Quizá pocas veces se han sentido tan cercanos los planteos de un filósofo como los que hizo Giorgio Agamben al calor de la pandemia de coronavirus que azota al mundo y que, obviamente, también incluye a su país de origen, Italia.

Sus escritos acerca del coronavirus y el tratamiento que los gobiernos hicieron y hacen de la pandemia fueron reunidos en ¿En qué punto estamos? La epidemia como política publicado recientemente por Adriana Hidalgo. La mayoría de los artículos que lo componen fueron publicados por primera vez en la columna “Una voz” del sitio web www.quodliber.it

Las críticas a Agamben por las ideas que despliega en este libro se han multiplicado en todo el mundo, lo que no resulta difícil de entender dado que antes de que en la Argentina el coronavirus hubiera hecho los estragos que se ven hoy, la televisión mostraba la forma en que se apilaban ataúdes en Italia debido a a la cantidad de muertos los servicios funerarios resultaban insuficientes.

Si la lectura de este libro breve produce cierta incomodidad es porque da la sensación de que el pensamiento de Agamben, quien ha desarrollado la noción de biopolítica acuñada por Michel Foucault y ha escrito textos de enorme belleza literaria, como lo señala Darío Sztajnszrajber, algo nada frecuente en el campo filosófico, parece haber quedado del “otro lado”.

En efecto, quien los lea tendrá la sensación de que se encuentra con un planteamiento que resulta familiar y que, curiosamente, podría muy bien coincidir con los planteos de Jair Bolsonaro, Donald Trump o quienes en la Argentina llaman a la desobediencia civil contra un gobierno supuestamente opresor, que implementa el aislamiento social obligatorio como una forma efectiva de cercenar las libertades individuales.

Agamben acuña el concepto de “estado de excepción” para caracterizar la forma en que los gobiernos supuestamente democráticos utilizan para limitar las garantías constitucionales. Y la pandemia (aclara que no importa si es real o inventada) es un pretexto perfecto para la instalación de este estado de excepción. (…) lo que define la Gran Transformación –afirma el filósofo- que esos poderes intentan imponer es que el instrumento que la ha vuelto posible no es un nuevo canon legislativo, sino el estado de excepción, esto es, la mera suspensión de las garantías constitucionales.”

Lo que torna aún más inquietante esta afirmación es la comparación que hace a continuación: “En esto la transformación presenta puntos de contacto con lo sucedido en Alemania en 1933, cuando el neocanciller Adolph Hitler, sin abolir el modo formal de la Constitución de Weimar, declaró un estado de excepción que se prolongó durante doce años y que de hecho anuló las normas constitucionales que en apariencia seguían vigentes.”

Un concepto importante en la teoría de Agamben es el de “bioseguridad” que define como “el dispositivo de gobierno que resulta de la conjunción entre la nueva religión de la salud y el poder estatal con su estado de excepción. Es posible que la bioseguridad sea el dispositivo más eficaz que hasta ahora ha conocido la historia de Occidente.

Por lo menos para quienes vivimos en Argentina y escuchamos a diario expresiones como “gobierno de epidemiólogos” o términos como “ infectadura” resulta imposible no hacer una relación directa con la crítica que Agamben hace a la “medicina como religión”. Entre ambas instituciones se ha dado, según el filósofo italiano, una lucha de la que medicina parece haber salido triunfante. “(…) la medicina, como el capitalismo, señala, no necesita una dogmática especial, le basta con tomar prestados de la biología sus conceptos fundamentales.”

Los médicos que supuestamente son los “sacerdotes” de la “religión” de la medicina, hoy no solo no dan abasto para la atención de los infectados, sino que mueren de coronavirus por encontrarse en la “primera línea de fuego”, una expresión que Agamben condenaría dado que también señala que la medicina ha tomado muchos términos bélicos, lo cual es cierto. El slogan “al virus le ganamos entre todos” o las sociedades de “lucha” contra una enfermedad determinada dan cuenta de la utilización de las metáforas de guerra. Sin embargo, en este momento, dada la gravedad de lo que sucede, el planteo, aunque válido, adquiere un valor relativo.  Foucault ha señalado acertadamente de qué modo a partir del siglo XVIII se ha dado un proceso de “medicalización” con la aparición de una medicina gestionada por el Estado. El planteo es válido en cuanto describe un proceso que quizá había pasado inadvertido. Sin embargo, la descripción de ese proceso histórico que marca de qué forma la medicina a lo largo del tiempo ha ido ganando terrenos que en un principio no le correspondían, no anula el papel protagónico que hoy tiene la medicina en la pandemia de coronavirus.

Resulta difícil entender de qué modo alguien dedicado a desarmar las trampas conceptuales que arma el poder haga afirmaciones que son las mismas que, posiblemente con mucha menos sutileza, enarbolan hoy los sectores más reaccionarios de la sociedad. Agamben sostiene, por ejemplo, que “en las polémicas durante la emergencia sanitaria han aparecidos dos vocablos infames, que con toda evidencia tenían el típico propósito de desacreditar a aquellos que ante el miedo que había paralizado las mentes, todavía se obstinan en pensar: ´negacionista´  y ´conspiracionismo´. Al primer término no le presta demasiada atención, pero sí al segundo. En los que se refiere a la pandemia de coronavirus y el vocablo “conspiracionismo” dice: (..) investigaciones confiables muestran que no llegó de forma inesperada. Como documenta de forma eficaz el libro de Patrick Zylberman Tempetes microbiennes (París, Gallimard, 2013), la Organización Mundial de la Salud y en 2005, en ocasión de la gripe aviaria, había sugerido un escenario como el presente, proponiéndolo a los gobiernos como un modo de asegurarse el apoyo incondicional de los ciudadanos. Bill Gates, que es el principal sostén financiero de esa organización, en muchas ocasiones ha hecho públicas sus ideas sobre los riesgos de una pandemia, que, en sus previsiones, provocaría millones de muertos y contra la cual era necesario prepararse.”

Ese argumento también se ha escuchado en estas latitudes y tiene sus detractores y sus adeptos. Para Agamben el estado de excepción se ha vuelto una regla. El cortocircuito entre su pensamiento y la realidad presente se produce porque sus teorías radicales en esta oportunidad son sostenidas, curiosamente, por quienes tienen las posiciones más conservadoras. En este contexto, los médicos no son los representantes de un poder que pretende imponerse, sino víctimas que se exponen a sí mismas para salvar vidas, mientras que para ciertos sectores, tal como se planteó desde principio de la pandemia,  lo único importante es el consumo, aunque eso signifique la pérdida de muchas veces.

Jorge Aleman es uno de quienes se han levantado contra la teoría de Agamben. En un artículo aparecido en Página 12, decía:” Para Agamben rige el estado de excepción y no una cuarentena que protege a los más débiles y vulnerables de una enfermedad terrible en la época de un capitalismo sin reglas.”

Tanto en nuestro país como en el resto de los países castigados por el coronavirus son precisamente los adeptos al consumo a ultranza quienes consideran el aislamiento como una forma de restringir libertades y no de restringir muertes.