Me corrí el barbijo, le mostré mi documento. Nada. Estaba convencida de que yo no era Melina. Qué loco, yo también sentí por un momento que ella ya no era mi abuela”.  «


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(Foto: Mariano Martino)


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(Foto: Mariano Martino)


Visitas programadas

La autorización de las visitas a las residencias para mayores no es general sino que se habilitan caso por caso. Las instituciones deben acreditar 14 días sin casos de Covid-19 y acondicionar el lugar antes de solicitar el permiso a la Unidad Ejecutora de Registro y Regulación de Establecimientos Geriátricos, dependiente del Ministerio de Salud de la Ciudad de Buenos Aires.

Los encuentros entre residentes y familiares sólo pueden ser en «espacios adaptados, abiertos o cerrados con buena ventilación, de acuerdo a las posibilidades edilicias de cada residencia». Igual que en otros protocolos vigentes, se debe asegurar el uso de tapabocas y alcohol en gel, así como el distanciamiento.

Las visitas siempre son programadas, con una duración máxima de 30 minutos y espaciadas por un lapso de media hora para realizar la desinfección del espacio. Antes de ingresar, al familiar se le toma la fiebre y debe completar un formulario con carácter de declaración jurada asegurando que no presenta síntomas ni tuvo contacto estrecho con alguien contagiado.